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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Noveno domingo de Pentecostés, 26.07.2015

ALCANZÓ PARA TODOS Y SOBRÓ
Sermón sobre Juan 6:1-21, por Héctor Diomede

El Evangelio menciona el cruce del Mar de Galilea, Jesús con sus discípulos va de Capernaum esto es de Galilea que estaba bajo el gobierno de Herodes Antipas a otra jurisdicción, a Betsaida Julia de la región de Traconitide bajo el poder del otro hermano de Herodes, Felipe. Cerca de Betsaida Julia hay una pequeña planicie siempre verde, que se llama El-Batiya, donde aseguran los estudiosos que se llevó a cabo el encuentro con la multitud que le seguía. Jesús cruzó en una barca pero la gente le siguió a pie, unos siete kilómetros cruzando el vado del Río Jordán, así que damos por sentado que llegaron varias horas después.

Como todos ustedes saben el relato es conocido como “La multiplicación de los panes y de los peces”, recién escuchamos la lectura del Evangelio de Juan, que para las comunidades de fe de los primeros siglos tiene que haber sido un hecho muy importante y significativo, porque además del texto que hemos leído hoy se encuentra en los otros tres evangelios sinópticos, y por si fuera poco, si sumamos los otros relatos de alimentación a la multitud, nos encontraríamos con un total de seis (Juan 6,1-21; Mateo14,13-21; Mateo15,32-39; Marcos 6,30,44; Marcos 8,1-10, Lucas 9,10-17).

La consideración de estos textos por la iglesia primitiva, tuvo siempre una valoración catequística, esto es, para la enseñanza de la comunidad de fe, para la predicación del evangelio y consecuentemente con la vida práctica, y para testimonio de la unidad de los creyentes como cuerpo de Cristo.

Por eso, después de leer varias veces el texto y reflexionar me he preguntado: ¿Y si lo pensamos como si fuera una parábola? Un gran parábola. Extraño, ¿no? Porque dicho breve y rápidamente, qué es una parábola sino una enseñanza que busca cambiarnos, transformarnos, convertirnos.

Y este relato tiene todos esos condimentos. Podríamos pensarlo como en tres círculos concéntricos.

El círculo central es el núcleo que atrae en forma centrípeta a los otros dos y es la comunión de los santos. Le sigue otro círculo que es la comunidad de fe y todavía uno más amplio, la comunidad en la cual vivimos, servimos y testificamos de nuestro Señor.

Jesús se encuentra con una multitud que lo venía siguiendo y escuchando sus enseñanzas. El Evangelio habla de cinco mil, pero sin contar las mujeres y los niños, pues esta era la costumbre de la época. Como dijimos, en este como en otros Evangelios se relatan los hechos con características parecidas. Aquí Jesús le pregunta a Felipe por la solución, quién termina haciendo cálculos económicos, pero la solución no pasa por la economía. Y Andrés trae a un joven con cinco panes de cebada y dos pequeños pescados conservados en vinagre, como era la costumbre. Los panes no eran de trigo, sino de cebada…todo un símbolo. Era el pan más barato, el que consumían los pobres, y que estaba asociado con el pecado, ya que es la ofrenda que debe ofrecer la mujer adúltera. Y es allí donde Jesús produce una señal prodigiosa al partir el pan y compartir el pescado, tan maravillosa fue que alcanzó para todos y sobró. Su orden a los discípulos fue: “Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada” (Juan 6,12). De modo que, lo que parecían recursos escasos fueron más que suficientes.

El hambre en el mundo es un flagelo. Aunque la producción agrícola puede hoy alimentar al doble de la población mundial, más de 900 millones de personas la padecen con los desencadenantes: desnutrición, enfermedades asociadas, pobreza, indigencia y marginalidad. Y esto no es un problema de cálculo económico, ni aun yendo más lejos, político. Es cómo mostrar la misericordia de Dios tal como lo hace Jesús, compasivo y con pasión, solidario con el otro, con el prójimo. Debemos mostrar el camino del Reino de Dios, que hay esperanza en un futuro distinto si se juega con amor. Esto no quiere decir que renunciamos al compromiso social de luchar por la paz, la justicia y la verdad en nuestra sociedad.

El segundo círculo es el de la comunidad de fe. Esta lectura debería aleccionarnos sobre la verdadera naturaleza en la cual está fundada. Estamos aquí porque somos pecadores, redimidos, pero pecadores al fin, no deberíamos olvidar esta condición. Necesitamos confesar nuestros pecados, arrepentirnos y recibir el perdón de Dios. Estamos aquí porque estamos necesitados del mutuo cuidado, del sostén fraternal, del afecto cálido del hermano. Necesitamos que el mandamiento de amarnos los unos a los otros, sea una realidad más allá de cualquier diferencia personal. Y estamos aquí, porque estamos hambrientos, hambrientos de la palabra de Dios. Esa palabra que es “más cortante que espada de dos filos, y penetra hasta partir el alma y el espíritu.”(Hebreos 4,12). Siempre el Señor nos dice cosas nuevas, nos inquieta, nos alerta, nos saca de nuestra zona de confort.

Pero la comunidad de fe no es solo un lugar donde cobijarnos, sino donde trabajar para el Reino de Dios. Es cuando su Palabra se expresa en testimonio de fe, en proclamación del mensaje y también cómo le gustaba decir a Juan Wesley en “obras de misericordia”, ese servicio que se presta al hermano, al prójimo. La comunidad de fe es el paradigma de la unidad del cuerpo de Cristo, frente a un mundo fragmentado y dividido.

El tercer círculo –a que nos lleva esta reflexión- concéntrico y centrípeto en cuanto atrae sobre sí los dos anteriores, es la santa comunión o eucaristía. Hay señales en el texto que nos indican a Jesús haciendo gestos propios de la que sería después la última cena con sus discípulos. La bendición, la partición del pan y el pescado, compartirlo entre todos. En el otro de los Evangelios se expresa más claramente: “Y tomando los cinco panes y los dos pescados, levantando los ojos al cielo, los bendijo, y los partió, y dio a sus discípulos para que lo pusieran delante de la gente” (Lucas 9,16). Es cierto, falta algo fundamental, la copa del pacto, pero está todo el resto. Alguien la ha puesto a la multiplicación de los panes y de los peces el título de la “proto-eucaristía campestre”.

Hay un hecho similar, Jesús Resucitado se encuentra con sus discípulos, ellos bajan de la barca y el Señor ya tiene asando un pescado y pan, y les dice: “Venid, comed”. (Juan, 21,1-14).

La bendición, la partición del pan y los peces, y la orden de compartir entre la multitud, tenía en la iglesia primitiva una asociación directa con la comunión y el ágape. Esto nos fue legado a nosotros hoy como un sello inconfundible que confesamos a un mismo Señor y Salvador.

Hermanos, el mensaje del Evangelio para esta mañana se trata del amor al prójimo, del amor que nos debemos como hermanos unos a otros y del amor a Cristo que nos amó a cada uno de nosotros. No es un amor seco y escuálido, sino activo, comprometido y solidario.



Lic. Héctor Diomede
Buenos Aires
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