Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el último domingo de Epifanía de 6 de febrero de 2005
Texto según LET serie A: Mt 17: 1-9 por David Manzanas, Alicante
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


La transfiguración de Jesús

Textos bíblicos: Salmo 2:6-11
Éxodo 24:12-18
2ª Pedro 1:16-21
Mateo 17:1-9

Que la Gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos nosotros en este momento de meditación en su palabra. Amén.

Los textos bíblicos para hoy, último domingo de Epifanía, sitúan el escenario de sus relatos en un “monte alto”. El Salmo 2 habla de Sión, el monte en el que es proclamado el Rey; Éxodo nos relata la entrega de las tablas de la Ley en el monte Sinaí; Mateo nos dice que Jesús tomó a sus discípulos y los llevó a un “monte alto” (si atendemos a que estaban en los alrededores del lago Tiberiades, o de Galilea, y a la tradición, ese monte sería el Tabor) dónde fueron testigos de la transfiguración; la epístola de Pedro recuerda ese acontecimiento. Sión, Sinaí, Tabor; tres montes sagrados, tres lugares altos, cerca de Dios, lejos del suelo del mundo. Tres lugares altos, donde la gloria de Dios es manifestada, donde no llegan los ruidos del suelo.

¡Ver la Gloria de Dios!

Santiago, Pedro y Juan fueron testigos de excepción de algo maravilloso. Y podríamos pararnos a reflexionar sobre lo que vieron y oyeron los discípulos, meditar sobre ese Jesús que, delante de sus propios ojos, se transformó irradiando luz como del sol e iluminando con su presencia; podríamos dirigir nuestro pensamiento a la voz que escucharon, esa voz profunda que surgió de la nube para revelarles lo que todavía no habían comprendido ni comprenderían hasta después de la resurrección: que Jesús es el Mesías esperado, el Hijo amado elegido. Pero hay en el relato un detalle que me llama poderosamente la atención y del que no quiero huir: la actitud de los discípulos.

La expresión de Pedro, como siempre tan espontánea y explosiva, es muy reveladora: « Señor, ¡qué bien que estemos aquí!» Si no fuera porque es una contradicción de términos, diríamos que despierta en nosotros eso que la gente llama “sana envidia” (digo que hay contradicción de términos porque si es envidia no puede ser sano, y si es sano no puede ser envidia) ¡Cómo quisiéramos haber estado allí! Gozar de la visión de Moisés y Elías junto a Jesús.

Los tres evangelios sinópticos insertan el relato de la transfiguración inmediatamente después de que Jesús anunciara su muerte. Y, como ocurre siempre, el anuncio de la muerte es inoportuno. Justo cuando Pedro declara que Jesús es el Mesías, justo cuando la fama de Jesús estaba en lo más alto después de sanar a enfermos y de alimentar a una gran multitud, justo entonces, Jesús les echa un jarro de agua fría anunciando su muerte violenta a manos de violentos. Y no quieren oírlo (el relato bíblico nos cuenta que Pedro se atrevió a reprender a su Maestro por sus malos augurios) ¡¡Ah...!! pero eso ya ha pasado, habrá sido un mal día que todos tenemos. Ahora las cosas vuelven a pintar bien. Ahora Jesús está en el monte alto, lejos de los gritos de los enfermos, lejos de las envidias de los sacerdotes, lejos de los intentos de manipulación de los fariseos. Allí, en el monte alto, en la presencia misma de Dios, se disfruta de paz, de sosiego, y hasta allí no llegan los clamores de la vida cotidiana.

¡Que tentación, evitar lo que pueda estorbarnos!

Lógico que los discípulos se quieran quedar allí ¿tú no? «H aré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Sí, aunque sea al raso, es preferible permanecer en el monte alto, donde nada ni nadie puede estorbarles en su contemplación, donde nada ni nadie romperá el clima de adoración y alabanza. Lógico que quisieran quedarse allí ¿tú no?

Algunas de las actitudes de la Iglesia son la traducción actual de la propuesta de Pedro: hacer chozas para permanecer arriba, en el monte alto. Así, se dispone todo para que nada del exterior interfiera en la contemplación de la Gloria. El ambiente de las reuniones, el tono de la oración, la repetición, como si de un mantra se tratara, de ciertas palabras o melodías, los temas de las meditaciones, la manera de enfocarlos…, todo ello puede ser un hábil instru­mento para permanecer en el monte alto, en la contemplación maravillosa de la Gloria de Dios. Y allí los discípulos de hoy, como los de antaño, se sienten a gusto, seguros, no confrontados. Pueden respirar, nada les amenazará. Aunque a veces la presencia misma de Dios es tan intensa que nos llena de pavor, que nos llega a asustar, como también les pasó a Santiago, Juan y Pedro. ¡Buscamos a Dios, queremos vivir plenamente su presencia, pero al mismo tiempo, nos produce miedo, nos atemoriza! Pero ahí esta Jesús, para calmar­nos, para devolvernos la tranquilidad y levantarnos. No parece el mismo Jesús que, apenas una semana antes, les anunció su muerte. Está lejos la controversia con Pedro, cuando se atrevió a regañar al Maestro, y la reprimenda que el discípulo recibió « ¡Apártate de mí, Satanás, pues me pones en peligro de caer! ¡Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres!» (cf. Mt 16:23)

Estas palabras de Jesús nos recuerdan algo importante: que muchas veces nuestra manera de ver y comprender las cosas no es la manera cómo Dios las ve. Quizás, para muchos buenos miembros de nuestras iglesias y comunidades (posiblemente para nosotros mismos), la subida al monte alto signifique el salir de la realidad que nos rodea, salir de todo aquello que impide la “comunión plena” con nuestro Dios. Pero para Dios, la invitación a subir es la invitación a poder ver, de manera anticipada, aquello que hoy está velado a nuestro mundo y que Él hace que sea visible para los llamados a acompañarle. Para nosotros, un escape; para Dios, el anuncio de un rescate. Dos miradas, dos maneras de ver.

Ver lo velado para “revelarlo”

Pedro, Santiago y Juan fueron llamados para contemplar lo que los otros no podían ver. Con ello, fueron confirmados en su propia fe (recordar que una semana antes, el propio Pedro afirmaba lo que ahora oía en voz propia de Dios) El mismo Pedro lo relata en su carta « Esto hace más seguro el mensaje de los profetas» . No fue una contemplación para sí mismos, una huida propiciada por Dios para sus más leales e incondicionales adeptos. Pedro sigue hablándonos: «Este mensaje es como una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana salga para alumbraros el corazón» . ¿Qué mensaje es este? Sin duda alguna, a la voz de Dios proclamando a Jesús como su Hijo amado, el elegido por Él. Un mensaje velado en el mundo alejado de Dios pero que espera ser revelado en ese propio mundo (« hasta que el día amanezca (…) para alumbraros el corazón» ) . Una visión anticipada que ellos han de compartir. ¿Recordáis que el texto dice que al oír la voz que venía de las nubes cayeron al suelo presa del miedo? Es mucho el peso y la responsabilidad de haber oído la revelación de Dios. Mejor quedarse en silencio allí arriba, en la quietud de la contemplación. Pero Jesús les toma de las manos, les calma en su miedo y les conduce de nuevo hacia abajo. No pueden seguir en el monte alto. Han de bajar. Allí les espera todo un mundo repleto de una realidad que no pueden eludir, un mundo lleno de enfermos, de lamentos, de dudas, de conflictos.

Llevados arriba para hacer frente a lo de abajo

Hay que bajar, porque abajo, en el mundo de los hombres que no ven la Gloria de Dios hay personas que necesitan la liberación de sus propios males. Es muy significativo que, nada más bajar del monte, Jesús se dirige a donde está la gente y lo primero que recibe es la petición de un padre que busca desesperadamente una solución para su hijo poseído. Algo que los discípulos no pudieron dar. ¿Qué discípulos?, ¿los que permanecieron abajo mientras Santiago, Juan y Pedro estaban arriba? ¿O se refiere a un encuentro anterior a la ascensión al monte alto? Sea como sea, la realidad es que no pudieron liberar a aquel muchacho, era una tarea que estaba fuera de sus posibilidades y fuerzas. ¿Quizás por eso Jesús se los llevó arriba? De nuevo, uno de los presentes contesta a nuestra pregunta «La enseñanza que os dimos acerca del poder y el regreso de nuestro Señor Jesucristo no consistía en fábulas ingeniosas, puesto que con nuestros propios ojos vimos al Señor en su grandeza» De modo que sí, para eso se los llevó arriba; no para que permanecieran allí, en la beatitud de la contemplación, sino para que, habiendo sido testigos de la grandeza de Jesús, pudieran hacer frente a las necesidades de muchachos como ese joven endemoniado del relato.

No nos es permitido quedarnos en nuestro monte alto, ni hacer de nuestras iglesias remedos del monte alto. Somos llamados a bajar a ras de suelo, a entrar donde está la gente y enfrentarnos a sus necesidades, que no son muy diferentes de las nuestras porque también nosotros necesitamos sanación y liberación.

Podemos estar agradecidos a Dios por dejarnos “ver” lo velado; podemos estar contentos por el privilegio de haber sido conducidos a lo alto del monte. Pero no podemos hacer cabañas para quedarnos quietos. No nos es permitido. Fortalecidos en nuestra fe por la visión, hemos de hacer frente al mundo que nos espera; y, con esa fe fortalecida por la visión, ser semillas de una sociedad transformada, rescatada. «Os aseguro que si tuvierais fe, aunque fuera tan pequeña como un semilla de mostaza, diríais a ese monte: ‘Quítate de ahí y pásate allá’, y el monte se pasaría. Nada os sería imposible» (cf. Mt 17:20)

Ánimo y abajo, que nos están esperando.

David Manzanas (Alicante, España)
alcpastor@iee-levante.org


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