Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach, Redaktion: R. Schmidt-Rost

Predicación para el Domingo de Ramos, 4 de abril de 2004
Texto según LET serie C: Lc 22: 1-3; 5-6
por Sergio Schmidt, Temperley, Argentinia

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


¿Qué busca este rey?

Gracia y paz sean con ustedes de parte de Dios, nuestro padre, y del Señor Jesucristo. Amén

Apreciados hermanos y hermanas:

Hoy es Domingo de Ramos. Hoy comienza la llamada Semana Santa. Jesús entra en Jerusalén y lo hace sentado en un burrito. Aquí se cumplieron las palabras del profeta Zacarías 9:9. ¿Qué hace la gente? Coloca ramas de palmas y hasta sus propios mantos para Jesús: ¡“Bendito el que viene en el nombre del Señor”! Esta la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Por eso en muchas de nuestras Iglesias y templos las decoramos con hojas de palmas y, en muchos lugares, se realizan procesiones y caminatas -muchas de ellas ecuménicas- por las calles cantando himnos y, como era de esperar, todos llevan hojas de palma. De allí el nombre del presente Domingo.

Pero, podemos preguntarnos y con razón: ¿qué tiene que ver esto con el texto de hoy? Por un lado el domingo de ramos es la entrada triunfal y gloriosa de Jesús, y el texto del EvLc 22, nos habla de la búsqueda de Jesús por parte de los sacerdotes y maestros de la ley, la decisión satánica de Judas de traicionar a Jesús y el versículo 56, por si fuera poco, nos habla de la traición de Pedro. Todo esto junto, adobado en el mismo plato. ¿Por qué?

Si reflexionamos un poco veremos que la cosa no es tan complicada como parece. La turba jerosolimitana que un día grita: “¡Hosana, bendito el que viene en el nombre del Señor!” a los pocos días, gritará: “¡Crucifícale!” Un discípulo traiciona y entrega a Jesús. Otro lo niega.

Jesús sabía todo esto. Igualmente, entra en esa ciudad contradictoria y con fama de matar profetas, montado en un burrito…. ¿Por qué? Como dice el dicho: “todo depende con el color de cristal con que se mire” Lo mismo pasaba con Jesús: no todos veían lo mismo cuando lo veían a Jesús en esa oportunidad.

Hay una historia que refleja claramente esto. Se cuenta que una vez un gran sabio y filósofo, muchísimos siglos atrás, va a ver como los constructores construyen una gran catedral. En la obra ve que hay cuatro trabajadores sentados, todos realizando aparentemente lo mismo: puliendo cada uno una gran piedra. El sabio constató que el tamaño de las piedras era la misma y que cada uno de estos cuatro hombres aplicaba la misma técnica. Meditando en el hecho que aparentemente todos hacían el mismo trabajo, le pregunta a cada uno qué era lo que estaba haciendo. El primero le dice: “¿Yo? Estoy puliendo una piedra!” El segundo le dice: “Yo estoy ganando el pan para mis hijos.” El otro le dice con rabia: “Ya me ves, estoy trabajando todo el día para ganarme unos pocos pesos que apenas me alcanzan para sobrevivir!”. El último le respondió con orgullo: “¿Qué estoy haciendo? Pues estoy construyendo una catedral.” Y, aparentemente, todos hacían lo mismo.

Así pasaba con Jesús. Depende con el cristal con que lo miremos. Para nosotros la imagen de un burro es una imagen negativa. En muchas oportunidades a alguien que no sabe le decimos: “No seas burro!”. Ser un burro, muchas veces implica ser ignorante, tonto, poco inteligente. Una imagen mejor tiene el caballo. El caballo es símbolo de fuerza, potencia, destreza, etc. Muchas marcas de autos han utilizado al caballo como emblema.

No era así en la época de Jesús. La cosa era muy diferente. Cuando un rey llegaba a una ciudad se podía saber cuales eran sus intenciones por el animal que utilizaba; si era un caballo venía en son de guerra, si llegaba en el burro venía en son de paz. Jesús, el príncipe de la paz llegaba en un burrito. Allí lo esperaban los sacerdotes, los maestros de ley, la multitud que hoy lo aclama y mañana lo odia; allí lo espera la traición de Judas, la negación de Pedro; en fin la cruz y el calvario. Jesús, sabiendo todo esto y a pesar de todo esto viene como príncipe de la paz. Por eso el burrito nunca había sido montado: por que era utilizado para un propósito sagrado y no podía haber sido usado para otro menester.

Los discípulos esperaban que Jesús al llegar a Jerusalén tomara el poder del trono de David. Él gobernaría y ellos serían los ministros de ese reino. De allí que ellos discuten y pelean quién es el mayor de ellos. El mayor tendría más poder y prestigio que los demás. Para ellos, como para mucha de las personas que ponían palmas y gritaban “¡Hosana!”, no podían concebir que el Mesías tome otro camino. ¿Un Mesías que abrace al sufrimiento? ¡Jamás!

Por eso, no es solamente una cuestión del color con que vemos a la realidad. También es una cuestión del método. Si queremos saber cómo piensa, habla y actúa Dios, lo podemos ver en Jesús. Y eso es justamente lo que hace Jesús. Él, al entrar en la ciudad de Jerusalén en un burrito demuestra que verdaderamente es el Mesías esperado por todos. Lo que sí, como siempre sucede, los caminos de Dios no son los nuestros. Tampoco, a Dios gracias, sus métodos son como los nuestros.

Todos, al ver a Jesús trataban de darle la bienvenida a un conquistador. Jesús la acepta, pero lo que todos deben comprender era que Él era un conquistador muy diferente a lo que ellos esperan. La palabra “¡Hosana!” es hebrea y su significado es “¡Salva ahora!”. Es decir, este era el clamor de un pueblo que espera la intervención de Dios que los salvara.

Los métodos de Dios no son los nuestros. Esto es lo que todos deben comprender. Como siempre lo fue, cuando las grandes expectativas nacionalistas son arrancados de su raíz, éstos se transforman en una agresión. Jesús hace esto: él está indicando con esta acción simbólica del burrito cual es camino que quiere tomar Dios.

Jesús entra en Jerusalén. Podemos ver tres cosas que nos muestran los evangelios de Jesús: En primer lugar está el coraje de Jesús. Él sabía muy bien que las autoridades lo odiaban. Jesús podía haber entrado a la ciudad de noche, pero no lo hace, ¡sino todo lo contrario!

En segundo lugar, Jesús no se presenta como un profeta o un excelente maestro; el se presenta como el Mesías de Dios, el Hijo de Dios. Si Jesús se hubiera presentado como un profeta nunca habría tenido que morir. Jesús tenía una vocación y una misión que cumplir.

En tercer lugar, y en última instancia, al presentarse humilde en un burrito Él muestra cual es su misión y para qué vino al mundo: no vino a derrumbar sino a construir; no vino para condenar sino para salvar; no vino para guerrear, sino para traer la paz. El no vino para realizar todo esto con la fuerzas de las armas, sino con la fuerzas del amor. Así actúa Dios.

Y no podía ser de otra forma. Cada uno de nosotros tenemos en nuestra vida puertas que solamente nosotros, si así lo queremos, las podemos abrir. Si no queremos nadie nos puede obligar a hacerlo. Estas puertas solamente el amor las puede abrir. El odio, la prepotencia, las cierra. Jesús, el príncipe de paz, nos invita a abrir estas puertas con el amor. La entrada triunfal de Jesús, una llamada de un Rey y del Mesías que quiere la paz y que esta invitación tiene como motor que la impulsa el amor. Jesús realiza esto de manera heroica.

Esta llamada de Jesús resuena ahora en nuestros oídos, oídos que todavía siguen escuchando los estruendos de las bombas, del odio y de la maldad. Jesús es el Príncipe de Paz. Todavía nuestro cansado mundo sigue el mismo viejo camino. Todavía no lo hemos entendido. Pero este mensaje de Jesús sigue llamando. La paz por la cual trabajamos todos, parecería ser pequeñas islas de paz en un océano de maldad y caos. Sí, tal vez sea así, pero estos son pequeños signos que se hacen visible del Reino de Dios que esperamos. La futura plenitud y su consumación con el reinado de este Príncipe de Paz es creída y proclamada por nosotros los cristianos. Esta paz del Príncipe de Paz no es una paz en el alma de las personas; no es solamente una paz espiritual, fruto de una buena relación con Dios. La paz que Dios quiere entrar en nuestro mundo también. La paz de Dios es la paz entre nosotros y, aunque a veces no lo tomamos en cuenta, la paz con nosotros mismos. Tal vez, sólo tal vez, si entre nosotros los cristianos esta paz estuviera más presente, sería más creíble para los demás.

Tal vez hoy más que nunca es necesario el dicho que dice: “busca la paz y síguela”. Todo esto lo hizo Jesús al abrazar con su fidelidad a la cruz. En este tiempo de cuaresma, les deseo esta paz.

Sergio A. Schmidt, Temperley.
breschischmidt@ciudad.com.ar

 


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