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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

5º Domingo de Pascua, 06.05.2007

Sermón sobre Juan 13:31-35, por Alfredo Abad

"34Un mandamiento nuevo os doy; Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. 35En esto conocerán que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros." Juan 13, 34-35

"Sólo aquel que es libre en la fe
puede llegar a ser siervo del prójimo en el amor"
Martín Lutero, La libertad del cristiano 1520 (citado por JD Causse, supra.)

Amor como permanecer

En esta parte del Evangelio de Juan nos encontramos en la despedida de Jesús de sus discípulos. Estamos en un discurso de intimidad, de amigos, en el que el maestro se dirige a sus seguidores con un mensaje especial. A los pies de Jesús nosotros también estamos entre sus oyentes, siempre deseosos de un aprendizaje que nos haga mejores seguidores del maestro. Es un mensaje a la comunidad cristiana aprendiz de Cristo.

Una segunda característica de este mensaje es que Juan está hablando a una iglesia en la persecución y en minoría, un resto, que se encuentra fragilizado al final del primer sigo por su inadaptación al imperio y a la religiosidad oficial de judíos y de romanos.

En estas circunstancias Jesús en este pasaje que nos acerca Juan les trasmite a sus discípulos que no pueden acompañarle en su itinerario: "A donde yo voy vosotros no podéis ir" (v. 33c) Sin embargo ya les anuncia: "Me buscaréis" (v. 33b).

El mandamiento entonces, en el marco de este mensaje, tiene que ver con la manera de encontrar a Jesús, de permanecer con él y en él.

La obediencia al mandamiento se convierte en la manera de encontrar y permanecer en Jesús y esto se realiza en la alteridad "unos a otros".

A diferencia de la regla de oro, el amor al prójimo como a uno mismo, en esta expresión del mandamiento del amor Jesús incluye el encuentro del otro como norma, el encuentro de si mismo en el otro como objetivo y meta del amor.

Permanecemos pues en Jesús y sus enseñanzas en la medida en que permanecemos en el amor, no hay un seguimiento, un discipulado de Jesús fuera de este encuentro.

El primer destierro que se produce en la expresión de este mandamiento es el de la exclusividad y el fanatismo, que pasan por encima de la persona. No se explica, no cabe una forma se seguimiento de Jesús que no tenga en cuenta al otro, como amado del mismo amor y del mismo modo con que Jesús amó, para redimir, reconciliar y perdonar.

Amor como experiencia de ausencia

Lo que van a encontrar los primeros cristianos, y lo que muchas veces nosotros mismo topamos, es que a pesar de la promesa de este encuentro y el aviso de esta búsqueda, es una ausencia, ya implícita: "Estaré con vosotros un poco" (v. 33a), quiere decir que luego no estaré, al menos del mismo modo que ahora.

La experiencia de esta ausencia es parte esencia de la experiencia Pascual, de la Resurrección, y de hecho la acompaña en la mayor parte de los relatos en que los discípulos acaban encontrando al resucitado, la tumba está vacía, los discípulos caminan solos hacia Emaús, se reúnen sin Jesús, pescan sin Jesús, hasta que entienden su presencia.

Este duelo constitutivo de la experiencia cristiana y del salto de la fe no es un duelo patológico que construya la presencia de Jesús de manera fantasmagórica, o idealizada reteniendo sus objetos, su aliento o su recuerdo. Es un duelo bien realizado en el que se prescinde, se acepta, se vive con esa ausencia, abriéndose a una nueva realidad en el amor: "En esto conocerán que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros." (v. 35a)

Podemos vivir con la ausencia de Jesús conscientes de una presencia viva en una vida nueva en la que le dejamos vivir a El en nosotros. Este duelo constitutivo es también duelo del ego. Los Sufis hablan del "nafs":

"El mensajero de Dios dijo: Hemos vuelto de la guerra menor a la guerra mayor". Le preguntaron: "¿Cuál es la guerra mayor?". Y él contestó: "la lucha contra nuestro propio nafs o ego". (Discurso del maestro Nurbakhsh en el círculo de los darwish), que debe morir en nosotros. En la fe en Jesucristo nos confesamos vinculados a la muerte de Cristo y vinculados a su resurrección.

El segundo destierro que se deduce del mandamiento del amor es la autorrealización egocéntrica. Sólo nos realizamos en Cristo y el se realizó, culminó su misión en la entrega y el don. Así nos amó y así debemos amarnos unos a otros, sólo como don.

Amor como servicio

Debatidos entre el mandamiento y la ausencia los discípulos tienen instrucciones claras para poder seguir a Jesús. Estos discursos de despedida, que en el Evangelio Juan se inician precisamente en este capítulo 13 y abarcan hasta el capítulo 17, tienen un primer gesto, como expresión del modo en que se expresa el amor de Jesús en el lavamiento de pies.

Me gusta de algunas liturgias simbólicas y en particular de la celebración de la Mesa del Señor entre los adventistas, esta recuperación del gesto de Jesús. Entre los adventistas cada vez que se congregan para compartir la mesa del Señor hay un lavamiento de pies (al menos en las congregaciones que conozco en Madrid).

Nosotros seguimos mirando el gesto como lo hace el propio Pedro cuando pregunta "¿Señor tú me lavas los pies?" (Jn 13, 6). Entre la extrañeza y la incomodidad. Poniendo aparte que la actitud de Pedro es más que nuestra incomodidad un símbolo teológico en el texto de Juan, es cierto que en el servicio hay también algo de esto. Es necesaria una negación de uno mismo que resulta incomoda y extraña a nuestro viejo hombre.

El servicio es el acontecimiento del amor. La vivencia de la alteridad en el vivir para los demás que representa y actualiza el ministerio de Jesús de Nazaret es para nosotros una misión a seguir y a interiorizar.

La iglesia servidora, es acontecimiento de liberación cuando sirve y cuando pone la mira en las necesidades de los otros. Así lo expresa también Lutero en su tratado, antes mencionado, de la Libertad cristiana. El amor de Jesús extiende el "unos a los otros" hacia la humanidad llamada a ser redimida de la esclavitud y compromete en esta proclamación, a sus seguidores, en la búsqueda de la Justicia y de la paz para toda criatura, de la vida en plenitud.

El tercer destierro de este mensaje del amor, es una iglesia que se agota en si misma, que vive para si misma, de un ministerio que sólo tenga como objetivo la supervivencia institucional. Lo que la autorrealización egocéntrica es al individuo lo es a la iglesia el servicio que se agota en su propio déficit de compromiso con la humanidad.

Amor como comunidad

Finalmente, y recuperando la diferencia a la que antes aludíamos con la regla de oro, el mandamiento del amor en el Evangelio de Juan es un plural significativo.

No puede vivirse el amor de los unos con los otros que es testimonio del discipulado de Jesús de espaldas a una vivencia en comunidad. No puede vivirse el amor sin constituir comunidad.

Lejos de nosotros el pretender aquí proclamar el comunitarismo, defecto de nuestro tiempo sectario y posmoderno, segregante y replegado sobre si mismo ante la anemia de identidad. La comunidad cristiana, tal y como la ama y establece Jesús es la comunidad de los combatientes del Reino, de los militantes del amor, es comunidad de destino y de misión.

El propio Jesús experimenta, acepta y predica la extensión, más allá de los hijos de Israel, de su rebaño y de su familia, a todos aquellos y aquellas mujeres y hombres que hacen la voluntad del Padre. El mandamiento sigue al mensaje de glorificación en el Padre (vv. 31-32), su honra, su dignidad y su autoridad están en el Creador e inspirador de la humanidad, aquel que dio su aliento de vida a todo ser humano, y no sólo a unos determinados seres humanos.

La comunidad de los discípulos de Jesús forma parte de la manera en que se vive el amor, de manera abierta, inclusiva.

El último desterrado de esta expresión del ministerio de Jesús es el comunitarismo y el guetto. La vivencia del servicio y del amor a los demás crea y desarrolla una comunidad que comparte, se siente a la misma mesa, sin diferencias ni jerarquías, parte el pan y se sabe en comunión.

 

Permanecer en Jesús con la experiencia de la ausencia, en el servicio y en la comunidad: "¡Que os améis unos a otros!".

El mandamiento del amor con el que Jesús se despide de los suyos nos compromete en un estilo de vida que hace presente al maestro y da testimonio, predica y proclama ese estilo de vida como Revelación del Reino.

Recuerdo de mi adolescencia unos iconos muy romanticotes de una pareja de muñecos que se acompañaban del encabezamiento "Amar es..." para luego a pie de imagen dar siempre una definición del amor en un gesto, una actitud o un principio.

En nuestra exposición de hoy no hay una declaración de amor. Lo que Jesús nos manda y la manera en que lo expresa no puede reducirse a un rótulo que presida la comunidad cristiana, a un rótulo. Tal y como se nos revela en el Evangelio el seguimiento de Jesús estamos ante un imperativo, un don, un acontecimiento, que solo experimentamos y vivimos en el camino, en la entrega, en la lucha y el compromiso de compartir su misión redentora y liberadora.

Como todos los acontecimientos, no lo miramos como un horizonte o una visión, es lo que encontramos cuando buscamos a Jesús, es nuestro "quehacer" en la expresión de Ortega y Gasset, el filósofo español, que relatamos cuando lo hemos vivido y predicamos cuando lo sintonizamos.

Amen.



Pastor Alfredo Abad
Madrid
E-Mail: aabad@moebius.es

Bemerkung:
Inspirado en el libro de Jean Daniel Causse
"El don del ágape. Constitución del sujeto ético".
Ed Sal Terrae, Santander, 2006

Jean Daniel Causse es profesor de teología sistemática y de ética en la Facultad de Teología de Montpellier, Francia. Dirige además un seminario de psicoanálisis en la Universidad Paul Valery de la misma ciudad.





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