Göttinger Predigten

Choose your language:
deutsch English español
português dansk

Startseite

Aktuelle Predigten

Archiv

Besondere Gelegenheiten

Suche

Links

Konzeption

Unsere Autoren weltweit

Kontakt
ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

19º Domingo después de Pentecostés, 04.10.2015

Sermón sobre Marcos 10:2-12, por Michael Nachtrab

Queridos hermanos y hermanas:

Puedo equivocarme pero tengo la sensación extraña que justamente en el matrimonio –en el ámbito familiar, es donde más se escucha la frase: debo tomar mi cruz y aceptar tal o cual situación. Muchas veces esas situaciones tienen que ver con decepciones, desamores y engaños. Pero en el peor de los casos “tomar mi cruz” se refiere a resignarse y tolerar todo tipo de violencia y maltratos. Es triste admitir, pero justamente detrás de las 4 paredes, en el ámbito privado de la casa y de la familia es donde los hombres pero sobre todo las mujeres, niñas y niños sufren tremendas atrocidades. En medio de esas situaciones de menor o mayor desamor, de menor o mayor violencia, siempre retumban las voces que dicen: “debo aceptarlo así”, “debo sufrir”, “debo aguantar”, “debo tomar mi cruz”. Y si uno pregunta por qué debe ser así, la respuesta es: “es la voluntad de Dios”; “seguro que es parte de algún plan divino”. El paso de ahí al tobogán vicioso de la violencia y sumisión es el paso de un bebé. Entre gritos, engaños, golpes, lágrimas y heridas aquella cruz que supuestamente se convertirá en alas que llevan al cielo prometido, se vuelve una piedra de molino que hunde cada vez más en el mar profundo e infinito de la desesperación.

Sin embargo, hay salida. Antes de entrar al tobogán o cuando “se muere el amor” – como se dice hoy en día indiscriminadamente en programas de televisión, el vecindario y hasta en las iglesias– estuve tentado a decir, hay salida gracias a Dios. Pero no sé si es correcto decirlo así no más. Obviamente es intolerable que haya tanto sufrimiento y tanta violencia en un ámbito que debe posibilitar la buena vida. Un ámbito que no debe exponer, sobre todo a los más débiles, a lo que el ser humano es capaz y predispuesto a hacer por sus deseos. El ámbito del matrimonio y de la familia justamente debe ser un muro de contención para cubrir el estar expuesto del ser humano, es decir su debilidad, y contener el estar dispuesto del ser humano, su obediencia ciega a lo que él considera bueno y malo. Para decirlo un poco más claro, el matrimonio debe ser un muro de contención contra el caos del pecado humano.

Ahora bien, como dije, la tentación de decir: “gracias a Dios existe la posibilidad de salirse del matrimonio”, es grande. Pero creo que antes de decir “gracias a Dios”, una voz interrumpiría con toda autoridad y claridad diciendo: “…por la dureza de su corazón. No gracias a Dios, sino por la dureza de su corazón existe la posibilidad y la necesidad de divorciarse.” La que me habla aquí interrumpiéndome, es la misma voz de Jesús. Un disparate total ¿no? ¿O más bien admirable? Habrá algunos que se molestan por la dureza de esas palabras y quisieran que se calle o hacerlo callar. Y otras incluso pensarán: “El que tiene el corazón endurecido es Jesús.” Otros mientras tanto, pueden sentir esas palabras como el argumento clave para ganar la lucha por la defensa del matrimonio como algo sagrado, sacrosanto. Entre aplausos algunos irán en búsqueda de piedras para disponerse a juzgar a los pecadores y adúlteros y adulteras. Pero les pido un momento a aquellos que ya quisieran tirarle alguna piedra al mismo Jesús y a los que ya están a punto de apedrear a los divorciados. Debemos tener cuidado aquí y recordarnos que no somos iglesias de jueces sino de testigos, de discípulos. Y el discípulo debe ser atento para escuchar y lento para juzgar.

Estoy convencido que en el evangelio de hoy aún resuena el evangelio de la semana pasada. Allí hay una advertencia de Jesús que dice: “Si alguien hace pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar.” (Mc 9:42) Eso lo dice a sus discípulos y si la iglesia se entiende como discípula, entonces Jesús dice esto también a nosotros hoy. Y eso es escandaloso, es realmente una piedra de tropiezo para nosotros. Es esa piedra de tropiezo con que nos topamos nuevamente cuando Jesús dice que la ley del divorcio existe por la dureza de su corazón y que el hombre no separe lo que Dios ha unido.

Por todo ello no nos engañemos: tanto una iglesia que se horroriza como una iglesia que aplaude ingenuamente los dichos de Jesús perdió el don de escuchar la palabra de Dios. Y eso es la fuente de toda dureza del corazón. Nos hace obedecer ciegamente a lo que la doctrina, o la tradición, o los tiempos modernos llaman bueno y malo y desobedecer a lo que Dios quiere para sus hijos e hijas.

Hay que decirlo con claridad: la posibilidad de divorciarse, para Jesús, es pecado y va contra la voluntad de Dios. Nuevamente: es pecado y va contra la voluntad de Dios. Jesús no dice que va contra la tradición, que va en contra de lo que es bueno y deseable y aceptable en su tiempo. La iglesia que ya no ve ese pecado, queda inamovible ante toda la culpa y el sufrimiento acumulados cuando dos personas llegan a la decisión de divorciarse. Esa iglesia haría bien en ofrecer a ambos y a toda la familia momentos de oración, charla pastoral y confesión en vez de revestir esa miseria humana con frases como “se murió el amor” o celebraciones litúrgicas de divorcio. Pero al mismo tiempo, la iglesia que condena a los divorciados como pecadores no ve el pecado. Solamente se horroriza por ver caer su castillo de naipes que construyó a partir de su doctrina y tradición. Realmente es por la dureza de corazón que obliga a personas a casarse para ser, no buenos cristianos, sino buenos miembros de la congregación. Es por la dureza del corazón que en vez de abogar por todas las víctimas de violencia familiar o calla o condena. En fin, ambas iglesias no hacen otra cosa que justificar el pecado y no al pecador. Y es más, ambas iglesias son culpables por “hacer pecar a esos pequeños” que debe cuidar. Sin embargo, en vez de cuidarlos, los dejan expuestos y dispuestos al caos del pecado humano, los dejan no a la buena de Dios sino a la buena de lo que es bueno y malo para la doctrina, la tradición o el tiempo moderno, para que den rienda sueltas a sus instintos y deseos.

Nuestra tarea como iglesia y como cristianos es dar testimonio de la palabra de misericordia y fidelidad del Señor. Solamente dando testimonio podemos conducir a “esos pequeños” a la fuente, lo que es antes de toda doctrina, tradición y tiempo moderno, donde ellos mismos pueden volverse testigos y escuchar la palabra de Dios. Y en esa palabra, el matrimonio no aparece como obligación humana, ya sea porque lo manda la tradición o porque es bien visto por la sociedad o por alguna decisión romántica o incluso para que sea salvo, para que Dios me acepte y quiera. El matrimonio en primerísimo lugar es un don, un regalo misericordioso de Dios hacia nosotros. Es en todo el sentido de la palabra gracia, porque no depende de los seres humanos y lo que hagamos o dejamos de hacer, lo que deseamos o no deseamos, depende únicamente de la voluntad de Dios, de su misericordia y fidelidad. Y si afinamos los oídos, vamos a poder escuchar esa palabra misericordioso y gracioso de Dios acerca del matrimonio como mandato y promesa. Justamente, Dios nos llama al matrimonio, al igual que nos llama a vivir en una sociedad y un estado y a congregarnos en una iglesia, y quiere que obedezcamos porque el matrimonio al igual que el estado y la iglesia son un muro de contención contra el caos del pecado. Dios nos llama al matrimonio para que no estemos expuestos y dispuestos al pecado. Por eso el mandato y la promesa van juntos, no se contradicen, como bien podemos escuchar en el Salmo 128: “Llama dichoso a aquel que camina por la senda del Señor porque habrá pan, paz, trabajo, bienestar y alegría en su casa”. Y lo más hermoso de ese Salmo es que no solamente en la casa, en el ámbito de las 4 paredes, sino en toda la ciudad habrá Shalom, habrá paz y bienestar. Por eso, dos que se casan en obediencia a ese mandato de Dios, y no en obediencia a la doctrina, tradición o sociedad, serán hijos e hijas de Dios, herederos de la promesa que ellos serán bendecidos y a través de ellos todo su entorno.

Lo repito: Casarse no tiene que ver con otra cosa que no sea escuchar la palabra de Dios, obedecer su mandato, confiar en su promesa y dejar que Él me despierte cada mañana para escuchar nuevamente su misericordia y fidelidad y para dar testimonio ante el mundo. Parte de ese testimonio es jurar ante una comunidad de testigos un pacto de mutuo respeto, amor y paciencia, un pacto que solamente es posible con la ayuda de Dios. Parte de ese testimonio también es aceptarse mutuamente como Cristo nos aceptó para gloria de Dios (Romanos 15:7). Por eso, no es lo mismo juntarse, como se dice aquí en esta zona, que casarse. Efectivamente le falta la dimensión explicita del testimonio. Y para volver al principio, ese testimonio, ahora sí, tiene que ver con “tomar la cruz”. No para sufrir por sufrir. No para aceptar lo inaceptable. No como sacrificio sin sentido. Sino como testimonio evangélico en obediencia despierta a la palabra liberadora de Dios y en desobediencia a todos los poderes que quieren controlar toda nuestra vida queriendo ocupar el lugar que a Dios le corresponde. Uno de esos poderes fue el nazismo alemán que hasta obligó a parejas a divorciarse si uno de los dos no era “puramente” alemán, por ejemplo si era judío. Cuando le obligan a Jochen Klepper, poeta y compositor de muchos himnos, y a su esposa judía a divorciarse, ambos se resisten. La presión llega a tal punto, que el peligro de que ella y su hija sean deportadas a un campo de concentración cada vez se hace más concreto y real. Por ello, un día de diciembre del año 1942 toda la familia decide salir de esa calle sin salida, quitándose la vida. La última entrada en el diario de Jochen Klepper termina con la frase: “Dios es más grande que nuestro corazón.”

Efectivamente, Dios en su misericordia y fidelidad, es más grande que el corazón endurecido del ser humano. Amén



Pastor Michael Nachtrab
San Vicente, Misiones
E-Mail: famnachtrab@hotmail.com

(zurück zum Seitenanfang)