|
Predicación para el 18° Domingo de Pentecostés, 03 de octubre de 2004 (-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de) |
Título: La prudencia de un hombre prudente. La prudencia de un hombre prudente. Apreciadas hermanas y hermanos: Por muchos años está parábola fue problemática. La cuestión era: Jesús toma como punto de comparación a una persona deshonesta: ¿cómo pudo, el propio Jesús, poner un ejemplo así a su Iglesia? ¡Y además se alaba la prudencia del administrador! ¿A robar se lo llama prudencia? Estas y otras como estas, se plantearon por muchos años. Pero no es así. De ninguna manera me lo imagino a Jesús haciendo apología del delito, como lo vemos tantas veces en la vida de todos los días. Pero el administrador no le está robando a su Señor. Lo que está sacando, era la parte de la ganancia que le correspondía como administrador. En otras palabras, este hombre es previsor y es alabado por su prudencia porque se ha quedado sin las ganancias de hoy para que luego los beneficiarios de esta “donación”, recordando el favor que les hizo, lo ayuden en los momentos de necesidad que con seguridad vendrán. Es decir, este hombre ahorra sus ganancias hoy para tener un beneficio mayor mañana. Es esta previsión el corazón de esta parábola. Esta es una parábola es maravillosa. Y su mensaje es sumamente importante para nosotros hoy que, como costumbre, tenemos la filosofía de “sólo vivir el hoy”. Cómo personas tenemos un pasado, y de acuerdo a como hemos guardado este pasado, viviremos el hoy. Pero no solamente tenemos un pasado, también tenemos un futuro. Si se pretende vivir meramente el hoy, sin tener en cuenta el futuro, seremos como un barco en alta mar, sin brújula y, les aseguro, no vamos a encontrar ningún puerto. En otras palabras: esta parábola nos pregunta por el sentido que le queremos dar a nuestra vida. ¿Para que queremos vivir? ¿Vivimos para Dios? ¿Para la familia? ¿Para ganar dinero? ¿Qué es lo realmente nuestro: nuestros bienes, el auto la televisión la computadora, nuestra grabadora de CDs, etc, etc? ¿La libertad, cuando se vuelve libre? ¿Lo mío, hasta que punto es mío? La historia de la parábola nos dice que las riquezas terrenales son temporales, ¿hasta cuando son nuestras? Hasta que nos morimos. Luego, tras la sucesión, a nuestros hijos o sobrinos. ¿Lo nuestro hasta qué punto es nuestro? Simplemente son bienes que adminístramos que dejamos con la muerte. Ahora bien: ¿Cuáles son los bienes eternos? Los que no nos abandonan con la muerte: los bienes espirituales. Claro que necesitamos cierto confort para vivir. Claro que “no sólo de pan, pero también de pan”. Pero lo importante, lo realmente importante es pensar con qué cosas nos llenamos la vida. Nuestra calidad de vida depende del “material” con que llenamos nuestra vida. Somos lo que llevamos adentro. No podemos obedecer a Dios y al dinero. Sólo podemos ser fieles a uno sólo. En nuestro corazón, el uno excluye al otro. Lo que sí, si no podemos ser fieles a Dios en lo poco, menos aún podemos ser en lo mucho. Y, por sobre todas las cosas, nuestras grandes proclamaciones se ven reflejadas, al detalle, en nuestras pequeñas actitudes. René Trosero cuenta una historia que, además de ilustrativa, es muy linda: Los habitantes de la aldea comenzaron a huir hacia las afueras. En los campos de los alrededores se fueron encontrando despavoridos. Algunos habían logrado echar mano de unas ropas y algo para comer, la mayoría lo había dejado todo. El fuego prosiguió fielmente su tarea, como siempre, ardiendo hasta consumir en sus llamas todo lo que podía ser quemado. Al amanecer, cuando el sol alcanzó con sus primeros resplandores el lugar, los pobladores de la aldea estaban reunidos, doliéndose solidarios en la desgracia. Como la aldea era muy pequeña y todos se conocían, advirtieron la ausencia de un vecino. Se alarmaron, y se preguntaban qué le había sucedido. Dejaron transcurrir las pesadas horas de aquel día, hasta que, al atardecer, pudieron regresar con cuidado en sus casas, caminando entre escombros y cenizas. Cada uno echó una primera y rápida mirada a su propia casa, constatando con dolor que lo habían perdido todo. Después sin proponérselo, volvieron encontrarse frente a la casa del vecino desaparecido. Como detenidos por un generalizado presentimiento, todos se agolparon en la puerta, sin que nadie se atreviera a ser el primero en entrar. Hasta que, al final, comenzaron a entrar, miraban lo sucedido y se retiraban callados, meditando. Los que aún no habían ingresado preguntaban a los que salían qué habían visto, pero nadie respondía. Así, todos los habitantes de la pequeña aldea tuvieron que ver con sus propios ojos lo que había sucedido. En medio de una habitación estaba el hombre tendido sobre el piso, aplastado por el enorme peso de su caja fuerte. Las llamas lo calcinaron cuando forcejeaba por no perder su fortuna. El hombre no encontró las llaves en medio de la humareda y decidió cargar sobre sus espaldas su riqueza. Tropezó asfixiado por las llamas y no pudo quitarse de encima el enorme peso. Todos se fueron en silencio, meditando. Y, en aquel día, habían aprendido una dura lección enseñada por la vida. Todos ellos lo habían perdido todo, pero no se habían perdido a sí mismos. El pobre hombre, que no toleró perder su fortuna, se perdió a sí mismo con ella.” ¿Qué sentido tiene nuestra vida? O servimos a Dios o al dinero, la decisión es nuestra. Las consecuencias también. Porque será de ese sentido que desde la libertad le imprimo a mis días, lo que me dé la calidad a la existencia, que es mucho más que respirar y juntar dinero. Como lo dice la Madre Teresa de Calcuta: Sergio A. Schmidt, Temperley, Argentina |
(zurück zum Seitenanfang) |