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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

3º Domingo de Pascua , 05.05.2019

Sermón sobre Apocalipsis 5:9-14.18-20, por Miguel Ponsati

Hace pocas semanas celebramos el acontecimiento más importante del año para la fe cristiana: la Pascua de Resurrección del Hijo de Dios, el Cordero que entregó su vida en la cruz para salvarnos.Vale decir, el Cordero cumplió su misión: Él se ofreció a sí mismo como sacrificio, él murió para traer perdón y salvación a la humanidad.Pero no permaneció muerto.Resucitó el tercer día, como había anunciado.Ahora Cristo está al lado de Dios el Padre y conjuntamente tienen realeza y dominio.Él venció la muerte con su muerte y por medio de él, con su sangre, "los que proceden de toda tribu, lengua, pueblo y nación" (v.9), todos/as quienes lo siguen como su Señor, fueron rescatados.

Nosotros somos comunidad en el tiempo post-pascual.Vivimos de la certeza de que Cristo resucitó, conforme al testimonio de tantos y tantos antes que nosotros.¿No será eso lo suficientemente fuerte para vivir alabando a Dios?¿No sería esa certeza de salvación que nos es dada por el Cordero una razón bastante fuerte para seguir rindiendo gracias a Dios?

Según el relato del Evangelio de Juan 21,1-19, los discípulos, después de recibir la buena nueva de la resurrección, volvieron a su rutina.Nosotros, después de haber oído la buena nueva de la salvación y de la resurrección en el Domingo de Pascua, parece también que no nos damos cuenta de la grandeza de ese testimonio: ¡Cristo vive!Volvemos a la misma rutina de antes, como si nada hubiera pasado.Y, sin embargo, todo es diferente: el Cordero vive, Él resucitó, Él está al lado del Padre. Y por medio de él también tenemos esperanza de salvación, de resurrección y de vida eterna.

Pero parece que estamos tan acostumbrados, que no nos dejamos transformar más.Todo se volvió rutina, ya sabemos lo que pasó, ya dejamos todo preparado, no hay más espacio para lo nuevo, para la sorpresa, para la genuina alegría que estalla en alabanza y adoración.

Nosotros no sufrimos más con persecuciones por causa de nuestra fe cristiana.Tenemos libertad de religión.Pero parece que ahora vivimos acomodados.Ya no parece importarnos el sufrimiento de las personas a nuestro alrededor.Estamos tan acostumbrados con nuestra rutina, nuestros quehaceres, nuestras prioridades, que no queda tiempo para mirar al prójimo.También falta tiempo para el testimonio público y la vivencia de la fe.No se pueden dejar atrás tantas cosas para anunciar que Cristo vive.Mucho menos hay espacio ni tiempo para ayudar, para comprometerse en la promoción de la vida con dignidad, plena y abundante (Jn 10,10), para tantas personas sufrientes, desempleadas, abandonadas, humilladas, explotadas y enfermas.No hay tiempo ni espacio para la alabanza a Dios.Por eso necesitamos que Cristo se manifieste a nosotros también.Necesitamos dejar que el mensaje de vida y resurrección toque nuestros corazones.A través de siglos tantas personas oyeron este mensaje y experimentaron la presencia del Cristo vivo en sus vidas, alabaron y glorificaron a Dios y al Cordero, como los miles y miles, millones y millones de ángeles, como los seres vivientes, ancianos y todo el universo creado.Cristo está vivo y se manifiesta a nosotros en tantas señales de vida que insisten en prevalecer en un mundo tan lleno de injusticias, maldad, crueldad, falta de respeto y desamor.La vida tiene la última palabra sobre la muerte.Esto es motivo para alabar, para bendecir, pues "digno es el Cordero que ha sido muerto de recibir el poder, y riqueza, y sabiduría, y fuerza, y honra, y gloria y alabanza" (v. 12) Él vive y, por medio de él, nosotros también vivimos.

La comunidad cristiana, para quien el autor de Apocalipsis escribió, vivía en una situación de tanto sufrimiento y opresión, que creía y esperaba en una parusía muy cercana, que Cristo estaba a punto de volver, que el segundo advenimiento se estaba acercando.Hoy, como comunidades cristianas, muchas veces vivimos en una "zona de confort".Muchas veces, me pregunto si hoy todavía aguardamos con fe la llegada del Hijo de Dios.Muchas veces, me pregunto si estamos tan acomodados que incluso preferiríamos que esa vuelta fuera aplazada para siempre.Como a ese personaje, el Gran Inquisidor’ de Dostoievsky, quizás pareciera que no nos conviene el regreso de Jesús. Rápidamente salimos de nuestros cultos y celebraciones sin que nos hayamos dejado transformar por la Palabra.Y, a veces, queda evidente la diferencia que existe en nuestra vivencia de fe dentro y fuera de la iglesia, o sea, dentro de la iglesia oímos la Palabra, pero, tan pronto como salimos fuera de nuestros templos, ya no nos acordamos más de lo que confesamos en el Credo Apostólico, ni de lo que oramos en el Padre Nuestro, ni de las personas recordadas en las intercesiones, ni del sufrimiento del mundo mencionado en el kyrie.

El texto nos enseña que el Cordero es, sí, digno de recibir el poder,la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.Estamos llamados con todo el universo, sí, a glorificarle. En el primer mandamiento, aprendemos que no debemos tener otros dioses más allá del único Dios verdadero.¡Pero la gente tiene tantos dioses!¡A tantos dioses se conceden honor, alabanza y gloria!¡Lo que la gente no hace por dinero!¡Qué no hacen para conseguir todo lo que quieren o comprar todos los bienes que desean!¡Qué no hacen para obtener reconocimiento y fama!¡Qué no hacen para tener poder!

Pero el dinero, los bienes, la fama, el poder no nos pueden salvar.Sólo el Cordero que fue muerto en la cruz, que murió por nosotros para salvarnos, puede ser digno de nuestra alabanza, honor y gloria.

¡Qué bueno que podemos saber de la promesa de vivir en el reinado de Dios, donde esas cosas de este mundo, aparentemente tan indispensables, perderán su valor!¡Qué bueno saber que allí, junto con todos los seres celestiales, angelicales y con todas las criaturas creadas por Dios, podremos entonar la alabanza y rendir gloria al único Señor, al Cordero que entregó su vida en la cruz para salvarnos, pero que resucitó y vive! Amén.

 



Pastor Miguel Ponsati
Vicente López, Provincia de Buenos Aires, Argentina
E-Mail: mponsatiwilde@gmail.com

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