Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 7º Domingo de Pascua, 8-05-2005
Texto: según LET serie A: Jn 17, 1 - 11. Por: Cristina Inogés

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Hermanos: ¡Que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros!

La oración de Jesús

La forma de relacionarse con Dios que venía manifestando Jesús, era totalmente original. ¿Por qué no había de serlo su manera de orar? Jesús pertenece a un pueblo que sabe orar, esto es tan indudable como la riqueza de su herencia litúrgica. Pero no debemos olvidar que el riesgo de caer en la oración de fórmulas ritualistas es muy grande, además que este tipo de oración acaba por situar a Dios lejos, muy lejos del hombre.

Jesús tomaba parte en el culto del sábado y oraba junto con la comunidad (Lc 4,16). Conocía perfectamente la Escritura y frecuentemente hace referencia a ella cuando habla a la gente.

Pero Jesús no se contenta con la herencia litúrgica de su pueblo y busca más. Todos los momentos claves de su vida se realizan en un clima de oración, unas veces más cerca de los discípulos, otras en soledad, pero siempre con un lenguaje que se entiende porque él reza en arameo, idioma que sí entendía la gente del pueblo. Jesús sacó la oración del círculo de la liturgia sagrada.

Para Jesús la oración no es sencillamente “ponerse en contacto con Dios”, sino ponerse ante un Dios determinado que une íntimamente bondad y exigencia; un Dios Padre / Madre que ama y educa.

Jesús en su oración personal no hace alarde de soledad, ¿quién puede sentirse en soledad si está con Dios? En ese instante de su oración con Jesús estamos todos, los que ya estaban, los que llegaríamos a estar y los que estarán. Él sabe que nos ha cuidado y nos vuelve a dejar al cuidado de Dios. Y hace la petición en forma de diálogo, porque la oración, aunque sea un monólogo, siempre es un diálogo. ¡Paradojas de la relación con Dios!

A quién, desde dónde, cómo, para qué oramos

Dios está con nosotros. Oramos a ese Dios próximo que nos ha hecho a su imagen y semejanza y que, generalmente, poco tiene que ver con la imagen que de él hemos hecho nosotros. Dios es el Padre de la parábola del hijo pródigo, o más bien de la parábola del “padre bueno”.

A Dios lo situamos casi siempre lejos, nos empeñamos en dejarlo apartado, casi aparcado en algún lugar. Para unos ese lugar es el edificio de la iglesia, para otros algún lugar bello de la naturaleza, para otros una experiencia determinada, la cuestión es sacarlo de la vida cotidiana, de las experiencias que nos hacen sentir la vida tal y como es, a veces agradables y otras no tanto.

Dios está con nosotros. Entremos en el silencioso diálogo de la oración. Hagamos sitio en la vida para Él, dejémosle vivir en nuestra vida, con nosotros, exactamente igual a como vivía en su Palestina natal siempre próximo y preparado para compartir una fiesta o una pena. Oremos a este Dios y no al que hemos situado tan lejos que para acceder a una remota presencia suya, necesitamos instalar andamios intelectuales para subir al cielo. Dios está con nosotros, está en el mundo que creó para nosotros, en el mundo que comparte con nosotros.

Oremos desde lo cotidiano. Si Jonás pudo orar en y desde el vientre del gran pez, ¿va a ser cualquier situación nuestra más extraña que esa? Las prisas de un día cualquiera, los problemas de la familia y el trabajo, el encuentro distendido con los amigos, las preocupaciones de cualquier tipo, el cansancio físico y espiritual, la apatía, la duda, la risa, el miedo, la confianza, es decir todo lo que vivimos en cada momento de nuestra vida es lo que hay que llevar a la oración. Es necesario interiorizarlo todo, poder decirlo, acogerlo como propio (porque el sufrimiento y el dolor siempre queremos situarlo fuera de nosotros) y dárselo de forma clara a Dios para que nos tome por los brazos, nos levante, nos abrace y le miremos a los ojos como criaturas hechas a su imagen y semejanza que somos.

Cada uno debe orar desde su manera de ser, de sentir, de vivir. Algunas veces pensamos que las cuestiones culturales que nos diferencian están situadas lejísimos de nuestros lugares de residencia. Tracemos un círculo con la distancia que puede recorrer un avión en un hora desde donde vivimos y veremos lo cerca que están las diferencias culturales para comer, divertirse, convivir y orar… Jesús fue libre en su forma de orar. Aprendamos de su libertad porque nos conducirá a la plenitud.

La plenitud es la opción por ser uno mismo y en ser uno mismo también está la forma de orar. Aprenderemos a bucear en nosotros mismos, porque la oración es una manera de conocerse muy a fondo y de encontrar la misión para la que estamos hechos. Sólo desde lo más profundo de nosotros mismos, brota la apertura hacia los otros y el don de nosotros mismos.

Nunca oramos solos, aunque lo hagamos en nuestra habitación con la puerta cerrada. Ese diálogo en forma de monólogo que es la oración, es a la vez una forma de interrelación multidireccional impresionante. Siempre hay otras personas orando en algún lugar del mundo, probablemente compartiendo “tema de conversación”. En este pasaje del evangelio, Jesús oraba ya por y con cada uno de nosotros. Nosotros cada vez que oramos, lo hacemos por nosotros, por los demás y con los demás.

Orando nos unimos a la única fuerza capaz de transformar el mundo: Jesucristo. Unidos en Él por medio de la oración, estaremos unidos entre nosotros para actuar de manera única, para actuar en el Amor. Nuestra oración en Él será un canto, dentro de la unidad que produce la oración, a la diversidad en la que hemos sido creados.

Cristina Inogés
crisinog@telefonica.net

 


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