Göttinger Predigten

Choose your language:
deutsch English español
português dansk

Startseite

Aktuelle Predigten

Archiv

Besondere Gelegenheiten

Suche

Links

Konzeption

Unsere Autoren weltweit

Kontakt
ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

20º Domingo después de Pentecostés, 11.10.2015

Sermón sobre San Marcos 10:17-27, por Ángel F. Furlan

 

En aquel tiempo, cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre". El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud". Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.

Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!". Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios". Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los seres humanos es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".

En el mundo en que vivimos hay demasiadas palabras. Quizás sería mejor decir demasiado palabrerío. En medio del palabrerío que escuchamos permanentemente surge el hambre por algo distinto. No nos alcanza con el pan que alimenta el cuerpo, en nosotros también hay hambre y sed de la palabra que anuncia un mundo distinto y una vida distinta. Como dice el profeta, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Dios (Amós 8:11).

Cuando abrimos nuestro corazón la Palabra de Dios toca nuestra vida y nos impacta. Llega hasta lo más profundo y produce cambios que transforman nuestra manera de pensar y de vivir (Hebreos 4:12). La Palabra llega a nosotros para cambiar nuestra manera de ver las cosas, nuestra manera de mirar la realidad que nos rodea.

El hombre del relato evangélico se acercó a Jesús porque, aparentemente, tenía sed de “algo más”. Partiendo quizás de la pregunta equivocada, se acercó a Jesús queriendo saber qué necesitaba hacer para asegurarse la vida eterna.

Jesús, comenzando desde lo que el hombre conocía, le recuerda los mandamientos. Es importante notar que, de los diez mandamientos, Jesús menciona aquellos que están en relación con el prójimo: no matar, no robar, no cometer adulterio, no acusar en falso, honrar padre y madre. En una palabra actuar con justicia.

Jesús no comienza por hacer un largo discurso sobre Dios. Deja bien claro, tanto para este hombre, para la primitiva comunidad a la que escribe Marcos y para nosotros hoy, que el camino cristiano tiene como primer horizonte a nuestro prójimo. Así que, en nuestro crecimiento espiritual, las obras que surgen de la fe solamente hallarán un terreno fértil en las relaciones de justicia con los demás seres humanos.

Es justo aquí donde queda en evidencia el centro de la cuestión. El hombre le dice a Jesús que él ha cumplido siempre con todo. Esto es porque en su análisis de lo que son las relaciones de justicia, no puede ver mucho más allá de sí mismo y por lo tanto le es imposible ver a los demás seres humanos en su real dimensión.

La respuesta de Jesús es clara, sencilla, no puede ser más simple: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".

El tema del tesoro en el cielo ha sido muchas veces mal entendido. El tesoro en el cielo es una respuesta dirigida a la riqueza y no a la pobreza. Jesús no le está diciendo a un pobre: espera el cielo; Jesús le está diciendo a un rico: haz tesoro en el cielo. Curiosamente, en el ámbito religioso muchas veces hemos predicado al revés, le hemos dicho al pobre: Resígnate al sufrimiento y la exclusión y espera tu recompensa en el cielo.

En cuanto al hombre, no pudo entender la Palabra porque como era rico y como no podía ver más allá de su propio universo, oyó con el énfasis equivocado. Puso el énfasis en el vende todo lo que tienes y no en el ven y sígueme. No pudo ver que el centro estaba en el seguimiento de Jesús, único camino, verdad y vida. Fue por eso que se fue. Tenía mucho dinero y sólo podía oír hablar en términos de dinero. No pudo oír el llamado de Jesús a seguirlo, a construir junto con Él esto totalmente nuevo que es el reino de Dios. El reino con su llamado a pensar en la totalidad y no sólo en el más allá. La totalidad por la que se nos enseña a orar en el Padre nuestro, no sólo la vida después de la muerte sino también la vida antes de la muerte.

El gran problema del hombre del relato y el gran problema de un mundo controlado por un sistema que pone el dinero antes que el ser humano, es que toda comprensión posible está ligada justamente al patrón dinero y al esquema de acumulación. Esa es la razón por la cual a la mayoría de los economistas les cuesta tanto entender que el más grave problema del mundo no es la pobreza, sino la acumulación la riqueza. Se habla de combatir la pobreza pero muy poco de la verdadera causa de la pobreza que es la riqueza acumulada en unas pocas manos.

Lo más dramático es que, para el sistema económico financiero impuesto a nuestra sociedad, el dinero llega a ser visto como un elemento de salvación y en ese sentido compite con Dios. En la Argentina tenemos una expresión popular que describe en forma muy gráfica la idea, se dice “ese sí que está salvado”, refiriéndose a una persona que tiene o gana suficiente dinero como para asegurarse una vida de bienestar material.

A causa de esta ideología es cada vez mayor el número de personas que tienen cada vez menos o no tienen nada, mientras que un pequeño grupo no sólo posee prácticamente todo sino que cada vez acumula más. Ricos cada vez más ricos y más y más pobres cada vez más pobres.

El Evangelio de hoy marca un punto central sobre el cual el seguidor de Jesús se tiene que definir: de acuerdo a la palabra de Jesús está claro que el seguimiento, si es verdadero seguimiento, es incompatible con la acumulación de riquezas o con la indiferencia frente al sistema que la provoca.

Volviendo al relato, el hombre se va triste porque, como nos dice Marcos, tenía muchos bienes. Jesús no hace nada para retenerlo, para suavizar su posición, para “negociar” una salida a la cuestión. Por el contrario Jesús declara lo difícil que es para los ricos entrar al reino de Dios; y visto que sus discípulos todavía no lo entienden, lo recalca con una figura hiperbólica; es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios. Está diciendo clara y terminantemente que la acumulación de riqueza es absolutamente incompatible con el reino de Dios.

Jesús no está hablando en términos de salvación/condenación sino en términos del reino de Dios. Jesús no está hablando de la herencia de la vida eterna, en los términos de lo que aparentemente implicaba la pregunta original del hombre rico, sino de la irrupción del reino. Desde los valores del reino queda claro que a los están apegados a las riquezas y a los privilegios sociales les es imposible entrar a formar parte del proyecto que Jesús está llevando adelante. Es algo que nos cuesta mucho comprender y no debería ser causa de asombro ya que los mismos discípulos, al oír el planteamiento de Jesús, quedaron impactados y llegaron a exclamar entonces, ¿quién podrá salvarse? Un temor y desconcierto que muchas veces afecta a las iglesias al tratar de expresarse y dar respuesta a los grandes problemas de nuestro tiempo.

Por otro lado, es verdad, las iglesias y los cristianos estamos preocupados por la pobreza, hablamos de la pobreza, nos esforzamos por ayudar a los pobres. Pero, es necesario aceptarlo, es fácil hablar sobre la pobreza cuando no nos preocupa qué vamos a comer mañana; es fácil especular sobre el hambre y la miseria en el mundo cuando ganamos un buen sueldo y hasta tenemos dinero en el banco; es fácil predicar contra los desequilibrios sociales, cuando los miramos desde afuera; es muy fácil tomar decisiones sobre proyectos relacionados con los dolores de la pobreza desde la comodidad de una oficina. Es fácil incluso, desde nuestra posición privilegiada, sentir alguna sed “algo más”, la necesidad de buscar sentido a nuestra vida como el hombre aquel del evangelio. Pero, no nos hagamos ilusiones, la respuesta va a ser siempre la misma: el llamado a romper con el esquema de acumulación, la igualdad solidaria y la disponibilidad absoluta para ponernos al servicio de nuestro prójimo.

No se trata sólo de dar sino de compartir. Ni siquiera se trata de vender y repartir, se trata de compartir (con-partir). Aunque buenas, las campañas de caridad no son exactamente el camino por el que se llega a concretar el proyecto de opción por los empobrecidos de este mundo. Es necesario cambiar la manera de pensar, cambiar la escala de valores, cambiar la concepción de lo que es el dinero. También es necesario entender que tanto la capacidad intelectual como la propiedad son bienes sociales que deben servir como medios para restaurar los derechos y la dignidad de aquellos que han sido dejados fuera por el sistema, de aquellos que han llegado a ser el material descartable de la economía de mercado. Como iglesia, como comunidades, como cristianos, estamos llamados a enfrentarnos permanentemente con esta Palabra de Jesús, con su proyecto de vida plena para todos los seres humanos y con el llamado a romper con el sistema ilegítimo que gobierna el mundo. A enfrentarnos con la necesidad imperiosa y vital de volver a los orígenes, de ubicar de nuevo nuestra opción fundamental.

La ética del Evangelio no es la de la pobreza como un valor en sí misma, sino la ética de la igual dignidad y la solidaridad, de la entrega que acompaña al verdadero seguimiento de Cristo. Entendiendo, una vez más, que solidaridad no es sólo un acto de dar ayuda sino mucho más. Se trata de unirnos, de quedar ligados in solidum (es decir de una forma completa e indisoluble), en todo lo que ello significa, con aquellos que son los privilegiados en el pensamiento de Jesús.

La fe cristiana no consiste en exaltar la pobreza como una virtud y mucho menos cuando aquellos que sufren la pobreza no la han elegido por su propia voluntad. Lo que nos pide el evangelio es luchar por la justa distribución de la riqueza, para que haya pan para todos (el pan nuestro de cada día) y para que todos tengamos lugar en este mundo de Dios.

 



Rev. Ángel F. Furlan
Buenos Aires, Argentinien
E-Mail: afurlan@fibertel.com.ar

(zurück zum Seitenanfang)