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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Duodécimo domingo de Pentecostés, 16.08.2015

Sermón sobre Juan 6:51-58, por Hugo N. Santos

Otro domingo que seguimos meditando en el capítulo 6 de Juan. Y está bueno que centremos nuestra atención en la Santa Cena dado que buena parte de las iglesias vinculadas a esta página la celebran todos los domingos. Pasados 20 siglos es necesario volver a pensar algunos rasgos esenciales de la última cena del Señor tal como fue vivida y recordada por las primeras generaciones cristianas.

Aquellos gestos o partes de la liturgia que se repiten con asiduidad siempre corren el riesgo de colocar en primer lugar las formas, los estilos, los gestos, olvidando algunos aspectos importantes de la última cena del Señor. Del Señor vivo y actuando.

Lo que está claro es que en las palabras de Jesús sus seguidores no se quedarán huérfanos. En estas Santas Cenas que compartimos en nuestros cultos, recibimos la Palabra dejando que lleguen a nuestro interior de modo que nos identifiquemos con ese Jesús que amamos y cuyo estilo de vida quisiéramos imitar.

El cuerpo de Jesús es un cuerpo entregado. Esto es lo que decimos en la Comunión: “Esto es mi cuerpo entregado por vosotros, haced esto en memoria de mí”. Por eso la Comunión nos moldea a la vez que nos va acercando a la imagen de Jesús, va haciendo el Evangelio más familiar y aumenta la esperanza en el encuentro final con Él. Jesús marcó el camino de la resurrección.

Para celebrar la Santa Cena no basta repetir palabras prescriptas o desearnos la paz en el momento adecuado. Se puede participar de la Santa Cena sin festejar nada en el interior de nosotros mismos. Durante la semana hemos escuchado muchas voces, algunas que nos confunden sin que nos demos cuenta de ello. La televisión, por ejemplo, presenta una y otra vez sucesos de la vida de mucha gente cuyos hechos no tienen nada que ver con el mensaje de Jesús o se proclaman valores, explícita o implícitamente, que no son a los que el Señor daría prioridad.

El momento de la Comunión es decisivo. Es el momento para recibir a Jesús en nuestra vida, para experimentarlo, identificarnos con Él y dejarnos tomar, fortalecer e iluminar por su presencia. El Evangelista Juan utiliza ciertas expresiones para hablar de esa presencia de Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último”. Si todo queda en doctrina pensada y aceptada con piedad, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo.

Vivir la comunión es mucho más que acercarnos a la Mesa de la Comunión distraídamente para cumplir con un rito. Es un acto de fe de una intensidad especial, única. Por eso, el hambre de Jesús es un elemento fundamental. Jesús lo experimentó al compartir el pan y el vino con sus discípulos. “Qué ganas tenía de cenar con ustedes antes de padecer”, les dijo (Lucas 22:14)

Jesús fue esa noche con ganas, con ganas de encontrar un apoyo en sus amigos, con ganas de celebrar la Pascua, con ganas de saber. Celebrar la comunión es hacerlo con ganas. La comida tiene otro gusto cuando tenemos hambre. Un dicho popular dice que no hay mejor condimento que el hambre, la bebida nos provoca una sensación especial cuando sentimos sed. ¿Nos acercamos a la mesa de comunión con ganas? Si no hay ganas puede ser un acto mecánico. Pero si hay deseo habrá bendición.

La comunión es un ejercicio de memoria. Es recordar la entrega del Dios encarnado muriendo por nosotros como expresión máxima de su amor. El pan y el vino compartido por Jesús. En su muerte, encontramos el camino de la vida plena y en su resurrección podemos saber que habrá resurrección y vida eterna para los que viven cerca de Él. A Jesús le preocupaba que no lo olvidemos, nosotros que somos tan propensos a olvidar algo tan importante como esto. Recordarlo siempre es poner primero lo que es primero.

Por supuesto, uno puede recordarlo en cualquier momento. Pero se trata de un momento especial vivido en comunidad, no estamos solos. Es en el cuerpo de Cristo, la Iglesia, el lugar de los creen en este sacrificio y en esta resurrección, un lugar para creyentes, para los que tienen la tarea de anunciar la mejor noticia. La Santa Cena es el recuerdo de una historia de amor. El recuerdo de alguien que puso el cuerpo para la vida plena de otros y que nos pide que así sea nuestro estilo de vida, “presentad vuestros cuerpos” decía el Apóstol Pablo, de eso se trata la misión.

A veces se ha hablado en la tradición evangélica de tener a Cristo. La comunión nos recuerda que la experiencia cristiana no se trata de un Jesús ya instalado y enquistado sino de un Cristo que siempre está llegando. Por eso la comunión es recuerdo, pero también da cuenta de este Jesús que siempre llega y al llegar renueva, transforma, hace nueva nuestra vida. Que nuestra comunión implique un redescubrir a Cristo resucitado, resucitando aquellas zonas que necesitan ser hechas vivas con Su poder y renovando nuestro pacto con Él.

El Evangelio no es una cosa del pasado, el Evangelio está ocurriendo hoy. Por eso nos hacemos uno con aquel grupo de amigos que recibió de Jesús el pan y el vino con el pedido expreso suyo que le recordáramos cada vez que los comemos y bebemos.

Asimismo creemos que como Jesús multiplicó los panes y los peces de aquel muchacho que generosamente los puso a los pies de Jesús, Él podrá multiplicar a partir del pequeño trozo de pan y de ese sorbo de vino, por la acción del Espíritu Santo, en la semana que sigue y en todo tiempo que Él quiera, nuestras ganas de vivir, nuestra capacidad para amar y nuestra fe y esperanza en todo lo bueno que Dios querrá hacer en nosotros y en este mundo suyo.

“El que coma de este pan vivirá eternamente”. No necesitamos esperar a la muerte para tener la vida eterna y alcanzar la felicidad. La vida eterna la tenemos ya ahora. Esta es la vida en comunión con Dios, la vida en el amor de Dios. La vida que puede vencer a la muerte. Por eso, necesitamos de este Pan vivificante que es el mismo Jesús. Por eso la vida eterna no es un premio que nos espera en el más allá, sino una realidad ya poseída en el interior de nuestro cuerpo mortal.

Cuándo hablamos de la vida eterna ¿de qué vida hablamos? No hacemos alusión a seguir viviendo numerosos años como una continuación de la vida que ahora vivimos. Vida eterna es vida plena, el poder alcanzar la totalidad de los dones de la vida que ahora poseemos limitadamente, pero sin la sombra de la muerte y sus representantes.

Los que lo oían a Jesús no tenían los ojos de la fe para ver en Jesús al nuevo y definitivo maná. Lo veían como un hombre cualquiera. Lo veían como un ser humano como los demás. No aceptaban que el hijo de María fuese el Mesías. No podían ver que el Pan que Jesús ofrecía no era como el maná del desierto que habían comido los antepasados.

Dichoso aquel a quien le ha sido dado alimentarse de este sagrado banquete. Porque la eucaristía permite alimentarse del pan y el vino y, contemporáneamente, del recuerdo de una historia de amor…que continúa.



Pastor Hugo N. Santos
Buenos Aires
E-Mail: hnsantos@ciudad.com.ar

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