Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 8º Domingo de Pentecostés, 10-7-2005
Texto: según LET serie A: Mt 13, 1 - 9 por Karin Schnell

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Mateo 13: 1-9

Ninguno de los imperios que han pasado por la tierra, ha empezado con un acto tan pacífico como es el de sembrar los campos. Muy por el contrario. Siempre que un imperio se impuso sobre otra, se destruyen los sembrados, se arrasan las viviendas y se expone a los habitantes a miseria y muerte. En eso no hay diferencia entre los imperios de la antigüedad y los de hoy. Sólo hay una diferencia en la tecnología que se usa. La fuerza brutal y el terror han sido siempre el método para someter a pueblos enteros. La iglesia cristiana muchas veces cayó en esa tentación de querer imponerse a la fuerza: San Agustín aconsejó que había que obligarle a la gente aunque sea por la fuerza a aceptar la fe cristiana, porque eso sería para su bien. Y así fue que se conquista América con la cruz en una mano y en la otra la espada.

“Un sembrador salió a sembrar...” es así como, según las palabras de Jesús, se “impone” el Reino de Dios. ¡Qué imagen tan tranquila y pacífica! ¿Quién le puede tener miedo a un campesino que sale a sembrar sus campos? La gente que estaba con Jesús, debe haber estado bastante asombrada cuando escuchó esto. ¿Cómo? ¿El Reino de Dios no vendría con fuerza, arrojando del país a los opresores romanos? ¿La señal del Reino de Dios no iban a ser hechos de poder y victoria?

“Un sembrador salió a sembrar...” El sembrador es Jesús y la semilla que siembra es la Palabra de Dios, la Buena Noticia. Y esa Palabra de Dios no son simplemente frases que se lleva el viento, sino que están llenas de poder y vida. De un poder que construye y de vida que perdura. Al paralítico le dijo: “Levántate y anda”. Al ciego: “Recobra la vista”. Al sordo: “Que se abran tus oídos”. Al mudo: “Habla y comunícate”. A los tristes y angustiados: “Vengan a mí todos los que están cargados y agobiados, porque yo los aliviaré”. A los pecadores: “Tus pecados te son perdonados”. A todos: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. “Mi paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la dan los que son del mundo. No se angustien, ni tengan miedo”.

Es así como el Reino de Dios se instala en los corazones de las personas y realiza su revolución desde el interior de los seres humanos. Sin violencia, sin atropellarlos, sin manifestaciones sensacionales. Nos conquista con su paciencia; nos convence con su amor; despierta nuestra confianza; con lazos de ternura nos atrae al Padre. Renuncia a todo poder, evita toda presión, y – arriesga el fracaso.

El Reino de Dios empieza donde las personas escuchan sus palabras y le hacen caso. El Reino de Dios es un Reino de los que escuchan. Pero aquí tenemos un problema. Sabemos que el sentido del oído es el primero en desarrollarse (ya un bebé en el vientre de la madre puede escuchar) y el último que se pierde (una persona en coma puede estar escuchando lo que se habla, aunque no pueda manifestarse). Pero en realidad son muy pocos los que escuchan de verdad. A veces, cuando alguien nos está contando algo, ya estamos pensando en qué le vamos a responder. Así también nos pasa con la Palabra de Dios. La escuchamos, la encasillamos, la comparamos con lo que ya sabemos y así la desarmamos. No puede lograr su cometido, su revolución en nosotros. Cuántas veces nuestras oraciones son monólogos, donde le informamos a Dios sobre nuestros problemas y nuestras necesidades. Y cuando nos desahogamos de tal manera, ya está, pasamos a otra cosa. Pero la oración sólo es en parte hablar con Dios. ¡Es también escuchar su respuesta! Cuántas veces pedimos a Dios que bendiga lo que nosotros hemos pensado y no le preguntamos qué es lo que quiere Él!

Volvamos al texto de nuestra meditación: ¿qué pasa con ese sembrador? ¿Acaso no mira dónde está arrojando las semillas? Parece que no. Derrocha generosamente las semillas, una parte cae sobre tierra dura, otra entre las rocas y otra entre las espinas. Sólo una cuarta parte cae en tierra fértil y trae fruto. Jesús obviamente no hizo una preselección de las personas a quienes debía hablar del Reino de Dios. No decía de antemano: “No aquí no, aquí no vale la pena”. Nosotros nos sorprendemos, porque siempre entendimos que tenemos que poner prioridades, dónde sembrar. Me imagino que mucho más tarde los discípulos recordaron estas palabras de Jesús , y se sintieron consolados. Cuando proclamaban la palabra, hacían obras diacónicas, querían ayudar al prójimo: ¡Tanto se pierde y tan poco de la semilla sembrada brota y trae fruto! Tantas veces habrán pensado que su trabajo es en vano. Entendían que Jesús les quería decir: “Todos los campesinos saben que una parte de la semilla se perderá, no puede crecer toda. Pero eso no los desaliente ni les impida sembrar porque sepan que a pesar de todo la cosecha es segura. Sé que sufrimos contrariedades y desilusiones; sé que tenemos nuestros enemigos y opositores, pero no se desalienten, la ¾ parte de la semilla se pierde, pero la ¼ parte que cae sobre tierra fértil trae fruto en abundancia. Los fracasos son impresionantes, las contrariedades importantes, pero no pueden arruinar la cosecha final de Dios”.

Finalmente, este texto nos pone ante la pregunta de conciencia: Qué tipo de tierra somos nosotros?

¿Tenemos el corazón tan endurecido que la palabra de Dios rebota? ¿Nos escudamos en nuestras costumbres porque “siempre fue así, por eso es bueno”? ¿No queremos que la Palabra de Dios nos moleste en nuestra comodidad, desarme nuestros prejuicios, le ofrecemos múltiples excusas? Seremos como la tierra del camino, donde la semilla cae y se las llevan los pájaros.

¿O somos de los que se entusiasman fácilmente y luego se frustran cuando se hace difícil? Empiezan con entusiasmo su vida de fe, invierten tiempo en la vida de la iglesia pero cuando sienten que sus expectativas no se cumplen, pierden el ánimo, se alejan desalentados. Seremos entonces como roca donde la semilla cae pero como hubo poca tierra, las plantitas no pueden echar raíces y se secan.

¿O tenemos demasiadas cosas a nuestro alrededor, de modo que no podemos ver lo esencial? Nos consumen las preocupaciones por preservar nuestras propiedades. O la preocupación por tantas cosas que no tenemos y que nos hacen falta; ó por lo que otros piensan de nosotros. Seremos entonces como la tierra llena de yuyos y espinas que ahogan la palabra de Dios e impiden que pueda crecer y dar fruto.

No creo que esté en nosotros convertirnos de tierra pavimentada, rocas o yuyales en tierra fértil, donde la semilla germina y trae mucho fruto. Pero lo que podemos hacer es pedirle a Dios que Él nos convierta. Y él lo hará. Porque para él, que todo lo puede, hay algo que no puede y es taparse los oídos y endurecer su corazón cuando un ser humano lo busca de verdad.

Pastora Karin Krug
Buenos Aires
karinschnell@infovia.com.ar


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