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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

6º Domingo después de Epifanía, 11.02.2018

Sermón sobre Marcos 1:40-45, por Federico Schäfer

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

 

Ustedes, seguramente compartirán conmigo, que la salud a pesar de los asombrosos adelantos técnicos y científicos habidos en los últimos tiempos para muchas personas es un problema. Justamente la aplicación de las modernas tecnologías encarecen los tratamientos haciéndolos inaccesibles para muchos. El sistema de salud público hace ya tiempo que está en crisis, tornándose ineficiente y poco confiable. Pero esto no es solo un problema argentino. También en países del hemisferio Norte los correspondientes resortes gubernamentales deben devanarse los sesos para estudiar como frenar los constantes mayores costos de la salud. Por ello no nos debe extrañar que cada vez más enfermos busquen la sanidad por medio de curanderos y charlatanes. A eso se suma que la medicina, a pesar de los enormes progresos realizados, aún no ha vencido todas las enfermedades como el cáncer, la artritis reumatoide, el SIDA, el dengue, etc.

 

Al sano todo esto le puede llegar a ser indiferente. Pero cuando a uno le toca, comienza la desazón y los reproches a Dios: ¿Por qué me ha tocado justamente a mi este destino? ¿Qué hice yo para que Dios me envíe esta plaga? Exactamente aquí es el punto en el que el relato bíblico, que escuchamos hace unos momentos, nos encuentra con nuestros problemas.

 

Los leprosos en Israel eran personas que se encontraban en una situación verdade-ramente miserable. No solo debían aguantar los sufrimientos de su enfermedad, sino el aislamiento al que eran sometidos a causa del peligro potencial de contagio; la impureza ritual con la que eran calificados, lo que los excluía de la comunidad social y religiosa, y la conciencia de que Dios estaba en su contra. La lepra era considerada un castigo de Dios. Además no había sistema de salud que los contuviese.

 

Que semejante persona se aventurase a acercarse a un predicador itinerante, rompió todos los esquemas. En el relate bíblico esta actitud del leproso debe subrayar la enorme confianza que demostró hacia Jesús y su poder. Aceptemos que en la desesperación somos capaces de hacer muchas cosas que salen de lo común. Y Jesús ayuda a ese desesperado, tiene misericordia de él y demuestra su voluntad de curarlo. Así rompe con la idea, en aquel entonces corriente, de la existencia de una inalterable y fatal relación entre la enfermedad y el pecado. No es que entre los errores humanos y sus enfermedades no hubiera oportunamente alguna relación. Demasiadas veces estas relaciones salen a la luz a medida que vamos conociendo mejor a los enfermos. Cuantos lo confiesan abiertamente. Si bien en este relato no ocurre, pero en cuantas otras curaciones Jesús comienza su tratamiento absolviendo a su cliente de sus pecados. Recordemos estas típicas palabras: “Tus pecados te son perdonados, ¡Levántate y anda!

 

Nosotros, personas esclarecidas y modernas, nos inclinamos a preguntar, qué es lo que lo uno tiene que ver con lo otro. Pues al introducir el concepto del perdón en lugar de la premisa del desquite  --el que las hace las paga--  o lo que es lo mismo: “Ojo por ojo, diente por diente….”, corriente en aquel entonces, pero vigente hasta el día de hoy, Jesús rompe también  con la idea de la fatalidad, de la inalterabilidad de las circunstancias, la imposibilidad del cambio de las personas y de la inalterabilidad de las relaciones entre los humanos y Dios. Por el perdón otorgado por Dios es posible la reconciliación, o blanqueo de las relaciones, también es posible la curación o sanación de las personas. Conocido es el tema de las úlceras estomacales, que tienen su origen en los enojos que se tragan las personas

 

Tomar conocimiento que Dios a través de Jesucristo está dispuesto a perdonar, permitiendo así la esperanza de que lo malo, esto es también la enfermedad, no es más algo inmutable, sino que puede cambiar, mejorar, sanar, es verdaderamente evangelio, es decir: buena noticia. Obviamente hay también enfermedades incurables y circunstancias irreversibles. De nuestra buena salud y bienestar general no podemos inferir la fortaleza de nuestra fe, ni  la utilidad del evangelio, ni la bondad de Dios. El objetivo del evangelio no es solamente ofrecer buena salud, sino ante todo proclamar que Dios desea celebrar la paz con nosotros, es decir que podemos pertenecer a él, ya sea que vivamos o que muramos, siempre.

 

Más allá de ello, Dios es dueño de su creación, y no obstante esta creación se rige por leyes establecidas por él, él puede actuar e influir sobre ellas a su arbitrio. Él puede hacer “milagros”  ---si con ello entendemos la interrupción puntual de esas leyes a las que estamos habituados. Él, sin embargo, efectúa estas excepciones cuándo y cómo quiere. Partamos de la base, que su voluntad apuesta a nuestro bien ---ya sea agradable o desagradable para nosotros su decisión. Es cosa privativa de él. Puede ser que la implemente por a través de un milagro. Pero si tal milagro no se cumple, no es que Dios no esté obrando. Él no ha abolido la cruz, sino por el contrario, por a través de la cruz le ha quitado el poder al mal. Morir, tarde o temprano, apacible o dolorosamente nos tocará a todos. Los que creemos en Dios afortunadamente podemos sostenernos en la certeza de una vida verdadera, de una continuidad en el más allá de la resurrección.

 

En el relato de hoy sucede un milagro. Con ello se quiere destacar que Dios puede obrar milagros y que su misericordia hacia los humanos lo lleva a realizarlos verdaderamente. El enfermo irremediable de momento es sanado y puede alegrarse nuevamente de la vida. Ustedes se pueden imaginar lo que este cambio pudo haber significado para un leproso de aquella época.

 

Lo que nos suena extraño es que Jesús haya ordenado severamente al recién curado mandarse a mudar, qué se someta a la revisión de los sacerdotes ---que le debían certificar su salud, verbigracia su pureza ritual--- y que cumpla con las exigencias de la tradición judía, pero que por lo demás se abstenga de contar lo sucedido. Por supuesto que ocurrió todo lo contrario de lo ordenado por Jesús. No podía suceder de otra manera. A quien tiene repleto el corazón, le rebalsa la boca. Este es el móvil de toda buena noticia. Y el ex leproso tenía suficientes razones como para no parar de contar y contar.

 

Jesús empero no estaba interesado en que las personas lo siguieran a causa de la realización de obras milagrosas. ¿Acaso lo querríamos como distribuidor  gratuito de alimentos, de felicidad, sanalotodo, o generador del milagro económico? El hubiese podido asumir todos esos papeles. Los evangelios nos relatan suficientes ejemplos de las expectativas populares. Sin embargo, Jesús rechazó todo ello como detestables tentaciones. El debía evitar toda publicidad que dirigiera las expectativas de la gente en la dirección equivocada. Su misión principal era la restauración de la comunión entre Dios y los humanos, e impulsar la instauración del reinado de Dios en este mundo. Podrían acontecer los milagros más asombrosos; si, empero, los seres humanos no buscaran el perdón, no se decidiesen por un cambio de actitud, continuaran considerando a Dios un simple “comodín”, ¿de qué servirían esos milagros?   Jesucristo no es un maestro de ceremonias.

 

En una correcta relación con Dios, lo principal es la obediencia, la confianza, la fidelidad y el amor a Dios y no la fe y esperanza puesta en milagros. Estos apenas pueden servir como muletas de la fe. Solo si nos ejercitamos en la obediencia a Dios y estamos dispuestos a entregarle toda nuestra confianza, nuestra vida con todos sus problemas, también los de salud, podremos adquirir una base sólida, podremos marchar sobre un camino consolidado en dirección a un destino seguro y cierto, Dios mismo. Nuestra eventual fe en milagros no puede reemplazar nuestro amor a Dios. Solo unidos con Dios en este su amor podremos superar todas las situaciones desagradables de nuestra existencia, ya sea en salud o en enfermedad, en riqueza o en pobreza. Pues estamos convencidos: sea como sea, que él lo hará todo para nuestro bien.

 

Podremos quedar excluidos del sistema de salud, del sistema de previsión, podremos estar sujetos a la inseguridad --- podemos ser asaltados, ser víctimas de un accidente de tránsito o contraer SIDA--- pero no podremos caer fuera del amor de Dios, de su cuidado, de su misericordia. Si hemos comprendido bien esto, tampoco nosotros dejaremos de relatarlo y relatarlo para que todos lo sepan y lo puedan experimentar. Amén.



P. Federico Schäfer
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: federicohugo1943@hotmail.com

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