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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

23º domingo después de Pentecostés, 28.10.2018

Sermón sobre Marcos 10:46-52, por Miguel A. Ponsati

¿Qué sucede normalmente cuando un mendigo o una persona con discapacidad y/o en situación de calle (un Bartimeo) se aparece en el predio de nuestras comunidades ó, peor aún, tiene el atrevimiento de entrar de improviso en el templo durante la celebración del culto? Me suena conocida la escena. Muchos de nosotros alguna vez la vivimos. Y en voz alta o en silencio más de uno nos preguntamos, ¿qué hace aquí?, ¿cómo lo sacamos?, ¿nos traerá problemas como para tener que llamar a la policía? ¿Qué es lo que nos impide a nosotros ver? ¿Somos ciegos realmente o, tal vez, aparentamos no ver? ¿Será el miedo a asumir la cruz que carga el otro? ¿O a que nos toque llevar una cruz nosotros mismos perdiendo con ello, por ejemplo, nuestro lugar social, sus vínculos, beneficios y comodidades? O, más bien, ¿el miedo a hacernos cargo del otro, de su situación? ¿O será el afán de preservarnos, de evitarnos el dolor, el ver situaciones desagradables presentes en la sociedad y ¡también! en la iglesia? Por un lado, muchos miembros de nuestras comunidades tienen grandes dificultades para ir al encuentro con el otro, con el diferente, antes bien prefieren mantenerlo en los márgenes o, si es posible, tratarlo como si fuese invisible, a menos que, como Bartimeo, invada nuestra vida y haga oír su grito por atención. Por otro lado, si bien en la época en que vivimos muchas cosas cambiaron, todavía sentimientos de vergüenza e inseguridad atraviesan fuertemente la relación de las familias que tienen un miembro discapacitado con sus comunidades de fe. También precisamos reconocer que todavía las personas discapacitadas no están, con sus limitaciones, todo lo presentes y cumpliendo los roles que podrían en la vida comunitaria. ¿Cómo es un Bartimeo? Existen muchos Bartimeos y Bartimeas sentados ahí a un costado de la vía pública, viviendo de limosnas. Están los que son ciegos. Están los que son sordos y/o mudos. Están los que tienen lesiones en el cerebro, a nivel del sistema nervioso o los centros cognitivos. Están los parapléjicos. Los que no pueden moverse. Los hay que sufrieron o sufren enfermedades o tuvieron un accidente. Los hay de edad avanzada. Muchos de ellos y ellas se sienten como el Bartimeo de nuestro relato: condenado a la mendicidad, discriminado, arrojado al margen del camino, sin derecho siquiera a hacerse oír, tal vez teniendo que cargar además con alguna clase de estigma o señalamiento moral (tengamos presente que en Israel se creía que las enfermedades eran castigo de Dios por los pecados del enfermo o de alguno de sus familiares). Condicionadas por la enfermedad y/o la discapacidad, esas personas viven al margen de la vida familiar, social e incluso eclesial. Las limitaciones que les imponen sus cuerpos hacen que, muchas veces, se sientan humilladas, diferentes y desvalorizadas. Está el sueño de la cura. Las esperanzas van dando lugar a la incredulidad y la desilusión después de mil consultas y rezos con médicos, curanderos, milagreros de toda clase, sin que llegue la cura deseada. Está la lucha consigo mismas. Está la lucha con Dios en torno al por qué de todo esto. Hay el sentimiento de estar siendo tratado injustamente por Dios. Hay dolor oculto, hay enojo no procesado. Hay el sentirse abandonado, invisible a los ojos de muchos, desesperación, amargura … (como información baste señalar que sólo en Argentina, según cifras oficiales de 2018, un 10,2% de la población, unos 3.572.000 habitantes padecen alguna clase de discapacidad) Justamente aquí cabe resaltar la importancia que para nuestra vida en comunidad a la hora de enfrentar las dificultades tiene el ejemplo de fe y persistencia de Bartimeo que, a pesar de ser reprendido por quienes rodeaban a Jesús, no paró de gritar aclamando al Señor como Mesías descendiente de David al tiempo que clamaba por la ayuda del Salvador. Según el pasaje, Bartimeo – quizás tan ansioso como feliz - arrojó su capa, saltó y se acercó a Jesús, enfrentando el recelo y la adversidad para buscar concretar su gran objetivo. Sobre todo, o más importante todavía es que tengamos en cuenta la manera cómo procede Jesús con Bartimeo, no adivinando sus expectativas ni decidiendo en lugar de los más frágiles y vulnerables lo que ellos necesitan, sino rescatándoles en su dignidad, reconociéndoles como sujetos con su propia expresión, preguntándoles: “¿Qué quieres que haga por ti?” (Mc 10,51). El Hijo de Dios, mediante la fe, tiene el poder de abrirle los ojos al ciego. Éste ha comprendido mejor que nadie cual es el sentido de la autoridad de Jesús, que consiste en servir. Jesús, por su parte, elogia la fe de aquel hombre. Y nosotros, ¿cómo reaccionamos confrontados con los desafíos de los Bartimeos que encontramos en el camino? ¿Será que como en el pasaje de Mc preferimos ‘silenciarlos’ para que no nos incomoden ni importunen? No puede negarse que se trata de situaciones muchas veces muy delicadas, sensibles y que tienen su complejidad para las cuales el testimonio y la creatividad de la comunidad pueden ser importantes y sobre todo útiles: acompañando, animando, invitando y, constantemente, abriendo espacios para que la inclusión y la comunión acontezcan. Justamente, en estos tiempos en que la iglesia pone tanto énfasis en la inclusión, ¿no sería ella una forma de comunión? O mejor todavía, una comunión concreta, auténtica y sincera ¿no sería más inclusiva, afectiva y efectiva que cualquier campaña de inclusión que se pueda implementar? Si nuestra respuesta a estas preguntas es afirmativa, tal vez debiéramos entonces procurar tomar conciencia de que la Iglesia en tanto comunidad de fe es un cuerpo en el que fuertes y frágiles, jóvenes o experimentados, bonitos o marcados por las cicatrices de una vida difícil, todos y todas son igual e infinitamente valiosos a los ojos de Dios y donde aquellos a quienes acostumbramos a dar menor importancia debieran recibir una atención aún más especial (1ª Co 12,24-25). Quiera el Señor en su gracia ayudarnos para que así sea.



Pastor Miguel A. Ponsati
Vicente López, Provincia de Buenos Aires, Argentina
E-Mail: mponsatiwilde@gmail.com

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