Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 1° domingo después de Epifanía, 9 de enero de 2005
Texto según LET serie A: Mateo 3:13-17 por Edgar Moros-Ruano

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


EL BAUTISMO DEL SEÑOR

Es extraño que Jesús, a quien hemos venido a ver como el Señor, el Salvador, el Mesías, Dios en la carne, etc., venga aquí en este pasaje para ser bautizado por Juan, como todo el resto de la gente que se arrepentía y era bautizada con agua.

El bautismo de Juan era en agua, y seguía al arrepentimiento o conversión, y la gente venía a ser bautizada “confesando sus pecados”.

¿Por qué se bautiza Jesús? Ciertamente nos dice la Escritura en diversos sitios que en él no había pecado, de forma tal que Jesús no viene en arrepentimiento de pecados, a ser limpiado por el bautismo. Sin embargo, Jesús comparte este bautismo con agua junto con todos los que eran bautizados por Juan, como cualquier ser humano, identificándose con los pecadores, siendo que él estaba sin pecado. Este es un rasgo que ciertamente fortaleció la comprensión de la Iglesia Primitiva de que Jesús era hombre verdadero. En los esfuerzos por comprender la naturaleza de Jesús el Cristo y los debates que se dieron en los primeros siglos de la historia de la Iglesia en torno al problema cristológico, el bautismo de Jesús por Juan claramente ayudó a entender la humanidad plena de Jesús, afirmada en los primeros credos y afirmada igualmente por nosotros hoy.

Pero en el bautismo de Jesús ocurre algo inédito e inesperado, que no se da en el bautismo normal que efectúa Juan: “después que fue bautizado, subió enseguida del agua, y en ese momento los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y se posaba sobre él. Y se oyó una voz de los cielos que decía: —Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Aquí encontramos ahora un evento que va a refrendar otro aspecto de la naturaleza de Jesús el Cristo, que era Dios verdadero, Dios en la carne, Dios con nosotros. Dios y hombre verdadero y por tanto mediador y salvador, el enviado de Dios, el elegido para reconciliar al género humano pecador con Dios. También se dán en el Bautismo del Señor los elementos trinitarios básicos de nuestra comprensión de la deidad: Dios el Padre habla y declara con la intervención del Espíritu Santo, que éste es su Hijo amado en quien tiene complacencia.

Ahora bien, estas reflexiones teológicas que nos suscita el Bautismo del Señor no deben ocultar otro significado fundamental que allí se halla. El Bautismo para Jesús es como un verdadero nacimiento, tal vez más importante que el que celebramos en la Navidad, porque es el nacimiento a su misión salvífica, a su ministerio terrenal. Hasta este momento del Bautismo Jesús ha estado en preparación para la misión que Dios tiene reservada para él. Pero el Bautismo es el inicio oficial de su actividad pública, su ordenaciónpara la tarea que ha de realizar. Esta ordenación se da en la manifestación del Espíritu Santo, con señales visuales y auditivas: “los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y se posaba sobre él ” y también se oyó una voz del cielo, la voz de Dios el Padre, diciendo, “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Aquí Jesús es ungido para la misión que tenía que cumplir como Salvador del mundo.

Es así como Jesús inicia su ministerio y su misión salvífica, anunciada públicamente después de ser tentado en el desierto, en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mi, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor”.

Ya Juan había dado testimonio de éste que sería bautizado por él: “Yo a la verdad os bautizo en agua, para arrepentimiento, pero el que viene tras mi, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”.

Este es nuestro Señor y Salvador, el Señor de la Iglesia a la cual nosotros somos injertados por el acto del bautismo. Nuestro bautismo es entonces el bautismo del Señor, no sólo en agua sino en Espíritu y fuego. También nuestro bautismo constituye nuestra ordenación básica, por la cual somos ungidos para llevar adelante la misión encomendada a la Iglesia por su Señor. Se nos promete y se nos da el poder del Espíritu Santo. Somos incorporados al Cuerpo de Cristo en el bautismo del Señor y pasamos a ser parte del pueblo redimido, heraldos y anunciadores de las Buenas Nuevas del Reino. En el bautismo también nosotros somos ungidos como hijos de Dios, en quien él tiene contentamiento. Sólo nos queda reconocer esta realidad y ponerla en práctica, desarrollar nuestro ministerio y cumplir nuestro llamado, aun cuando pueda llevarnos al Calvario.

Edgar Moros-Ruano, El Escorial, España
emruano@yahoo.com


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