Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 15° domingo de Pentecostés, 12 de setiembre de 2004
Texto según LET serie C: Lc 14:1.7-14
por Pedro Zamora

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


“Porque ellos no te pueden recompensar”

Este relato me ha llevado a pensar sobre cómo nuestras relaciones sociales suelen cambiar según nuestra propia evolución social o económica. En mi caso, soy consciente de que mantengo muy pocas relaciones de juventud, y que casi todas las que ahora tengo tienen un punto de engarce con mi propio trabajo o área de residencia. También he observado que algunos amigos han ascendido en la escala socio-económica y, como consecuencia, han formado una nueva red de relaciones acorde a dicho nivel.

Hoy como ayer, parece que nuestras relaciones tienen mucho que ver con lo que somos o hacemos. Sin percibirlo así conscientemente, en el fondo creamos redes de relaciones que nos aportan una eventual seguridad, ya sea emocional o de otra índole más material. Y esa red, sin duda, parece que entra dentro de un esquema de compensaciones. De hecho, en mi cultura es costumbre (“de obligado cumplimiento”) llevar algo --normalmente un postre o un buen vino-- al anfitrión de un convite: a veces se parece mucho al “pago” por una invitación que, en principio, es libre y gratuita.

La lógica de la compensación es la “lógica adánica” por excelencia; por eso somos capaces de llevarla a aquellas cosas que debieran ser lo más gratuito, como una invitación. El filósofo Fernando Savater recoge en su Humanismo impenitente (pág. 36) un diálogo muy ilustrativo al respecto extraído de Quatrevingt-treize de Victor Hugo:

«-Nada de abstracción. La república es dos y dos son cuatro. Cuando hayamos
dado a cada cual lo que le corresponde ....
-Entonces os quedará dar a cada uno lo que no le corresponde ....»

“Dar a cada uno lo que no le corresponde”, esa es la lógica anti-adánica que nos propone Jesús. Dar más allá de lo que le corresponde al otro, o de lo que yo espero de él, o de lo que me aporta. En definitiva, vivir en sociedad dejando atrás cualquier “utilitarismo” en nuestras relaciones, y adoptando un nuevo estilo de vida basado en la gratuidad de dichas relaciones.

Decir esto, queda muy bien. Pero “hechos son amores, y no buenas razones” dice el refrán popular. Por eso, creo que este relato del Evangelio nos llama a no salir del culto que ofrecemos al Señor, sin antes habernos tomado el compromiso de crear una nueva red de relaciones con aquellas personas a las que les es imposible aportarnos algo, especialmente en lo material. Un ejemplo lo he visto en algunos de los profesores que he conocido cursando teología: renombrados en su campo académico, sin embargo vivían y desarrollaban un compromiso pastoral en áreas depauperadas o conflictivas. Estos profesores dejaban una impronta muy especial en sus clases, y sus palabras tenían una fuerza emotiva inusual. Tales personas no cumplían con el mandato del amor libre y gratuito de modo indirecto, esto es, mandando dinero a ONGs o iglesias, sino que, además, se involucraban personalmente. De hecho, nótese que el mandato de Jesús en este relato no es el de enviar o dar a los necesitados, sino el de acogerlos en un círculo tan íntimo como el doméstico propio. ¡Esto es lo que de verdad le cambia a uno, haciéndole descubrir un nuevo mundo en el otro!

Pero Jesús no nos propone sólo un compromiso personal. Lucas es el evangelista por excelencia de la comensalía abierta; es decir, Lucas apuesta por una comunidad acogedora de quienes carecen de una red social, precisamente por no tener nada que ofrecer (a los ojos de la mayoría, claro, pero no de Dios). Y es ahí donde nuestras comunidades son llamadas a empeñarse: buscar a quienes carecen de comunidad y ofrecerles la propia sin preguntas y sin prevenciones. Es decir, se trata de ofrecer nuestra propia comunidad de modo gratuito.

De nuevo, esto es bonito, y en teoría seguro que todos pensamos que nuestras comunidades son abiertas y acogedoras. Sin embargo, lo cierto es que la mayor parte de congregaciones cristianas forman núcleos cerrados difíciles de penetrar. Aspectos nimios como un saludo al desconocido, son muy locuaces: lo normal es que el “visitante” salga como entró, o sea, sin hablar con nadie. La mayor parte de congregaciones cristianas han desarrollado su propia historia; tienen sus propias batallas y cicatrices, que, en definitiva, son las que dan un sentido de “pertenencia” a sus miembros. Además, cada una ha ido adquiriendo su propia identidad o personalidad que le da un sentido particular frente a otras comunidades. Por lo tanto, la verdad es que resulta demasiado costoso vivir en la apertura permanente, y más aún si hay que salir a buscar .....

Pero ..., pero de este modo somos un ejemplo vivo que contradice al Evangelio que proclamamos. Sí, así es. El culto cristiano sólo tiene sentido si de alguna manera es un reflejo de la comensalía abierta de Jesús. Yo no sé si hoy día hay que ofrecer banquetes a los pobres o si hay que hacer otra cosa; supongo que siempre dependerá del contexto de cada comunidad. Pero lo que sí sé es que la comunidad de cada tiempo y de cada contexto debe encontrar la forma de salir y ofrecer el propio espacio íntimo a quienes carecen de espacios comunitarios acogedores. ¡Y cuánta falta hace hoy, en nuestro mundo individualista y ultra-competitivo! ¡Cuántas víctimas hay hoy del desarrollismo y el consumismo! A todas ellas nuestra sociedad de bienestar le ofrecerá algún tipo de servicio (médico, psicológico, incluso consejería pastoral, etc.), pero es posible que no llegue a ofrecerle una comunidad de amor gratuito. Pero, precisamente, los seguidores de Jesús hemos sido llamados a ofrecer tal comunidad.

Pedro Zamora, El Escorial
pedro.zamora@centroseut.org

 

 

 


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