Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el Viernes Santo, Fecha: 25 de marzo de 2005
Texto según LET serie A : Juan 19, 16 - 30 por Karin Schnell

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


En los últimos domingos vimos desfilar delante de nuestros ojos los diferentes personajes de la historia cruel y desgarradora de la pasión de Jesús. Y si bien aparecen el Sumo Sacerdote, el gobernador Romano Poncio Pilatos y en los otros evangelios también el rey Herodes, o sea personajes de grueso calibre político, una de las cosas que nos sorprendió y conmovió, es que aparecen todos los instintos, las actitudes mezquinas, las artimañas cotidianas y las maldades humanas, harto conocidas por todos nosotros. Y al final la suma de todo eso lo lleva a la muerte a Jesús. Unos ejemplos:

Judas Iscariote representa la traición por sentirse defraudado y desilusionado. Lo vende a Jesús por 30 monedas de plata. ¿Por qué esa suma? Esa era la suma que se pagaba por un esclavo. Se supone que Judas era integrante de un grupo nacionalista revolucionario y que en algún momento pensó que Jesús se podía enganchar en esa línea de liberación nacional y en la lucha armada en contra de los Romanos. Todo el mundo lo seguía, bueno, la situación estaba preparada para que Jesús sea el Rey. Como Jesús no cumplió ese deseo de asumir como jefe político, Judas lo vende como esclavo. (“Si no quiere ser Rey, pues, que saboree lo que es ser esclavo). O sea, me imagino que Judas es un traidor traicionado, engañado. Al ver que en vez de ser vendido como esclavo, Jesús es crucificado, o sea al darse cuenta de que fue engañado, devuelve las monedas y se mata.

Los Sumo Sacerdotes Anás y Caifás representan la sed de venganza personal, porque Jesús se había metido con sus negocios lucrativos . Pero disfrazan ese odio personal con una causa noble que es la protección de la fe. O sea juegan su rol de guardianes de la fe pura, utilizan ese cargo para liquidar a Jesús que los incomoda personalmente. Para lograr eso no le tienen asco a la mentira, el falso testimonio, la intriga y la extorsión.

Los dirigentes religiosos representan la hipocresía . Cuando quieren lograr de que Pilatos lo sentencie a muerte a Jesús, ya se habían purificado para celebrar las Pascuas. No debían volver a contaminarse. Por eso no entran en la casa de Pilatos, un pagano, sino que éste tiene que salir a hablar con ellos. O sea, cumplen formalmente con los ritos religiosos, pero entregan al que es el Amor de Dios personificado.

Los maestros de la ley sienten en Jesús un rival. Representan los celos y la envidia . Celosos y envidiosos, no podían ver lo nuevo que traía Jesús, cuando acercaba el amor de Dios a los sencillos, los humildes y excluidos. Sólo veían que Jesús le daba algo a la gente que ellos fueron incapaces de dar.

Pilatos representa la cobardía del que no quiere jugarse . El miedo a tener que afrontar consecuencias (a lo mejor desagradables) si se jugaba por sus convicciones. Se había mostrado flojo, cuando tenía que decidir sobre vida o muerte, pero por el otro lado se muestra 100% decidido en cosas sin importancia, y autoritario cuando por ej. los judíos le pidieron que cambiara la inscripción del cartel.

“Los judíos” representan el poder de la masa . Ese aglomerado de gente donde el individuo no cuenta, no piensa, no razona, solo hace lo que otros mandan, que hoy grita “Hosanna” y mañana “Crucifícalo”. Son los espectadores que acatan el slogan del momento y lo repiten sin darse cuenta de que son usados.

Y finalmente los soldados al pie de la cruz: se reparten el botín, la herencia antes de la muerte del propietario de esas cosas. Con toda tranquilidad echan los dados para ver quién se queda con lo más valioso, la túnica de Jesús. Representan la indiferencia que sigue haciendo su vida en presencia del dolor, el sufrimiento y la muerte.

La traición, la venganza, la hipocresía, los celos, la envidia, la cobardía, la irracionalidad, el odio, la indiferencia – nada de eso ha sido superado en las vidas de los seres humanos. Nadie de nosotros está totalmente libre de esos impulsos, y sabemos que nos producen dolor a nosotros mismos y con ellos les producimos dolor a los demás. En las últimas horas de la vida de Jesús, esas pasiones humanas se han concentrado y potenciado infinitamente y enfocado en la vida de un inocente, provocándole la muerte. Cuando somos los autores de estos impulsos, llevamos el germen de la muerte en nosotros. Un pequeño odio personal llevado a la potencia produce muerte. Lo mismo vale de la hipocresía, la cobardía, los celos, la envidia, la indiferencia. Son semillas de muerte. Eso es lo que significa la palabra pecado. Para enfermarse no es necesario ser bombardeado por una cantidad importante de bacterias. Una sola alcanza.

“Un pequeño pecado es como una mosca muerta en un jarrón de leche.
Un pequeño pecado es como una chispita en un barril de pólvora.
Un pequeño pecado es como una gota de veneno en un vaso de agua.
Un pequeño pecado es como un agujero en el fondo de un bote.
Un pequeño pecado es como un golpe de hacha en el tronco de un árbol”.

Ahora, es verdad y por ahí comprensible que toda la suma de esas pequeñas pasiones muy humanas, que se han concentrado en tan poco tiempo en una sola persona, le produzcan la condena a muerte. Podríamos hablar de una conjunción desdichada de circunstancias, que todo se confabuló y que se juntó todo. Pero hay un elemento misterioso que hace que esta historia sea absolutamente sin igual. Y es que Dios, el Padre y Jesús, el Hijo permitieron que eso suceda. Es más, parece que Jesús absorbiera como una esponja todo el pecado de todo el mundo. Todos los gérmenes de muerte de todas las personas del mundo. Eso significa la frase de que Jesús se hizo pecado por todos. Y el abandono del Dios que sufrió Jesús significa que Dios y el pecado no pueden convivir. Ese es el abandono de Dios que sufre Jesús.

Ramón Cué en su librito “Mi Cristo roto”: “YO me hice responsable, voluntariamente, de todos los pecados, lacras y degeneraciones de toda la humanidad a lo largo de toda la historia. YO cargué con todas sus indiferencias, blasfemias, crímenes, aberraciones y vicios. Todo pesaba sobre mí. Y con todo eso a cuestas me clavaron en la Cruz. Mi Padre se asomó para verme.

Sobre mi Rostro vio superpuestas, sucesiva y vertiginosamente, las caras de todos, absolutamente de todos los hombres. En mi cara estaban todas las caras. Porque YO, voluntariamente, para que El no castigara, daba la cara por todos los hombres, mis hermanos. Mi Padre en el cielo, durante aquellas tres horas de mi agonía en la Cruz, estuvo contemplando, sobre mi cara, el desfile trágico de todas las caras. Era horrible. Pero mientras tanto YO decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Y mi Padre los perdonaba. Mi Padre no los condenaba. Mi Padre los amaba porque estaban en mi cara. Porque YO daba la cara por ellos.

No era Yo sólo el que estaba en la Cruz. Ni moría YO sólo. Todos ustedes se apretaban en mí”. C reo que ante ese amor que se hace cargo de nuestras pequeñas y grandes macanas, la única actitud que vale es la alabanza.

Pero en esta historia también hay huellas de otra siembra. La siembra de la vida, con semillas de amor. Hay 3 mujeres que acompañan a Jesús y se quedan al pie de la cruz. Era peligroso declararse amigo o familiar de un delincuente condenado a muerte. Era como hacerse cómplice. Pero estas 3 mujeres están ahí, firmes, quebradas y mudas en su dolor, pero presentes. Se puede leer en los comentarios que como las mujeres eran apreciadas de menor valor que los hombres, no les significaba ningún peligro acercarse hasta la cruz. Que total pasaban desapercibidas. Pero no es así. También para las mujeres significaba un riesgo estar allí, como las madres que buscaban a sus hijos desaparecidos en tiempos de la dictadura corrían serios riesgos. Pero estaban allí porque su amor hacia Jesús fue más fuerte que su miedo. Lo mismo valía para Juan, “el discípulo amado”. Y quién sabe, talvez por eso Juan muchos años después, recordando esa escena, escribió en su primera carta: “Donde hay amor, no hay miedo. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el miedo” (1ª Juan 4: 18). El antídoto contra el miedo no es la valentía, sino el amor. Por amor somos capaces de hacer cosas de las que jamás nos habríamos considerado capaces. Aquí vemos un pequeño grupito de personas que vencen el miedo por su amor. Y ese amor nació a partir del amor que recibieron de Jesús. María Magdalena estaba allí. La mujer de la que se dice que Jesús la curó de 7 espíritus malignos. Le renovó la vida. Mejor: le devolvió la vida. Eso no se olvida jamás.

Otra semilla de amor en esta escena donde parece dominar el odio: Jesús actúa como siempre actuó, resumen de su ser que siempre antepone al otro antes de su persona: cuando ve a su madre al pie de la cruz, aunque sufriendo horrores, se acuerda de que ella quedaría desprotegida y sola cuando él muera. Y en un acto de amor sin igual deja de lado su propio sufrimiento y se preocupa por ella. “Mujer, ahí tienes a tu hijo” le dice a la madre. “Ahí tienes a tu madre” le dice al discípulo, que a partir de allí la adopta como madre propia (que es como se puede traducir también la frase: “ese discípulo la recibió en su casa”, V 27).

Y finalmente, cuando ya todo había terminado, otra semilla de amor que brota en esta escena de muerte: Por la noche, José de Arimatea y Nicodemo piden el cuerpo de Jesús para sepultarlo. Es llamativo que ambos habían sido discípulos de Jesús, pero a escondidas por miedo a las represiones. Pero ahora la muerte de Jesús los movilizó de tal manera que se declaran públicamente como sus seguidores. La cobardía y el miedo quedaron atrás y preparan el sepelio de Jesús. Uno podría decir que es tan pequeña esa siembra de amor ante la absoluta presencia del odio y de la muerte. Pero estas pequeñas muestras de amor tendrán aval de Dios y brotarán para abundante cosecha cuando Dios no deja a su Hijo en la muerte.

Pastora Karin Schnell, Buenos Aires
karinschnell@infovia.com.ar

 


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