Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach, Redaktion: R. Schmidt-Rost

Predicación para el Domingo de Resurrección, 11 de abril de 2004
Texto según LET serie C: Lucas 24, 1-11
por Pedro Zamora, El Escorial (Madrid)

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Estadísticas abrumadoras
Las estadísticas no engañan: en el país donde vivo y trabajo, España, menos del 50% de los que se declaran creyentes, creen en la Resurrección. Es decir, más del 50% de quienes se consideran creyentes, cuestionan o interpelan lo narrado por Lucas, que a su vez es considerado, junto a la muerte de Jesús en la cruz, pilar de la fe cristiana.

Razones abrumadoras
Podría pensarse que las razones de mayor peso contra la Resurrección de Jesús, y por extensión contra la resurrección de cualquier ser humano, son las que tienen un fundamento científico. Lo cierto es, sin embargo, que lo que pesa como una losa sobre las conciencias humanas no son tanto las razones científicas como las realidades sociales.
Ya Enrique Tierno Galván, famoso alcalde de Madrid en los 80, había dicho: “yo vivo perfectamente en la finitud y no necesito más .... Ser agnóstico es no echar de menos a Dios”. Este famoso intelectual pone verbo a lo que muchos hoy sienten: vivimos perfectamente acomodados a nuestro horizonte material y terrenal, porque está lleno de expectativas y repleto de posibilidades de auto-realización, ya sea física o intelectual. ¿Para qué querer más? ¿Acaso la vida terrena no tiene ya suficientes emociones, como para andar pensando en otras más allá?
Las palabras de Tierno Galván reflejan un estado de ánimo general en nuestra cultura europea: falta de apetencia de eternidad, lo que pone en tela de juicio cuestiones como la resurrección. Y esta falta de apetencia afecta también de lleno a la propia iglesia. Y aunque hay claros signos de un renovado interés por la vida espiritual, no creo que se pueda hablar todavía de apetencia generalizada por la vida espiritual. Quizás sea todavía actual aquella lapidaria sentencia de Nietzsche, que reza así: “Dios ha muerto, y las iglesias son sus sepulcros y monumentos funerarios”.

Resurrección y vida
A mi modo de ver, este estado de ánimo de la sociedad y de muchos creyentes, es preocupante en tanto que supone renunciar a luchar por algunas de las preguntas eternas sobre el sentido o significado de la vida. La Resurrección de Cristo, sin duda, es una irrupción en nuestra acomodación al mero presente que pretende precisamente hacérnoslo menos cómodo; que pretende interpelar nuestro modo de asentarnos en la Tierra. La Resurrección de Cristo nos plantea cuestiones sobre el significado de nuestra vida: ¿por qué estoy aquí? ¿para qué estoy aquí? Nos obliga, sin duda, a averiguar algo que va más allá de nuestro mero existir. León Felipe lo decía de este modo:

Puede ser que no venga de ninguna parte
y que no tenga que ir a ninguna parte tampoco.
De cualquier manera ... tendré que averiguarlo yo mismo.
(Llamadme publicano, pág. 22)

¡En efecto! La Resurrección de Cristo no es una seguridad para el más allá, sino una intranquilidad respecto al presente: ¡me obliga a averiguar algo que quizás yo preferiría ignorar! ¡Me obliga a luchar por algo que no sé, cuando quizás yo preferiría adaptarme a lo que ya conozco!
Así es, la Resurrección de Cristo no es un tranquilizante, sino más bien un molesto aguijón que nos obliga a abrirnos a la posibilidad de que nacer y morir no sean simples polos de un proceso, sino una realidad mucho más compleja. Vuelvo a algunos fragmentos extraídos de León Felipe:

¿Nacemos o morimos?
¿El huevo? ... ¿o la losa del sepulcro?
No es lo urgente preguntar ...
sino romper, taladrar,
romper el Huevo,
romper sepulcros,
capullos,
mortajas,
placentas...
placentas de piedra blanca y dura como el mármol
de los panteones insolentes.
Creo que lo urgente es desgarrar,
reventar,
explotar...
¡Que exploten los muertos y rompan la losa del sepulcro,
como el pollo el cascarón!
Porque un huevo es un catafalco...
un ataúd, una matriz...
una placenta, una mortaja...
¿No es así?
¿Morimos o nacemos?
(Ídem, pág. 24)

¡La vida no es tan simple como nacer y morir! La Resurrección de Cristo me incita a luchar para descubrir que hay mucho más en la vida. Creo que la Resurrección de Cristo ha trastocado los extremos o los polos, y que nacer es morir, igual que morir es nacer. La vida es como el cascarón de huevo, como una matriz, que hay que romper para ver algo más que las sombras que nos envuelven. Nacemos para luchar por la vida, y no por cualquier vida, sino por una vida verdadera. En nuestro existir, no podemos renunciar a esta lucha por la vida verdadera. De ahí que, siguiendo a Unamuno, el morir debe ser como un acto de resistencia, no de justicia. El morir debe ser la profanación del sarcófago o catafalco, que nos lleva al último acto por la vida verdadera. Por eso la Resurrección de Cristo supone la profanación de su sepulcro: “hallaron removida la piedra del sepulcro” (v. 2).

Oración final
Señor, no permitas que mi vida se convierta en una “búsqueda entre los muertos” (v. 5); dame las fuerzas, la fe y la esperanza necesarias para luchar por lo que todavía no veo.
Señor, que mi vida sea profanadora de sarcófagos, quebradora de cascarones, uniéndome de este modo a la vida de Cristo.

Pedro Zamora, prof. de SEUT, Madrid
pedro.zamora@centroseut.org

 

 


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