Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 14º Domingo de Pentecostés, 21-8-2005
Texto: según LET serie A: Mt 16, 13 - 20 . Por: Pablo Munter
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Querida comunidad:

¡Que buena pregunta la de Jesús! “Ustedes, ¿que opinan de mí?

Me dejo pensando.... ¿Qué opino yo acerca de Jesús? No los discípulos que lo tuvieron al lado, y sabiendo que es muy difícil situarse en el mismo momento que se están sucediendo los hechos.

Sino... ahora, dos mil cinco años después, cuando ya sabemos todo lo que pasó y sabemos c0omo terminó la historia de Jesús, ¿qué opinión tengo de Jesús?.

¿Profeta? ¿Un gran tipo? ¿Un soñador? ¿Un loco que se jugó por sus convicciones religiosas? ¿un pensador y filósofo?

Quiero se sincero con migo mismo. A veces digo de Jesús que es el Hijo de Dios, que es el Mesías encarnado, pero mi vida no está acorde a esa opinión a esa convicción.

Leo libros de autoayuda, sí. Leo sobre los pensamientos de muchos hombres que hoy en día están de moda. Leo sobre nuevas maneras de interpretar a Cristo.... Y no solo como información o para “ver” que es lo que otros escriben sobre temas como la reencarnación, el alma, etc... sino que muchas veces hasta me siento seducido por esas ideas nuevas... y no tan nuevas.

Me pregunto, ¿qué me está pasando? Y no me animo a dar la respuesta, aunque la sé. No me animo, porque entonces debo reconocer que me falta algo. Busco excusas, diciendo que se trata de conocer otras teorías, que para criticar lo que otros piensan hay que saber sobre ellos primero... Si, si, todo eso esta bien, pero.... ¿por qué hay ideas y planteos de otros pensadores que me seducen tanto?

No me animo a dar la respuesta, aunque la sepa. Quizá sea porque busco en los pensadores de hoy ideas que se adapten a mi manera de pensar o de ver las cosas, que se adapten a los nuevos tiempos que estamos viviendo, el post-modernismo, la Nueva Era, la simplicidad de las ideas y la falta de compromiso.

Muchas veces veo, con tristeza, en mi comunidad que todos confiesan creer en Jesucristo como Hijo de Dios. No es esto lo que me da tristeza, no. Sino que me da tristeza ver que la confesión pasó a ser meramente una formulación de rutina. Decimos creer lo que no somos capaces de aceptar. Decimos creer en el Hijo de Dios, pero luego cuando debemos colocar nuestra vida, nuestros pensamientos, nuestras actitudes y hasta nuestra manera de tratar al prójimo, en las manos de ese hijo de Dios, anteponemos nuestro egoísmo, nuestros caprichos, nuestro facilismo para criticar y despreciar a los demás. Y del amor, del servicio al prójimo, del dar la otra mejilla cuando nos pegan, decimos con frescura... eso es para los otros.

Confesar a Jesús como el Cristo, como el Hijo de Dios no es una confesión que debe ser tomada a la ligera. Una cosa es decirlo, porque es lo que dice la gente, lo que “queda bien” o lo que se da por sentado a lo largo de tantos siglos y otra cosa muy distinta es confesarlo porque realmente la vivimos así.

El mismo Pedro, que es valorado por Jesús por animarse a hacer esta confesión, luego es criticado por el mismo Jesús al querer reaccionar como lo haría cualquier hombre común, no un hombre consagrado a Dios, cuando Jesús anuncia que lo van a matar.

Pedro, un hombre común como yo y como usted, a pesar de haber confesado a Jesús como el Mesías esperado, tuvo sus grandes dudas. También lo negó el jueves santo, cuando el juicio, tres veces, por miedo. Capaz que dudaba acerca de si era realmente el Mesías o era un predicador que decía lindas cosas y nada mas. Tal vez se sintió decepcionado de que el Mesías sea arrestado y juzgado como un criminal y un asesino. O esperaba que Jesús sea glorificado y él podía estar junto al nuevo rey.

Es difícil saber lo que pensaba Pedro, pero una cosa es cierta. El tenía un temperamento fuerte y muchas veces reaccionó de acuerdo a su temperamento. Muchas de sus reacciones fueron fuertes y bruscas, hasta violentas, cuando, por ejemplo, le corto la oreja a Malco.

Sin embargo, Pedro se anima a confesar que Jesús es el hijo de Dios viviente. Y esta firmeza y convicción en la confesión, es lo que lo lleva a él ser uno de los grandes protagonistas de la historia cristiana. Así como lo negó a Jesús antes de la cruz, fue el primero que lo confesó públicamente (y ya no solo en privado) el día e Pentecostés (Hechos 2) y fue el primero que llevó el mensaje del Hijo de Dios a los que no eran judíos, cuando llega a Cornelio en Hechos 10.

Sobre este Pedro, que confiesa a Cristo,. Que da testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios, es construida la Iglesia de Cristo. “Sobre esta piedra construiré mi iglesia”. No sobre Pedro como persona, con su temperamento efusivo y a veces alocado, sino sobre la piedra de la confesión sincera y consecuente.

Vuelvo al principio: Muchas veces veo, con tristeza, en mi comunidad que todos confiesan creer en Jesucristo como Hijo de Dios. Confesamos con palabras, nos mostramos muy devotos y muy religiosos, y decimos lindas palabras para quedar bien o para demostrarle a los demás lo que sabemos.

Sin embargo, sigue habiendo fronteras entre la gente,
sigue habiendo poco amor,
poco servicio al prójimo,
poco testimonio cristiano,
poca alegría de ser hijos de Dios.
Sigue habiendo personas que sufren,
que lloran día a día, que viven sin paz,
que no encuentran a nadie para llenar sus horas de vacío y soledad.

Sigue habiendo críticas a las personas que tratan de hacer algo en la iglesia, por su temperamento, por su forma de ser, por lo que dice.... y aunque haga muchas cosas y tenga entusiasmo de hacerlas, se valora más los errores, los defectos que lo positivo.

La iglesia de la que habla Jesús en este texto, es la congregación de los que han sido llamados del mundo para que se separen de lo mundano, no del mundo, y se consagren al Señor.

La iglesia es los que buscan justamente esa alternativa diferente: el amor, la comprensión, la unión, el afecto, y el compañerismo. Eso solo se puede lograr cuando nuestra confesión no es de palabra sino realmente un convencimiento real y sincero de que es así. Si no fuera así, realmente entre Jesús y todos los demás pensadores modernos que están dando vueltas por el mundo y que venden millones de dólares en las librerías, no hubiera diferencias. Todos hablan lindo y dicen grandes verdades.

Pero en Jesús esta justamente esto: la confesión de que él es el hijo del Dios viviente. No es un pensador ni un filósofo, ni un PAI. Es el Mesías, el Hijo del Dios viviente.

Por esta confesión, Pedro se ganó las llaves del Reino de los cielos y el poder para atar y desatar en el mundo para que quede atado y desatado en el cielo. ¿Cuál es la llave del Reino de los cielos? Podemos entender la llave como el conocimiento que nos posibilita acceder al reino de Dios. Y esto se logra a través de la interpretación del Mensaje del Mesías, que se encuentra en el Nuevo Testamento, y su correcta puesta en práctica, o sea el cumplimiento de lo que Jesús nos ordenó: el amor a Dios y al Prójimo.

Es la predicación de la palabra de Dios con autoridad y con poder. Quien la escucha y la reflexiona encuentra la correcta doctrina de salvación, la llave del reino de los cielos que es dada solo por la correcta confesión de que Cristo es el Mesías, el Hijo del Dios viviente.

La iglesia es, una vez más, la congregación de los que han sido llamados del mundo para que se separen de lo mundano, no del mundo, y se consagren al Señor.

Eso no quiere decir que la Iglesia es perfecta e infalible, o que el pastor debe manejar la iglesia de acuerdo a los caprichos de cada uno, o armarla a “gusto del consumidor”, es decir de tal forma de que todos estén conformes en ella. Eso es acomodar el mensaje de Cristo para que cada uno se sienta bien y, de ser posible, hablen bien del pastor.

Eso no es ser la comunidad de los que son llamados del mundo para que se separen de lo mundano. Es justamente manejarse con criterios mundanos, es actuar como lo hacen los políticos que solo buscan quedar bien con todos antes de unas elecciones para llegar al poder.

Ser iglesia es obrar legítimamente, y eso quiere decir, de acuerdo a la voluntad de Cristo y su ley, que es la ley del amor a Dios y al prójimo como a si mismo.

Sin el poder del Espíritu Santo, y sin la comunión con Cristo, confesándolo como el Mesías, como el Hijo del Dios viviente, no podemos ser iglesia.

Quiero terminar mi reflexión del principio. ¿Cuantos cristianos acumulan “maestros” que se adapten a su propia forma de pensar, por temor a confesar, a jugarse verdaderamente por la sana doctrina del Hijo del Dios viviente y actuar en consecuencia? ¿cuantos cristianos, también en nuestra comunidad, prefieren la ciencia ficción, a la verdad de la Cruz y sus consecuencias? ¿Cuántos cristianos creen, también en nuestra comunidad, que con confesar públicamente a Jesús ya está? ¿Cuantos cristianos, también en nuestra comunidad, queman el tiempo viendo y juzgando lo que hacen los demás, en vez de ponerse en movimiento y concretar la confesión que hacen domingo a domingo logrando de que haya menos tristeza, menos dolor, y más amor?

¿Queremos realmente confesar a Jesús como el Mesías, el Hijo del Dios viviente, o preferimos pensar de él como un gran pensador de hace 20 siglos?

Amen.

Pablo Munter, Pastor de la Iglesia Luterana en Paysandú, Uruguay
ierppay@adinet.com.uy


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