Göttinger Predigten

Choose your language:
deutsch English español
português dansk

Startseite

Aktuelle Predigten

Archiv

Besondere Gelegenheiten

Suche

Links

Konzeption

Unsere Autoren weltweit

Kontakt
ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

7. domingo de Pascua, 20.05.2012

Sermón sobre Juan 17:11-19, por Felipe Lobo Arranz

"Ya no estoy en el mundo; pero estos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliera. Pero ahora vuelvo a ti, y hablo esto en el mundo para que tengan mi gozo completo en sí mismos. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los odió porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.”

 

¿Guardados de un mundo que no es el nuestro o expuestos en un mundo que lo es?

 

Las palabras que brotan de la oración “sacerdotal” de Jesús nos invitan a pensar y a ser personas que se dejan cuidar por Dios, en medio de momentos turbulentos.

El ser humano sufre de un profundo sentimiento de orfandad, de desprotección del hombre y  de la mujer de fe, en el que parecemos sentirnos agredidos por las distintas fuerzas que nos rodean y que nos cuestionan en la vida diaria por el hecho de creer en un Dios que no se ve y del que se piensa que es una mera idea, como si fuera lo mismo adorar a Cervantes que al Hijo de Dios, solo por la brillantez de su pensamiento o de su pluma. La cuestión es distinta.

El sentimiento que nos mueve a vivir a Dios en este mundo es más profundo. Lo es por nuestra propia experiencia como creyentes en nuestro hacer y vivir diario, que nos hace ver y sentir la presencia de Dios como una persona que es distinta a nosotros, pero que desea entrar en una relación intensa y real con nosotros. Le interesa y desea participar de nuestra realidad cotidiana, aliviando la carga, el dolor y el sufrimiento, que esta nos trae por el desarrollo normal de nuestra existencia, para unos mejor y más fácil y para otros cada día más dificultosa. Dios es ‘Dios acompañante’, compañero de camino en la aventura de creer y de servir al Dios Trino, que se comunica en Él y con nosotros por medio de Jesucristo.

Venimos a este mundo con la idea de huir del sufrimiento y la indefensión, mientras la sufrimos. Dios se quiere hacer presente en este sentir, cuando los suyos, sus discípulos nos sintamos atrapados por ello. La oración de Jesús quiere hacerse un lugar en nuestro clamor interior y ¡cuántas veces no habrá sido pronunciada en la historia de la Iglesia, en medio de tiempos difíciles, y no por cuestiones de economía, solamente, sino cuando creer costaba la vida o la pérdida de todo lo que se poseía, incluso los seres queridos!

Jesús se va, pero no nos abandona. Jesús se va y con ello no nos decepciona. Dios parece ausente, pero está por nosotros y con nosotros. Dios nos comprende, porque está en nuestra piel.

Si algo nos pierde no es el ataque que recibe la Iglesia o los creyentes de afuera de nosotros. La pérdida mayor procede, para nuestra desgracia, de nosotros mismos, o de entre los nuestros, que nos duele más, en muchos casos. Pablo llega a clamar en su célebre frase: ¡Miserable de mí… quién me librará de este cuerpo de muerte!”

 La fuerza más dañina es la duda destructiva, y aclaro “destructiva”, como la duda que no nos hace crecer y hacernos más fuertes, sino que anula la fe y la lleva a un falso callejón sin salida hacia el ateísmo o la queja contra Dios y contra los que siguen creyendo en Él. Y esto no es broma, en un momento ‘alarmante’ en la que son bastantes los miembros y los propios guías cristianos quienes son victimas de ello y llegan hasta el punto de constituirse como grupo necesitado de compañía y terapia cuando deciden abandonar la iglesia, el ministerio y la misma fe a favor del ateísmo (entre otros), como relataba un célebre artículo en el diario norteamericano “USA -Today”.

Jesús en medio de los fracasos y las dudas, propias del periodo de aprendizaje como discípulos, era quien los conducía, los iluminaba, los cuidaba y animaba en el dolor producido, quien acompañaba en el miedo y enseñaba disipando las dudas más destructivas. Su poder anulaba el miedo más grande, el temor a lo peor. Sin embargo, dice, que se va, dejándonos su presencia y su oración al Padre.

Esta es una oración íntima. La intimidad que rezuma es visible, pero es, a su vez, la intimidad más compartida del universo. Aunque el diálogo es entre un padre y un hijo en su intimidad y lenguaje propio compartido, lo entendemos todo. Donde el centro del diálogo no son ni el uno ni el otro, sino la auténtica preocupación de otros, es su preocupación por nosotros, que estamos solos en un mundo que no es el nuestro y expuestos, como todos los demás hombres, a este mundo que sí lo es. Un mundo en el que no podemos huir, si huimos de Él será dejando de ser. Dios nos ha puesto aquí con una razón: que vivamos en este mundo.

 

En medio de tantos peligros Jesús nos entrega a la Palabra, quien nos cautivó gozosamente una vez y sigue haciéndolo cada vez que nos acercamos a ella. La Palabra que se hace presencia de Dios en nosotros, porque genera un diálogo con nosotros mismos y con Dios, provocando dos cosas: la oración al Padre en el nombre de Jesús y la acción a favor del Reino cuando esa Palabra misma es comprendida y se encarna en nuestro vivir diario. La Palabra se convierte en lugar sacro, santo, íntimo, creando espacios en torno a nosotros y Dios, especiales y que nos dan esa sensación de protección, cuidado y presencia de Dios en todo momento. La Palabra que se convierte en el hogar del peregrino cansado y agotado.

Nos sigue gustando preguntar, ¿cuál es la persona que nos cuidará en su ausencia? ¿Quién será el que nos pastoreé y nos haga sentir como cuando estaba Él con nosotros en los días de su carne? La respuesta no es sino la Palabra. Nos guarda la Palabra. Nos defiende la Palabra. Nos instruye y disipa nuestros miedos, la Palabra.

En medio de la mentira en la que se enmaraña la vida y la rutina de la vida, la Palabra, como verdad de Dios, disipa lo que no es auténtico en nuestro derredor. El mayor disipador es la verdad, verdad que toma forma en la Palabra de Jesús, la voluntad revelada del Padre.

Esa misma palabra Divina, nos lleva de la mano en nuestro proceso discipular a la santificación. Dios nos consagra para sí mismo por medio de ella. Por ella distinguimos o discernimos, mejor dicho, la verdad de la mentira que se cierne en este mundo en torno a nuestras decisiones, a nuestras acciones y a nuestra manera de pensar. Si en lo que hacemos, la misma Palabra no nos reprende, como verdad última, entonces lo que hacemos lo hacemos agradando al Señor que nos ha llamado. Y si nos reprende hemos de cuidar de volver sobre nuestros pasos e intentarlo otra vez de manera diferente y certero conforme a lo que Dios sabemos que desea. La duda destructiva, se ceba en los que se engañan a sí mismos, de manera muy especial. No te permitas el lujo de engañarte a ti mismo en ninguna área de tu vida, sino déjate santificar por Dios por medio de la voluntad expresa en su Palabra, quien nos lleva junto con el viento del Espíritu de acá para allá, según el diseño del mejor hacer de Dios con nosotros.

“Santifícalos en tu verdad, tu Palabra es la verdad”. He aquí la máxima de Jesús, compañía nuestra. Él nos muestra la dirección del camino a seguir sin lugar a la dudas. Su dirección es segura, como se desprende de la profunda rotundidad y confianza que se desprende de esta comunión expresada en su oración al Padre por nosotros. Él conoce al Padre y sabe lo que le agrada que le pida. Su oración es grandemente generosa. Podemos aprender a orar con Jesús en esta misma oración en la que, aún pidiendo, Él se da a sí mismo, se brinda y se compromete con los demás.

Querido escuchante, Dios no hará que seas librado de los bienes y de los males de este mundo, pero tienes su oración a tu favor, como modelo de su actual intercesión a la diestra del Padre. Únete a Él en su oración al Padre, en el mismo sentido que Él en tu oración devocional personal.

Querido observante de este texto cautivador, Dios sigue con nosotros en nuestro día a día. Se levanta y se duerme a tu lado, sabiendo qué es lo que necesitas para tu vida. Ora confiadamente a aquél que sabe tus preocupaciones.

Querido buscador de esperanzas, Dios nos deja su Palabra para nuestra santificación diaria, para mostrarse en ella como ejemplo para nuestra vida y como ejemplo de la vida que es correcta según Dios, llevándonos a ver sus maravillas en obediencia y dependencia de ella, para ver la luz al final de nuestros túneles, por los que estas pasando, por los que pasarás, o incluso por los que pasaste en tiempos remotos.

Estamos en el mundo y no seremos llevados de él. No seremos librados de nuestra vida terrenal y sus consecuencias para nosotros, sin embargo, aun no estando Jesús físicamente entre nosotros, se hace presente en el Espíritu. No siendo, para Dios mismo, sus discípulos de este mundo, sino de Él, somos entregados y enviados por Cristo a nuestra misión. No nacimos para morir de temor y de miedo por las consecuencias de ser llamados hijos e hijas de Dios, sino para vivir como hijos e hijas de Dios en territorio extraño y pedregoso, en ocasiones, y vivir a Jesús en un mundo en el que no nos sentimos pertenecer, de manera plena y comprometida. No nos faltarán palabras, no nos faltarán razones,  no nos faltará el ánimo necesario, aunque sigamos siendo carne y sangre y por ello nos veamos sujetos a un sin fin de limitaciones que Dios no tiene.

Vivamos como si lo hiciéramos de alquiler en un mundo que no es nuestro, amémoslo, como Jesús nos enseño, como si no tuviéramos otro mundo donde vivir y desgastar nuestra vida con sentido, como si no tuviéramos otro mundo en que vivir, aunque tengamos otro, desde el momento en que recibimos conscientemente la promesa de la vida eterna.

Dios quiera santificarnos a través de esta reflexión conjunta en su Palabra.

Amén.



Felipe Lobo Arranz
Bilbao
E-Mail: loboarranz@gmail.com

(zurück zum Seitenanfang)