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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

5º domingo de Cuaresma, 17.03.2013

Sermón sobre Juan 8:1-11, por Guillermo Buzzo

 

NO CON PIEDRAS, SINO CON AMOR.

 

El sol apenas ha salido, todavía no se distinguen bien los rostros. Una masa de gente armada de piedras, espera enardecida la voz de mando para concretar su cruel propósito. Debe morir. La ley manda matar.

Jesús sabe que cuando el hombre se ciega de esa forma no sirven las razones. Es necesario calmarse. Por eso, inicialmente no responde. No es que no sepa la respuesta, sino que el auditorio no está todavía dispuesto a escucharla. Y es que la Palabra de Dios, necesita de nuestro silencio y recogimiento. Sin silencio no hay palabra.

Le insisten. Ahora sí, poniéndose nuevamente de pie pronuncia esa frase que es, como toda Palabra que sale de su boca, espada de doble filo. Para unos, cuestionamiento; para la mujer, libertad. Para todos, salvación. La misma palabra nos dice cosas diferentes y hasta golpea de manera distinta de acuerdo a la situación que estamos viviendo. Esa es nuestra experiencia.

Esa madrugada no se salvó sólo la mujer. Ella, claro está, se salvó de la muerte por lapidación, pero sus verdugos, también fueron salvados de su propia violencia. Se salvaron de cargar el resto de sus vidas con una culpa más, quizás una muy grande. Fueron salvados del dominio sutil de las tinieblas que se escuda en la obediencia de la ley para perpetrar sus letales objetivos.

Muchas veces pensé que si Jesús pronunciaba hoy estas mismas palabras, no todas las piedras terminarían en el suelo. Hoy hemos maquillado el pecado, lo hemos psicologizado, o simplemente nos autojustificamos en el error. Tantas veces escuchamos "yo no mato, yo no robo, no le hago mal a nadie. Yo no tengo pecado" Deberíamos contestar: "Si aquel día estabas entre la muchedumbre, la adúltera estaba muerta!"

¿Quién es el malo? ¿Quién es el enemigo?

Los antiguos procedían a un sacrificio expiatorio, para librarse del mal. Consistía en sacrificar un animal que simbólicamente cargaba con los pecados de todos. Estos ritos respondían a la necesidad de todos los tiempos de liberarnos del mal que nos oprime, y que no debe formar parte de nuestras vidas, de nuestras familias y comunidades.

Hoy lo vemos con las enfermedades. Cuando alguien en la familia está enfermo, nos desesperamos por sacar fuera todo rastro de ese mal, y librarnos a cualquier precio de esa opresión.

Hoy también estamos a la caza de los malos. Dividimos el mundo en malos y buenos, y -logicamente- nos ponemos del lado de los buenos. Pensamos que eliminando a los criminales el mundo será un lugar mejor. Soñamos con un nuevo Diluvio, aunque Dios mismo haya dicho que ya no lo volverá a realizar, ya que la única familia buena que quedaba sobre la tierra y sobrevivió a la inundación, no demoró mucho en corromperse después.

Jesús es diferente a nosotros. Él no vino a matar a los pecadores, sino a dar la vida por ellos. O sea, por todos nosotros.

Hoy, necesitas ser perdonado de tus infidelidades, de tus traiciones, pero también de tu violencia, de tu anhelo de juzgar al que se equivocó. Comprendamos que la salvación que el Señor trajo, se derramó por igual sobre todos esa madrugada, y también quiere derramarse sobre todos nosotros en el día de hoy.

 



Presbitero Guillermo Buzzo
Salto, Uruguay
E-Mail: gbuzzo@adinet.com.uy

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