Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el Primer Domingo de Cuaresma, Fecha: 13-02-05
Texto según LET serie A : Mt 4,1-11 por Cristina Inogés Sanz
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Hermanos: ¡Que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros!

¿Ese Jesús que conocemos?
Pero, ¿ese Jesús que conocemos, el del Evangelio, es el que fue tentado? ¡No puede ser! Ya sabemos que era en todo igual a nosotros menos en el pecado, ¡pero de ahí a tener tentaciones!

Pues sí, ese Jesús al que creemos conocer, fue tentado. Comprendo que es mucho más fácil y más placentero creer en el Jesús que hace milagros, que camina sobre las aguas, que calma una tormenta. Verlo tan parecido a nosotros, desconcierta un poco (o bastante), ¿verdad?

También es verdad que en esto de las tentaciones de Jesús, hay una diferencia respecto a nosotros: donde nosotros solemos caer, Él no sucumbe.

No nos dejes caer en tentación
En principio las tentaciones, no han de verse como malas. Ahora bien, sería conveniente que diferenciásemos lo que son tentaciones, de lo que son simplemente caprichos. Los caprichos son tonterías. Las tentaciones, algo más serio.

La tentación nos plantea, siempre, la posibilidad de no ser fieles al compromiso adquirido. Ese es el verdadero peligro de la tentación. No es por casualidad que los evangelios sinópticos sitúen las tentaciones tras el bautismo de Jesús. Jesús había adquirido un compromiso y en público, cumplir lo que Dios ha dispuesto (Mt 3,15) y este compromiso se pone en juego ante la tentación.

Todos sentimos un bloqueo interior ante el reto de cualquier compromiso, ¡esto es la tentación! Rendirnos a ese bloqueo y quedarnos quietos es, caer en la tentación.

Las tentaciones de Jesús
Desierto y hambre. Templo y desconfianza. Monte y poder. Son momentos teológicos más que cronológicos y lo que nos muestran es a un Jesús que, se enfrenta al mal para extender el bien.

La pista para entender la primera tentación, está en la respuesta que da Jesús no sólo de pan vive el hombre…algo que ya leemos en Dt 8,3 donde se recuerda a los israelitas que no repitan la actitud que mantuvieron en el desierto (Ex 16,2-3). La tentación estaría no en satisfacer el hambre, sino en rebelarse contra los planes establecidos por Dios.

La clave de la segunda tentación, también está en la respuesta de Jesús no tentarás al Señor tu Dios…la leemos en Dt 6,16 donde se anima al pueblo a no ser igual que sus antepasados (Ex 17,1.7). La tentación sería la manipulación de Dios, hacer que Dios mostrara su poder para, evidenciar su existencia.

La evidencia de la tercera tentación está en ella misma, es la tentación de la idolatría con toda claridad. De todas formas, Jesús, nos vuelve a llevar al Antiguo Testamento adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto (Dt 6,3). Si Jesús hubiera cedido, hubiera negado su misión.

Nuestras tentaciones
Tal vez nuestra tentación sea creer que no nos puede pasar lo mismo que a Jesús. Quien así piense, está bastante equivocado.

Lo mismo que en el Padrenuestro pedimos eso de “no nos dejes caer en tentación”, también pedimos el “hágase tu voluntad”, es decir lleva acabo tus planes Dios. ¿No nos revelamos contra eso y convertimos las piedras en pan haciendo nuestra voluntad? Dios no puede ser nuestro Dios en algunas ocasiones; debe serlo siempre. Alimentarnos de la palabra que sale de su boca supone acatar su voluntad con confianza plena, con fe como los israelitas aceptaron el maná. Sus mandatos son más dulces que la miel (Sal 19,11), porque manda desde el amor y el Amor nos alimenta para darlo a conocer. No podemos satisfacer nuestras necesidades a costa de Dios, sino con Dios.

Hay un poema de Machado titulado “La Saeta” que termina diciendo:

“¡No puedo cantar ni quiero,
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!”

¡Qué poco nos gusta el Dios necesitado! Y que grande es la segunda tentación. ¿Quién no ha experimentado el deseo, por lo menos alguna vez, de presenciar una manifestación grandilocuente de Dios? Y no es que no se manifieste cada día, es que nos gustaría algo más espectacular, ¿verdad? Pedirle cosas, incluso materiales, y que nos las concediera, algo tangible para nuestros sentidos.

Es la tentación que tenemos de hacer que Dios se manifieste religiosamente. Si pedimos que Dios se manifieste así, ¡que lejos estamos del Dios de Jesús! ¡Qué Dios tan poco cristiano! La fuerza no está en caminar sobre las aguas, sino en no sucumbir a la tentación de pedirle demostraciones a Dios. Entonces puede preguntarse alguien, ¿de qué sirve Dios si no manifiesta su poder? Sería bueno plantearse un cambio de “chip” para poder experimentar la fuerza de Dios en la vida y sentir que, cuando nos sucede algo, la fuerza salvadora de Dios no se manifiesta evitando ese algo, sino dándonos fuerza para superarlo.

Vivimos en un momento donde el sincretismo religioso está a la orden del día. Alguien puede pensar que, de ahí a la idolatría no hay más que un paso, porque no será muy difícil cambiar a Dios por otro dios cualquiera. Probablemente no sea necesario pensar tanto. La verdadera idolatría es creer que nosotros somos dioses, que somos capaces de actuar como él (en lo vistoso y poderoso, no tanto en el compromiso de justicia con el mundo). Lo manipulamos todo, tratamos a la Creación como si fuera de nuestra propiedad y no una herencia que administramos para otros, el ser humano se convierte en moneda de cambio y como víctima en “efecto colateral”. ¡Qué fácil es caer en la idolatría de creernos dioses! Ya no nos consideramos hechos a imagen y semejanza de Dios, sino que “hacemos” a Dios a imagen nuestra.

El poder en toda su extensión. Esa es, desde antiguo (Gn 3,5-6), la gran tentación del hombre. El poder es una relación ya que todos tenemos pequeñas parcelas de influencia y una instancia de dirección porque como todas las relaciones son tan complejas, el poder se asienta cada vez con más fuerza.

Depurar la imagen que tenemos de Dios
Si de algo tiene que servirnos el reflexionar sobre las tentaciones de Jesús, es para depurar nuestra imagen de Dios.

Dios siempre está a disposición del hombre, a su servicio. Pero creo que llegará el día, por infinita que sea su paciencia, que terminará con esa burda manera que tenemos de servirnos de Él, que no es lo mismo. Utilizar a Dios es la tentación nuestra de cada día, con fines políticos, bélico-preventivos, económino-caritativos, y por supuesto religiosos.

El Jesús de las tentaciones, también, manifiesta a un Dios que no quiere otra cosa que la fidelidad hasta el final del compromiso adquirido. No quiere el sufrimiento, el mal, la angustia o el dolor, pero no tiene que andar con la varita mágica evitando, a golpe de destello, el sufrimiento. Para eso nos hizo a nosotros a su imagen y semejanza, para no caer en la tentación de invocarlo para que ejerciera “magia”, sino de invocarlo para darle gracias porque a través de su Hijo nos enseñó y nos dio la posibilidad de no caer en la tentación de la apatía, de la indolencia y no dejarlo, siempre, por sistema, y como recurso cómodo, todo en sus manos.

Cristina Inogés. Zaragoza (España)
crisinog@telefonica.net

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