Göttinger Predigten

Choose your language:
deutsch English español
português dansk

Startseite

Aktuelle Predigten

Archiv

Besondere Gelegenheiten

Suche

Links

Konzeption

Unsere Autoren weltweit

Kontakt
ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

23º Domingo después de Pentecostés, 01.11.2015

Sermón sobre Marcos 12:28-34, por Michael Nachtrab

Queridos hermanos y hermanas:

Pasa una cosa curiosa con los mandatos que nosotros escuchamos de la boca de Jesús. Sobre todo si ese nosotros es evangélico-protestante y si ese “nosotros“ sabe demasiado bien que solamente es importante que creamos, que tengamos fe y no que cumplamos órdenes o mandamientos. Ese viejo saco gris y áspero de la obediencia tal vez le queda bien a los católicos o a los pentecostales, pero no a nosotros que solemos vestirnos con las vestiduras simples y suaves de la fe.

Si entonces, escuchamos decir a Jesús “Ama al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” razonamos de la siguiente manera:

Jesús dice: “Ama al Señor, tu Dios, con todo el corazón”; pero quiere decir: “Lo importante no es que dejes de preocuparte 6 días a la semana en cómo asegurar lo que tienes”, “Lo importante no es que dejes de desesperarte 6 días a la semana por tener lo que deseas” y “Lo importante no es que dejes de confiar en aquellos que te prometen aumentar lo que tienes y obtener lo que deseas”; sino “Lo importante es que sigas preocupándote y desesperándote y confiándote como lo haces, pero que en el corazón ames a Dios y que a lo sumo un día a la semana vayas al culto”. También somos obedientes, no al pie de la letra. Somos obedientes en nuestra fe.

Si un superior, si un oficial, si los padres dan una orden, hay que obedecer. O uno cumple con la orden o no. Eso en primer lugar ya no es problema o responsabilidad de quién dio la orden, sino de quién la recibe. Si los padres dicen a su hijo: ¡Vete a la cama! el hijo sabe muy bien de qué se trata. Pero un niño educado en esta nuestra obediencia en la fe debería argumentar así: “Los papás me dicen: vete a la cama. Quieren decir: estás cansado, no quieren que yo esté cansado. Pero también puedo descansar jugando. Por consiguiente, mis padres han dicho: `Vete a la cama`, pero de hecho, quieren decir: `Vete a jugar`.” El niño, o el ciudadano, que argumenta así, pronto se verá con un lenguaje completamente claro: el del castigo.

Escuchemos nuevamente: Ama al Señor, tu Dios, con todo el corazón. No dice “Ama a Dios en el corazón, en privado o secreto” sino “con todo el corazón, eso es: con toda tu vida, visible para todos.” Efectivamente Jesús dice: “¡Deja de preocuparte por asegurar lo que tienes! ¡Deja de desesperarte por no tener lo que deseas! ¡Deja de confiar en aquellos que te prometen aumentar lo que tienes y obtener lo que deseas! Ocúpate en seguir y rendirle culto a Dios, desespérate por obedecerle y vivir unido a Él y confía y teme solamente a Él.” Eso es lo que Jesús dice y manda. De repente nos damos cuenta que toda aquella fe que teníamos, todo ese amor en el corazón queda pequeño ante el mandato de Jesús. Y capaz por eso huimos y no escuchamos. Pero en vez de huir y desobedecer deberíamos asumir nuestra fragilidad. Deberíamos decir “Yo creo, pero necesito que ayudes a mi incredulidad.” Deberíamos sincerarnos y confesar que ese “ama” es igual de pesado para nosotros como cuando se dice “Sé buen chico”, “Sé buen alumno”, “Sé buena esposa”, “Sé buen ciudadano”, “Sé buen cristiano”. A lo largo de nuestra vida recibimos y damos constantemente estos mandatos. Pero esos mandatos realmente se pueden volver una carga demasiado pesada, veneno para cualquier crecimiento sano, una caminata sobre aguas turbulentas o por medio de llamas. Porque al dar tal orden, la responsabilidad queda en primer lugar del lado de quien recibe la orden. “Sé buen chico” depende únicamente de mí. Si lo logro, todo estará bien, pero si fracaso o si desobedezco la culpa será mía y probablemente seré castigado. Parece que nos olvidamos de que ser buen chico requiere de padres y padrinos que cumplen con su responsabilidad de enseñar, cuidar y hacerle saber al chico que es amado. Para ser buen alumno requiere de profesores que le ponen cuerpo a su profesión y vocación, transmitiendo a sus alumnos conocimientos a través de su propia experiencia. Nos olvidamos también que para ser buena esposa requiere de un buen esposo que le es fiel, la ama, la ayuda y honra. Para ser buen ciudadano requiere de gobernantes que garantizan la paz no simplemente a través del castigo sino haciendo justicia sobre todo a los más débiles. Y para ser buen cristiano hace falta una comunidad que no juzga sino que da testimonio de la misericordia del Señor, de pastores que no prometen bendiciones baratas sino que se comprometen a guiar a sus feligreses a las fuentes de agua viva.

Cuán diferente, cuánto más liviano, suenan todos los mandatos que damos y recibimos cuando el que da el mandato promete, se compromete y garantiza que sea así, que el mandato podrá ser cumplido, siempre y cuando obedezca aquél que recibe el mandato. De cierta manera el “Sé un buen chico” se convierte en “Serás un buen chico”. Creo que eso es el principio del amor al prójimo. No se trata de ir a decir a aquél que sufre “Ponete bien” o “No seas pobre”, sino decirle “Te pondrás bien” o “Ya no serás pobre porque yo me comprometo a que sea así.” Es la actitud del buen samaritano que no sólo le dice al hombre que le robaron todo y lo dejaron golpeado en el camino que se ponga bien. Él se comprometió con ese hombre y garantizó que se ponga bien, llevándolo a un albergue y pagando para que le cuiden y atiendan. El amor al prójimo comienza con darme cuenta que efectivamente soy el cuidador de mi hermano, que soy responsable por él. Y el amor al prójimo se perfecciona cuando dejo de preguntar constantemente cómo es mi prójimo, quién es mi hermano, a quién debo de amar. Tenemos que entender que se trata de cómo me hago prójimo de quién necesita de mi, de quién me vuelvo hermano, a quién amo yo.

Pero, ustedes seguramente ya lo intuyen: eso es demasiado difícil. ¿De dónde sacar el tiempo? ¿De dónde sacar las fuerzas para comprometerme de tal forma con alguien? Dios quiera que finalmente aquí nos demos cuenta de que si nos parece demasiado difícil amar a nuestro prójimo así, entonces es debido a que todavía nos preocupamos demasiado por poner en seguro lo que poseemos, nos desesperamos todavía demasiado por no tener lo que deseamos y confiamos todavía demasiado en aquellos que nos prometen aumentar lo que tenemos y obtener lo que deseamos.

Queridos hermanos y hermanas, es aquí donde nos debemos dar cuenta finalmente y sin dar más vueltas, que si no somos capaces de amar a nuestros prójimos así es porque amamos a nuestras riquezas y posesiones y amamos a los señores que nos prometen dar mil y una cosas siempre y cuando prometemos amarlos. No nos dejemos engañar, porque esos señores son astutos. A veces ni siquiera nos dicen “ámenme” sino dicen “ámense a ustedes mismos”. Saben muy bien de que aquél que se ama a sí mismo es como una vela en la oscuridad que necesita de su propia luz y calor para no tener miedo y sobrevivir, pero al mismo tiempo se va gastando y gastando. Y ya cuando está en lo último vienen de nuevo esos señores prometiendo luz, calor y salvación y como el pobre está desesperado es capaz de vender hasta nuestro alma, capaz de tirarse a los pies del mismo diablo, por la lucecita y el calorcito fugaz de un fosforito.

Por ello, quien no es capaz de amar a su prójimo y comprometerse con él, es porque todavía ama a sus posesiones y ama a otros Señores. Pero escuchemos nuevamente: “Ama al Señor, tu Dios, con todo el corazón.” Ya Entendimos que nuestra fe no vale nada mientras permanecemos haciendo lo que venimos haciendo. Pero ¿qué tal si obedecemos? ¿Qué tal si obedecemos no como el soldado quien va al muere -como quien cumple una orden estúpida, sino si obedecemos como obedece el niño que todavía no se anima a caminar? Sus padres lo llaman por su nombre, abren sus brazos y lo miran con una sonrisa cálida. El niño escucha su nombre, ve los brazos abiertos y la sonrisa de aquellos que lo aman, cuidan y dan de comer. Eso va generando confianza en el niño que poco a poco se va parando y supera el miedo a caminar, a usar aquellas dos piernas que nunca pensó que podían hacer tal cosa como caminar. Los padres no le tienen que decir cómo caminar. Sola hace falta la confianza en ese amor, confianza en el nombre, confianza en los brazos y la sonrisa. Es una prueba de fe. Es la única situación donde es posible creer y confiar. Pero no basta con que el niño escuche su nombre y se quede ahí quieto. La confianza y la fe se muestran plenamente en la obediencia, en el caminar. Es ahí donde el niño depende de alguien que llama y de dos brazos abiertos que lo retienen cuando cae.

Escuchemos bien, entonces, y sobre todo reconozcamos la voz de quién habla. No es la voz de un general que nos manda obediencia ciega y que nos lancemos a la boca del león. No es la voz de un seductor que nos promete éxito y riquezas si nos postramos a sus pies porque necesita de nuestro amor. No es la voz de un ser superior que nos pide lo imposible. Es la voz de aquel que dijo “No hay mayor amor que dar la vida por sus amigos” y quien entregó su vida en rescate por muchos. Es la voz de aquel que dijo “Vine a servir y no a que me sirvan” y se puso a lavarles los pies a sus discípulos. Es la voz de aquel que dijo “Ámense los unos a los otros como yo los amé” y compartió el pan y la copa. Ese “ama al Señor, tu Dios” y “ama a tu prójimo” de repente se vuelven “amarás al Señor, tu Dios” y “amarás a tu prójimo”. Se vuelve promesa y mandato. Porque de repente nos damos cuenta que hay un garante de que sea así. Hay alguien que nos llama y que se compromete con nosotros como nadie más puede comprometerse con nosotros. Por eso debemos creer en Él y confiar solamente en Él. Pero solamente si obedecemos al mandato será posible confiar y creer en Él y su promesa.

Todavía no amamos, pero amaremos. Como garantía para ello nos nació el Salvador, murió en una cruz por nosotros y resucitó de entre los muertos, liberándonos de los poderes de la muerte y llamándonos por nuestros nombres en el bautismo. Es a través del bautismo que quedamos unidos a Cristo y a su amor por nosotros. Amar, entonces, ya no será cosa difícil porque “todo lo puedo en Cristo, quien me fortalece.”



Vicario Michael Nachtrab
San Vicente, Misiones
E-Mail: famnachtrab@hotmail.com

(zurück zum Seitenanfang)