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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

2º Domingo de Adviento , 10.12.2017

Sermón sobre Marcos 1:1-8, por Marcelo Nicolau

 

Principio de la buena noticia de Jesucristo, el hijo de Dios. El profeta Isaías había escrito: Envío mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: preparen el camino del Señor, ábranle un camino recto. Sucedió que Juan se presentó en el desierto bautizando a la gente; les decía que debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados. Todos lo de la región de Judea y de la ciudad de Jerusalén salían a oirlo. Confesaban sus pecados, y Juan los bautizaba en el río Jordán. La ropa de Juan estaba hecha de pelo de camello y se la sujetaba al cuerpo con un cinturón de cuero, y comía langostas y miel del monte. En su proclamación decía: Después de mi viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo.

En Adviento caminamos rumbo a una nueva Navidad, preparándonos para celebrar desde lo esencial, el mensaje del evangelio, esa buena noticia que transforma la vida y el mundo entero, esa buena noticia que nos quiere protagonistas, que nos invita a vivirla desde adentro y no como meros espectadores.

Es esa una de las conclusiones sencillas y a la vez profundas que nos vienen al corazón escuchando este relato: El Señor Jesús, el Hijo de Dios, el Cristo, necesita ayuda, necesita quien le prepare el camino, necesitará quien lo cuide cuando nazca, necesitará quien lo proteja de Herodes huyendo a Egipto, necesitará cariño, calor, consejos, compañeros de juego en su infancia, necesitará maestros con quienes dialogar en la sinagoga, necesitará compañeros y compañeras cuando inicie su ministerio, necesitará quien le ayude a cargar la cruz camino al calvario y necesitará quien continúe su obra, cuando se vaya físicamente de este mundo a reinar junto con su Padre.

Entonces, es claro que Jesús necesita tu ayuda y la mía. Somos pues protagonistas. El nos implica en su proyecto. Nos invita a seguirlo, nos invita a vivir toda la vida de acuerdo a sus enseñanzas. ¿Estamos dispuestos? ¿Nos animamos?

Descubrir a un Cristo necesitado nos ayuda a descubrir nuestras propias necesidades y a valorar más que padecer nuestras propias debilidades. Es desde la debilidad y la humildad como construye Dios lo nuevo, desde la fragilidad de un bebé que nace en un pesebre, amenazado por el poder de turno, carente de seguridad social, necesitado hasta de un techo donde cobijarse. Celebrado por pastores, indigentes, marginales, fugitivo de la furia asesina de Herodes. Desde allí comienza a construir, y su ministerio no será diferente, igualmente será signado por la humildad, la sencillez y la búsqueda permanente del vínculo con los sencillos, cultivando una receptividad singular. Esa realidad tiene necesariamente que desafiarnos. ¿Qué necesitamos para predicar el evangelio, para ser discípulos/as fieles de Cristo? Muchas veces he sentido, percibido, escuchado, que siempre nos falta algo. Que más capacitación, que más recursos, que más tiempo, que más conocimientos… si tenemos ganas, si hay voluntad, si hay deseo de servir al Señor, todas las carencias que tengamos no nos detendrán a la hora de caminar los caminos del Señor, hasta pueden ser oportunidad. Más que nunca resuena la frase del evangelio: busca el Reino de Dios y su Justicia, lo demás vendrá por añadidura. De modo que no debemos preocuparnos ni avergonzarnos de nuestras necesidades. Cristo también fue muy necesitado y desde esas necesidades construyó lo nuevo. ¿Por qué no nosotros también? De los primeros valdenses escribió un observador de aquellos tiempos lejanos: Siguen desnudos a un Cristo desnudo. Así, sin nada, sin apenas conocimientos, sin recursos, en la pobreza y el autodespojo, en la sobriedad, así predicaron y vivieron el evangelio. Una sobriedad que Juan parece haber abrazado también, renunciando a las comodidades para vivir y predicar desde la necesidad, en la necesidad. En ese sentido bien podriamos preguntarnos nosotros, que vivimos muchas veces en una sociedad llena de recursos: ¿Hasta qué punto el llenar constantemente todas las necesidades, materiales al menos, no nos obtura o por lo menos nos dificulta, el asumir plenamente los desafios del evangelio? Esto daría para mucho, pero al menos me gusta dejarlo planteado para que cada uno/a lo siga pensando y desarrolle.

De modo que la Palabra nos desafía a alivianar nuestra carga, y libres y livianos, responder al llamado a volvernos a El, arrepentirnos de nuestros pecados y … ser bautizados. Bautismo que casi todos hemos recibido, pero que tiene que ser confirmado cada día de nuestras vidas, porque si no es letra vacía, rito inútil. Y hay una enseñanza en el ejemplo de Juan que mucho nos sirve y nos habla en este tiempo: todo este compromiso, esta vida jugada, comprometida, brindada por amor al servicio del prójimo, en la predicación de la palabra, todo eso, es vivido en un espíritu de extrema humildad. No merezco ni agacharme a desatarle las sandalias, es una imagen muy fuerte y elocuente. Dicha por alguien que tenía cientos, miles, de seguidores, admiradores, gente que lo reconocía, que lo escuchaba. Cada cosa en su lugar. Nada de vanagloria, nada de creérsela. Juan sabe que él no es el Cristo, pero que el Cristo viene y será quien bautice, no con agua, sino con el Espíritu Santo.

Y esto nos lleva al último punto de esta reflexión. Vivimos este tiempo de Adviento, nos preparamos para celebrar, para recordar, para que nos ilumine el camino la luz maravillosa de Cristo y su mensaje, todo bien. Pero si falta la inspiración del Espíritu Santo, difícilmente deje en nosotros una huella permanente esta Navidad. Será una huella pasajera, una pisada en la arena seca que el viento borra con facilidad. Solo cuando el viento del Espíritu moja la vida, como el agua moja la arena, las huellas del evangelio permanecen en nosotros, nos marcan para siempre, nos transforman la vida y nos impulsan a ser también nosotros agentes de transformación para nuestro prójimo amado, para nuestro mundo por Dios creado, por nosotros administrado (tantas veces mal administrado). Siempre cuesta hablar del Espíritu, siempre cuesta dejarse llevar por esa fuerza inquietante y desacatada, porque siempre tenemos reservas, cuidados, miedos, aprensiones. Pero cuando nos abrimos, dejamos que el viento sople en nuestra vida, que oxigene la esperanza, que desenpolve el amor, que desoxide la fe, todo adquiere un sentido distinto y las fuerzas crecen y las posibilidades aumentan y el valor se hace presente y las debilidades se hacen oportunidades y los vacíos anticiclones y los miedos se esfuman, porque el Espíritu Sopla, por donde quiere, y nos lleva por caminos insospechados.

Que este tiempo de Adviento nos abra a esa obra poderosa de Dios, nos transforme en protagonistas, nos haga constructores de esperanza, obrando desde nuestras debilidades y en profunda humildad, como seguidores y seguidoras de AQUEL que es fundamento de nuestra esperanza y benefactor de la alegría. AMEN.

 

 



Pastor Marcelo Nicolau
Paysandú. República Oriental del Uruguay
E-Mail: cielomar@vera.com.uy

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