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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Pentecostés, 27.05.2012

Sermón sobre Juan 7:37-39a, por Jorge Weisheim

Agua Viva!

El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, poniéndose de pie, exclamó: «El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí». Como dice la Escritura: "De su seno brotarán manantiales de agua viva". El se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él.

Estimada Comunidad,

¡Para quién es una novedad que una cosa es leer un texto bíblico, otra cosa es escuchar el mensaje de las sagradas escrituras y otra muy distinta es vivenciar la palabra de Dios! Como dice una hermana en Cristo: "una cosa es escuchar un buen sermón y otra cosa es que en tu corazón arda el Cristo Vivo"

Este pasaje del evangelio me atraviesa tremendamente y me rememora una visita pastoral como pocas: una santa cena con pan y agua junto a una persona enferma cuyo momento de comunión instituimos, justamente, con estas palabras de Cristo:

"El que tenga sed..." ¿Quién no tiene sed en nuestros días? En medio de este mundo tremendamente violento y excluyente donde la gente apenas vale lo que produce y si no produce es un gasto, ¿cuánta gente se siente sola, inútil y abandonada? ¿Cuánta gente tiene sed de valoración, dignidad y respeto?

Jesús invita: "... venga a mí" ¿Cómo rechazar semejante ofrecimiento? Dios mismo hecho persona nos llama a ir a su encuentro. Él, como el agua que se desborda y corre, así viene Jesús mismo hacia nosotros, ¡tal como aquél padre que se desborda de alegría al ver venir a su hijo... vivo! Jesús quiere calmar nuestra sed en medio de este mundo desierto de humanidad y misericordia.

Jesús insiste: "...y beba el que cree en mí" ¿Cómo no beber de su agua, como no tomar de él, que es vida nueva? El Cristo resucitado sigue llamando a tomar vida plena de su vida eterna. Sin embargo, exhorta -sin condiciones- "el que cree en mí" no dude en beber de mí. Sin agua no hay cosechas ni fiesta, sin aguas no pueden reverdecer los desiertos, sin agua no hay bautismo, sin agua no hay vida. ¡Quien crea no pierda la oportunidad de beber! ¡Quien aún no cree no pierda la oportunidad de creer ... y beba!

"Como dice la Escritura...", que es nuestro fundamento, la base en la hemos sido instruidos, la que hemos escuchado, tantas veces, la que nos congrega siempre de nuevo como comunidad: Dios recrea la vida y la regenera permanentemente a través de la fe viva de cada uno y cada una, a través de su Espíritu Santo que nos reúne en comunión. Al compartir la memoria de la escritura nos trasladamos a ese lugar donde todos somos iguales ante quien nos ha traído a la vida: ese lugar existencial en el que somos llamados hijos e hijas de Dios, ¡y lo somos!

"De su seno brotarán manantiales de agua viva" ¡Somos capaces de parir vida nueva de la mano del Espíritu de Dios! ¡Así como el agua riega el suelo seco y lo nutre posibilitando una nueva creación, así somos puestos en el mundo para que de la mano de la memoria de la voluntad de Dios, plasmada en las Escrituras, podamos ser progenitores de la vida nueva en Cristo! La palabra de Dios no vuelve a él vacía, la palabra de Dios nunca cae en saco roto, la palabra de Dios atraviesa nuestros cuerpos como espada de doble filo, la palabra de Dios nos quema y purifica, así como nos refresca y regenera abriéndose paso desde el altar hacia todo el mundo y por cada lugar donde pasa, mientras que a sus lados abrevan animales y crecen árboles, a sus sombras se hacen casas y en esas casas viven familias y en esas familias el agua se hace comida y bebida, renovando la vida sin fin.

Este maestro popular que hizo de sus palabras un trampolín para poner a Dios en medio de la gente dejó a sus seguidores casi sin palabras ante semejantes imágenes e ideas: "El se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él" Jesús no ofrece solamente el agua sino también la bomba para extraerla y compartirla. Jesús pone todo a disposición de nosotros para que podamos ser uno con él tal como el está en comunión con su padre.

Esta comunión profunda es el modelo de unidad al que nos llama nuestro Señor Jesucristo para poder ser fuente de vida para otros, para que esa unidad sea testimonio visible y concreto de lo que el evangelio genera entre nosotros. Jesús mismo ora por la unidad de sus seguidores y sobre todas las cosas los exhorta a la comunión en el amor de los unos por los otros. Esta es el agua que brota de él, esta es su propuesta y su búsqueda. Esto es lo que Jesús contagia a sus seguidores: este es su espíritu Santo con el que nos envuelve y nos renueva, sobre todo, en las horas del pragmatismo desesperado y la desesperanza sin visión de futuro. Solamente en la comunidad está la esperanza de una nueva sociedad, una comunidad sostenida en la comunión en Cristo.

Estos momentos de comunión profunda en Cristo donde la palabra de Dios nos pone la piel de gallina, donde un acto de amor nos emociona hasta las lágrimas, allí donde un sacramento es tomado con temor y temblor ante la presencia sobrecogedora de Cristo mismo en ese momento en medio nuestro, allí donde el encuentro con el otro nos permite redescubrirnos y revelar a Dios mismo en medio nuestro, en esa situación donde se da vuelta la tortilla y la justicia renace cuando todo parecía terminar, en cada una de estas situaciones obra el Espíritu Santo que Cristo mismo invoca como acompañante y sustento para la vida cristiana de cada día.

No puedo dejar de ver a aquella persona con lágrimas en los ojos tratando de poder hablar conteniendo la emoción y sus palabras luego de tomar apenas una miga minúscula en sus labios y tomar esos lentos y breves sorbos de agua. No puedo dejar de recordar su agradecimiento infinito por el mero hecho de haber sido considerada en su condición y en su situación cuando por años no pudo más que ver a la comunidad de espaldas participando del sacramento sin que ella pudiera estar allí junto a ellos participando en Cristo y permaneciendo con él, en cuerpo y sangre. No puedo dejar de recordar su abrazo y su cariño por renovar profundamente su esperanza en ese encuentro en torno a la palabra y el sacramento, en torno a la misericordia y la comunión de Dios con nosotros.

Aquí en cada acto simple y honesto a favor de los más débiles es donde se hace presente entre nosotros ni más ni menos que Pentecostés: se derrama el Espíritu Santo como torrente de agua fresca para reconfortarnos toda la vida. Este es el desafío de Jesucristo a través de su palabra: compartir el Espíritu Santo que hemos recibido en nuestro camino de fe desde nuestro bautismo hasta nuestros días: esa agua no sólo chorreó aquella vez por nuestras cabezas sino que se compenetró en nuestras vidas para poder compartirlo en cada palabra y en cada gesto que realizamos.

Hagamos de esta agua compartida la mayor fiesta de pentecostés de la que hayamos participado alguna vez en nuestra vida. Hagamos de cada acto de justicia un testimonio de la obra del Espíritu Santo con nosotros y celebremos pentecostés como nunca lo hemos celebrado en nuestras vidas. Dejemos que de nuestro seno broten ríos de agua viva, de esa misma agua viva en la que fuimos bautizados y la que somos llamados a compartir junto con nuestra propia vida. Amén



Pastor Jorge Weisheim
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: jorge.weishein@ceaba.org.ar

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