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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

6º domingo de Pascua – Rogate, 01.05.2016

Sermón sobre Hechos 15:1-2, 22-29, por Álvaro Michelin Salomon


El Sínodo en Jerusalén:

Asumir el respeto y el diálogo entre sectores cristianos de distintos orígenes religiosos y culturales

Introducción

En la vida de la Iglesia nos encontramos con temas fundamentales, ya sea de orden doctrinario o de orden práctico, los cuales nos colocan repetidas veces ante la toma de decisiones: por ejemplo las discusiones sobre los ministerios, la liturgia, los sacramentos, los criterios para ser miembro de iglesia, la ética social cristiana, los cristianos y la política, etc.-  Hay un pasado que está en nuestro trasfondo y hay un futuro que no sabemos cómo será pero para el cual debemos prepararnos. En las comunidades cristianas puede haber muchas personas que procedan de ámbitos diferentes: algunos de la pobreza, otros de la riqueza; algunos con una formación apenas de educación primaria y otros con títulos terciarios; algunos con tradición eclesial y otros recién integrados; algunos con mentalidad tradicional y otros más dispuestos al diálogo con las culturas, los movimientos sociales, etc.- 

Representantes de la iglesia de las primeras generaciones se reunieron en Jerusalén para debatir sobre una cuestión que había surgido gracias a la evangelización. Pero antes de ello habían llevado a cabo otra asamblea de iglesia: la que está contada en Hechos 6:1-7 con referencia a la distribución de los alimentos entre un sector de las hermanas más pobres de la comunidad en esa ciudad.

El Sínodo en Jerusalén y las implicaciones de su resolución

El evangelista Lucas, quien escribió además el libro de Hechos de los Apóstoles, narra con muchos detalles de viajes y fundaciones de iglesias el primer tiempo de la evangelización y el crecimiento cristiano desde Jerusalén hasta Roma, la capital imperial. Después de contar el primer viaje misionero del apóstol Pablo y Bernabé (Hechos 13:1—14:28), Lucas le dedica un buen espacio a describir lo que podríamos llamar la segunda asamblea de iglesia después de Pentecostés: Hechos 15, el Sínodo en Jerusalén que tuvo un carácter eminentemente teológico pero también con consecuencias prácticas para la vida cotidiana de las comunidades cristianas.

El apóstol Pablo, en su Carta a los Gálatas 2:1-10, también afronta una cuestión similar, a saber, la libertad de la iglesia frente a la práctica hebrea de la circuncisión.

En Hechos 15 tenemos el difícil problema, antiguo pero a la vez actual, de la relación entre judaísmo y cristianismo. O más precisamente expresado: si la circuncisión como “sacramento” hebreo es necesaria para todo varón que adhiere al cristianismo pero que procede de un ámbito no hebreo. Aún más: si la Ley hebrea (la Torá) con todos sus mandamientos, preceptos y consejos, debe ser cumplida y practicada por los cristianos/as.  (Los sabios hebreos contaban 613 preceptos en el Antiguo Testamento). En otras palabras: ¿qué representa para la iglesia el Antiguo Testamento? ¿Qué se debe tomar de él? ¿Qué es lo más importante? ¿Cómo nosotros/as los cristianos/as leemos, interpretamos y asumimos la Biblia hebrea? ¿Qué podemos considerar del Antiguo Testamento como necesariamente vigente para nuestra vida cristiana?

Lo deliberado en aquella asamblea en Jerusalén puede parecernos hoy en día algo secundario, pero para su momento era un asunto crucial. Algunos hermanos procedentes de Jerusalén o de la región de Judea llegaron a Antioquía de Siria, donde estaban Pablo y Bernabé, afirmando que los varones no judíos que habían creído en Jesús debían hacerse circuncidar para alcanzar la salvación. Pablo y Bernabé no eran de la misma opinión a pesar de ser ellos israelitas de origen.

Como la discusión en Antioquía no pudo ser resuelta, la iglesia de esa ciudad (¿en una asamblea quizás?) resolvió enviar a Jerusalén a sus representantes con los hermanos que habían venido de Judea, a los efectos de que la iglesia madre resolviera el conflicto que amenazaba con trabar la vida cristiana y la evangelización. Cuenta Lucas que, al llegar a Jerusalén, la delegación fue recibida por la iglesia, los apóstoles y los ancianos, lo cual expresa la magnitud del asunto en cuestión. Allí hubo fariseos que habían creído en Jesús como Mesías que defendieron la postura de la circuncisión y el cumplimiento de la Ley de Moisés para los no israelitas. Como diciendo: ‘para ser cristiano primeramente hay que ser judío’; o también: ‘para ser un verdadero seguidor de Jesús hay que convertirse en un seguidor de Moisés’. Hoy diríamos: cumplir todo el Antiguo Testamento para cumplir también el Nuevo Testamento. 

El Sínodo en Jerusalén tuvo un interesante debate al respecto (¡lástima que no tenemos el acta completa de esa asamblea!). Primero habló el apóstol Pedro, un gran líder de la iglesia en Jerusalén, quien dio un testimonio personal de lo que había experimentado en Cesarea, la zona del mar, cuando muchos no israelitas se convirtieron a Cristo y recibieron el Espíritu Santo (Hechos 10:1—11:18).

Después les tocó el turno a Pablo y Bernabé, quienes contaron lo ocurrido durante su primer viaje misionero.

Después Jacobo o Santiago, el hermano del Señor Jesús, basándose en textos del Antiguo Testamento, también predicó a favor de la posición de la iglesia de Antioquía.

Es así que la resolución sinodal fue la siguiente:

Hechos 15:23-30  (Reina Valera Contemporánea (RVC)
23 Por conducto de ellos enviaron un escrito: «Los apóstoles y los ancianos, a nuestros hermanos no judíos en Antioquía, Siria y Cilicia. Reciban nuestros saludos. 24 Hemos sabido que algunos hermanos que estaban con nosotros, a quienes no les dimos ninguna orden, los han perturbado e inquietado a ustedes con sus enseñanzas. 25 Hemos llegado al acuerdo, que nos parece bien, de elegir a algunos hermanos y enviarlos a ustedes con nuestros amados hermanos Bernabé y Pablo.26 Ellos han expuesto su vida por causa del nombre de nuestro Señor Jesucristo. 27 Así que con ellos van Judas y Silas, quienes en sus propias palabras les dirán esto mismo. 28 Al Espíritu Santo y a nosotros nos ha parecido bien no imponerles ninguna otra carga, sino sólo esto que necesitan saber: 29 que deben abstenerse de comer lo que se ha sacrificado a los ídolos, de comer sangre o la carne de animales ahogados, y del libertinaje sexual. Harán bien en evitar estas cosas. Que estén muy bien.»

30 Cuando los hermanos que fueron enviados llegaron a Antioquía, reunieron a la congregación y entregaron la carta.

Esta carta fue llevada por Pablo, Bernabé, Judas (no el discípulo directo de Jesús) y Silas, a la iglesia en Antioquía, de donde había partido la inquietud por el debate suscitado. Se trata de una resolución de la asamblea de iglesia referida a las exigencias que se imponían a los cristianos/as de origen no hebreo. Si pensamos en lo que hubiera implicado para esas personas que se vieran obligadas a cumplir toda la Ley de Moisés (o Torá), con lo que ella implica (el Decálogo pero también muchos otros mandamientos como los de Éxodo 20:18—23:33; el libro de Levítico, los preceptos del Deuteronomio, etc.), primeramente habrían debido efectuar una catequesis de judaísmo para luego aprender la vida y el ministerio de Jesús y la forma cristiana de vivir. Habrían tenido que hacerse judíos practicantes (suponemos que a la manera en que lo entendían los fariseos) y después sí habrían estado aptos para hacerse cristianos practicantes. Dos religiones en una con una vastísima suma de preceptos, mandamientos y aprendizajes sin los cuales no tendrían la condición de la salvación, o la paz con Dios, o la certeza de ser libres en Cristo.

Los preceptos indicados en la carta de la iglesia de Jerusalén son pocos pero precisos: están referidos a la carne que sobraba de los sacrificios de animales ofrecidos a otros dioses, al no ingerir carne con sangre y a llevar una vida sexual correcta, no libertina. Éstos sí eran preceptos judíos, entonces se está solicitando que los nuevos cristianos/as observen al menos estas pocas prescripciones en señal de comunión con sus hermanos/as que provienen del judaísmo. El trasfondo histórico-cultural y religioso no es el mismo entre esos dos sectores cristianos, pero tal vez en señal de respeto y de una mínima continuidad histórica con el judaísmo se requirió la observancia de aquello que constituyera una posible base en común. De ese modo no se sobrecargaba de obligaciones a los cristianos “gentiles” ni se desdibujaba el trasfondo de la Torá de los cristianos “hebreos”.  Ello fue una manera de resolver el conflicto teológico-práctico suscitado.

La importancia de tomar resoluciones en comunidad

No sería inapropiado concluir que, en el caso de no haberse resuelto aquella cuestión, la iglesia del Siglo I hubiera experimentado una lamentable división. Estamos expuestos permanentemente a conflictos en la iglesia, hoy como ayer y como lo será con mucha probabilidad también mañana. De hecho la historia cristiana nos enseña que la iglesia adoptó muy diversas formas institucionales, doctrinas, liturgias y orientaciones éticas, aunque, por supuesto, existe un mismo trasfondo bíblico y de identidad teológica en general que diferencia al cristianismo de otras religiones, filosofías u orientaciones espirituales. Un cristiano ortodoxo podrá reconocer en un cristiano pentecostal a un hermano en la fe aunque las formas de espiritualidad sean bien diferentes.

Lo interesante pero a la vez complejo es, por otra parte, que cada situación existencial, social, cultural y hasta política, condiciona la manera de creer, de experimentar a Dios y de comprender por dónde pasa la vida de la iglesia. Me imagino que no es lo mismo crecer como cristiano en China que en Brasil, ni en Suecia que en Cuba, ni en Suiza que en Nigeria.  Tampoco es lo mismo ser cristiano en un barrio rico de una gran ciudad que en un barrio de la periferia donde faltan servicios esenciales. Ni es lo mismo ser un católico del Opus Dei que un sacerdote de la opción por los pobres.

Un principio fundamental nace del ejemplo de aquel Sínodo en Jerusalén: ante las dificultades reales que pueden amenazar la vida de la iglesia, con su testimonio, la evangelización y la integridad frente a la sociedad, no deberían tomarse resoluciones individualmente sino en comunidad. Buscar el consenso y no la figuración individual. Practicar la oración en comunidad y a favor de ella, no la oración egoísta. Asumir el diálogo fraterno y aprender a escucharnos. Tomar en cuenta de dónde venimos pero también cuál puede ser la experiencia espiritual de nuestro prójimo, quien cuenta con su forma propia de acercarse a Dios, de creer y de ser un receptor del Espíritu Santo. ¿O acaso alguno de nosotros/as desea convertirse en el dueño de la fe y la espiritualidad de su prójimo?

Habrá cuestiones a resolver en las asambleas de iglesia; pero también habrá muchos asuntos que deberán ser encarados en la vida cotidiana de la comunidad, en la forma de ser de los miembros de iglesia, en lo que hacemos para ser una iglesia atrayente, convocante, inclusiva.

Quienes se acercan a la vida de la iglesia y tienen ganas de participar pueden poner en cuestión más de una práctica nuestra, costumbre o forma de ser iglesia. Seguramente serán atraídos por el mensaje que compartimos y por algo más; pero también habrá ciertas actitudes nuestras, elementos de la liturgia o la manera de encarar ciertos temas que los dejen pensando y les den ocasión para ser críticos. ¡En buena hora que haya alguien que quede pensando y pueda brindar observaciones sanas para corregirnos! Es necesario que asumamos con gozo y apertura afectiva estos espejos que nos devuelven imágenes de lo que somos y hacemos. Si algo debemos cambiar, allí tendremos algunos criterios a tomar en cuenta de parte de hermanos/as a quienes también los ha inspirado el Espíritu Santo y necesitan una iglesia donde reunirse, donde ser parte, donde adorar y opinar, gozarse y compartir, servir y crecer juntos. Y a los que ya estemos desde antes ello nos servirá para cambiar lo que debamos cambiar, tanto en lo personal como en lo eclesial, porque estaremos asumiendo  que no sólo importa nuestra tradición, nuestro trasfondo y nuestra manera acostumbrada de ser iglesia, sino también las sugerencias, propuestas y exhortaciones que estemos recibiendo de los nuevos prójimos en Cristo. Pues, al fin de cuentas, la iglesia no es nuestra sino del Señor; y la misión también.

Estamos llamados/as a consensuar lo mejor para la vida de la iglesia. ¿Liderazgos fuertes? Mejor: una iglesia fuerte en el amor, en el sentido de comunidad y en la apertura para recibir a más personas y continuar aprendiendo mutuamente.



Pastor Prof. Dr. Álvaro Michelin Salomon
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: alvaro.michelin.salomon@gmail.com

Bemerkung:
Salmo 67:1-2, 4-5, 7; Hechos 15:1-2, 22-29; Apocalipsis 21:9—22:5; Juan 14:22-31.


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