Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 26º Domingo de Pentecostés, 13 – 11 – 2005
Texto: según LET serie A: Mt 25, 14 -30. Por: Cristina Inogés
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Hermanos: ¡Que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros!

Un equívoco

Una persona soñó que entraba en una tienda recién inaugurada en la plaza del mercado y, para su sorpresa, descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador.

  • ¿Qué vendes aquí? , le preguntó
  • Todo lo que tu corazón desee, respondió Dios.

Sin atreverse casi a creer lo que estaba oyendo, la persona se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear: deseo paz de espíritu, amor, felicidad, sabiduría y ausencia de todo temor, dijo. Y luego, tras un instante de vacilación, añadió: No solo para mi, sino para todo el mundo.

Dios se sonrió y dijo: Creo que no me has comprendido. Aquí no vendemos frutos. Únicamente vendemos semillas.(*)

Nuestros equívocos

Toda la publicidad que vemos a nuestro alrededor va encaminada a procurarnos la ley del mínimo esfuerzo. La mayoría de las comidas se venden medio hechas, los electrodomésticos sólo requieren darle a un botón, los coches casi andan solos, y si alguien se queja de las tareas del hogar, entre D. Limpio y Vileda queda tiempo para todo. Vivimos en un mundo donde casi todo está hecho y esto nos lleva a pensar que las cosas aparecen así como por arte de magia.

Además del aburrimiento que ocasiona encontrarse todo hecho, estamos perdiendo la creatividad y la imaginación para realizar proyectos. Nos volvemos miedosos para arriesgar, para sentir el valor de la toma de decisiones. Vivimos amedrentados por nosotros mismos que ¡ya es triste!

Estos son nuestros equívocos hoy. Pensamos que somos más felices, eficaces y seguros si compramos “frutos” que si compramos semillas.

Esperando con esperanza

El texto que nos propone hoy Mateo, habla de esfuerzo y yo apuntaría que habla más de eso que de recompensa. Porque puede que alguien crea que lo de doblar el capital entregado a los dos primeros criados, podría ir en función de la recompensa. Y no es así.

A nosotros se nos han entregado las “semillas del Reino”. Tenemos que ponerlas a producir porque eso es lo que el Señor espera de nosotros. La espera improductiva, además de aburrida, es egoísta. Esperar el Reino es trabajar y arriesgar.

Toda la fuerza del texto está en el diálogo del Señor con el siervo improductivo. La “reprimenda” no es tanto por no haber ganado como por no haber arriesgado, trabajado, por no haberse esforzado y por no haber puesto en marcha su creatividad. Lo que vemos es que el criado no conoce a su amo. Que todo aquello que le ha contado y explicado durante tanto tiempo, no ha servido de nada porque lo ha enterrado, no para producir como una semilla, sino para no dejarlo producir, precisamente.

Y esta actitud egoísta y negligente muestra otra realidad que es la incapacidad para amar. No hacer nada para que el Reino crezca está muy mal, pero poner trabas a las semillas recibidas para que esto no suceda, está mucho peor.

Podemos sentarnos a esperar a que llegue el autobús o el tren de cercanías, podemos mirar la lavadora mientras funciona, podemos sentarnos en un sillón y ver como pasa el tiempo. Todo esto es esperar. Simplemente esperar.

Pero podemos charlar con quien espera el autobús o el cercanías y llegar a entablar una buena relación que nos permita sencillamente escucharle (algo de lo que está muy necesitada la gente). Podemos, mientras funciona la lavadora, preparar un pequeño detalle para alegrar el regreso a casa de quienes han pasado todo el día fuera, o leer un libro que nos enriquezca y nos haga crecer como personas. Y podemos levantarnos del sillón e ir al encuentro de cientos de situaciones en las que nuestras manos son necesarias. Todo esto es esperar con esperanza.

La esperanza es dinámica. La actividad mientras esperamos no nos aparta del Señor, es más, nos acerca a Él porque eso es lo que Él espera de nosotros.

Nuestro peligro está en acostumbrarnos a nuestra fe y caer en las garras de la rutina. Si recibimos uno, con devolver uno nadie podrá acusarnos de robar, pero ¿y de no aportar? Robar no es sólo quitar algo a alguien, también es caer en la omisión, en no hacer nada por los demás.

Que nadie se asuste, no se trata de actuar por encima de nuestras fuerzas. No a los tres criados se les entregó lo mismo. A nadie se le va a pedir por encima de sus posibilidades, pero a todo el mundo se le puede pedir compromiso y rendimeinto en la medida de su capacidad.

Nadie dijo que ser discípulo fuera recorrer un camino sencillo, pero creo que todo el mundo puede intuir, y ahí está nuestra responsabilidad en hacerlo ver, que es un camino fascinante porque Jesús lo recorrió primero y dejó sus huellas muy marcadas para que nosotros colocásemos en ellas nuestros pies.

Cristina Inogés. Zaragoza – España
crisinog@telefonica.net

  (*) A. de Mello, La oración de la rana, Sal Terrae. Santander, 1988. p. 139


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