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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

6º Domingo después de Epifanía, 15.02.2009

Sermón sobre 2. Reyes 5:1-14, por Eugenio Albrecht

Más allá de que mucha gente todavía tiene la idea de que una enfermedad puede ser producto del castigo de Dios, hay que decir que no es así. Dios jamás nos mandaría una enfermedad. Nos enfermamos porque somos parte de la naturaleza, estamos expuestos, somos propensos, etc. A nadie le agrada estar enfermo, o que un ser querido suyo lo esté. Así, vivimos y sobrellevamos de maneras diferentes, el hecho de estar enfermos. Mientras que algunos desesperan y se tiran a la cama a esperar la muerte, otros se acercan a Dios y se fortalecen más que nunca.

Nuestra historia de hoy tiene que ver con una enfermedad y con una búsqueda de solución.

Naamán era un general del ejército del Rey de Siria y un hombre muy valeroso, pero se había enfermado de lepra. Esto era sinónimo de exclusión y segregación. Una persona con lepra no tenía otro camino que el de morir solo y enfermo en el campo. Las razones tienen que ver con que gente tenía miedo de contagiarse y además se veía a las enfermedades como un castigo de Dios (la lepra en especial).

En su casa trabajaba como esclava una jovencita judía, que ayudaba a su mujer en los quehaceres domésticos. A pesar de esto, ella fue quien le advirtió a su patrona sobre la posibilidad de curarse en manos de un profeta que residía en Samaria, su tierra. Se apropiaron de ella llevándola como esclava, privándola de su historia personal y de la cercanía de su familia, pero sin embargo ella fue capaz de mostrar la punta del ovillo hacia el camino de solución de la problemática de Naamán.

Sin embargo este general creyó que había que hacer otra cosa para curarse: en vez de hacerle caso a su humilde empleada fue y habló con su rey, que ante la imposibilidad de curarlo, lo envió con carruajes y con mucha riqueza (para ofrecer como regalo), hacia el rey de Israel. Era algo común que los reyes solicitaran algún tratamiento médico al rey vecino. En las manos de Naamán el rey puso una carta, en la que probablemente explicaba los motivos del envío. Pero esto fue interpretado como una actitud belicosa por parte del rey de Israel, que rasgó sus vestiduras después de leer la carta. Entonces no le quedó entonces otra posibilidad a Naamán que la de buscar al profeta Eliseo, que ante la presencia de tanta pompa y tanto carruajes ni siquiera salió a saludar. A través de su enviado le indicó lavarse siete veces en el Río Jordán. Esto fue demasiado ofensivo para Naamán: el profeta Eliseo no salió a recibirlo, siendo él un general del ejército y encima le indicó que para curarse se debía lavar en el Jordán, siendo que en su tierra los ríos eran mejores. Según él tenían mejores aguas que en todo Israel. En realidad el enojo de Naamán no era con el Jordán, sino con Eliseo que no lo había recibido a pesar de toda su pompa y sus carros de lujo, enviándolo directamente a lo que él consideraba un "riíto".

Al inicio de la historia, una muchacha esclava fue quien logró convencer a su patrona sobre la necesidad de buscar ayuda en Samaria. Mientras que al final los que lograron convencer a Naamán para que vaya y se bañe siete veces en el Jordán, fueron los siervos que lo acompañaban. Es decir que la cura de su enfermedad llegó por manos de personas insignificantes para la sociedad. La humildad y la simplicidad de la joven esclava y los siervos se contraponen claramente a la arrogancia y la autosuficiencia de Naamán. Muestran que el camino que intentaba hacer el general no lo estaba llevando a buen puerto.

El profeta lo manda a bajar al Río Jordán. En hebreo el verbo que se utiliza para "descender" significa lo mismo que dejar de lado la arrogancia. Descender al Jordán tiene que ver en este caso con curvarse con humildad ante Dios, representado en este caso en la pequeñez de "ese riíto" en palabras de Naamán. Descender en este caso era zambullirse al río dejando de lado las cosas que lo ataban y no le dejaban ver la simplicidad de las personas y gestos a través de los cuales Dios actúa. Zambullirse para Naaman fue partir hacia una vida nueva y renovada.

También nosotros debemos aprender a "zambullir" y dejar de lado ciertas cosas que nos limitan, no nos dejan crecer, no nos dejan sanar en ciertos aspectos de la vida. Creo que el comienzo de ese camino pasa por tener el valor para aprender a escuchar a los pequeños.

Lo de hoy nos puede ayudar a comprender que ciertas búsquedas personales pueden comenzar a dar fruto si hacemos lo mismo que finalmente comprendió e hizo Naamán, que "descendió" al Jordán, es decir se bajó de su pedestal (o de su caballo) y se dejó bañar por la bendición de Dios.

Pidamos que Jesús nos de la humildad necesaria para hacer lo mismo.



Eugenio Albrecht
IERP - Córdoba, Argentina

E-Mail: eugenio@compartirdesafios.org.ar

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