Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach

Predicación para el 1° domingo después de Epifanía, 8 de enero de 2006
Texto según LET serie B: Marcos 1: 4-11 por Edgar Moros-Ruano
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


EL BAUTISMO DE JESÚS

Introducción

En el pasaje de Marcos que tenemos para este domingo, el evento central es el Bautismo del Señor, realizado por Juan el Bautista en el río Jordán. El pasaje incluye cuatro versículos sobre la personalidad y ministerio de Juan y tres sobre el bautismo de Jesús realizado por Juan. Juan aparece apenas como preparador del camino del Señor y Jesús es señalado por el mismo Juan como alguien ciertamente superior a él. Con todo, dentro de la enorme importancia de Jesús, Juan aparece como instrumento útil en los planes de Dios y del envío de su Hijo amado.

1. Juan y su labor como preparador del camino del Señor-Juan, el perfil de un profeta.
Ya su nacimiento extraordinario revela el destino especial de Juan, como el de algunos de los profetas del AT, como es el caso de Samuel. Del pasaje evangélico de hoy, en conexión con las demás ocasiones en que el Bautista repite su testimonio a favor de Jesús, se desprenden tres rasgos característicos que subrayan su persona:
Sinceridad y lealtad rotundas: “Confesó sin reservas”. Su rectitud y amor a la verdad le costó la vida, al recriminar a Herodes Antipas su conducta inmoral: estar viviendo con Herodías, mujer de su hermano Filipo (Mc 6,17ss). 2º Humildad y sensatez que no sucumben a la vanidad de darse importancia ni embriagarse con el aplauso de la masa. Él sabe bien que su persona y ministerio profético están en segundo lugar y en función de otro superior a él. 3º Testimonio profético, repetido varias veces, al servicio de la misión que se le había encomendado. Él es tan sólo Voz que anuncia al Mesías y prepara los caminos del corazón humano para discernir los signos de los tiempos mesiánicos. A su testimonio fiel en favor del mesianismo de Jesús corresponde el propio aval de Cristo sobre la grandeza sin igual de su precursor (Mt 11,7ss)

2. Juan bautiza a Jesús—significado de este evento

Juan bautizaba en el desierto, un bautismo con agua, un bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. Marcos nos dice que “salían a él toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.

Pero Jesús no necesitaba un bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados y, sin embargo, se somete al bautismo de Juan. Es extraño que Jesús, a quien los cristianos hemos venido a ver como el Señor, el Salvador, el Mesías, Dios en la carne, etc., venga aquí en este pasaje para ser bautizado por Juan, como todo el resto de la gente que se arrepentía y era bautizada con agua.
¿Por qué se bautiza Jesús? Se pueden señalar varias importantes razones para este bautismo.
1º. Ciertamente nos dice la Escritura en diversos sitios que en él no había pecado, de forma tal que Jesús no viene en arrepentimiento de pecados, a ser limpiado por el bautismo. Sin embargo, Jesús comparte este bautismo con agua junto con todos los que eran bautizados por Juan, como cualquier ser humano, identificándose con los pecadores, siendo que él estaba sin pecado. Este es un rasgo que ciertamente fortaleció la comprensión de la Iglesia Primitiva de que Jesús era hombre verdadero. En los esfuerzos por comprender la naturaleza de Jesús el Cristo y los debates que se dieron en los primeros siglos de la historia de la Iglesia en torno al problema cristológico, el bautismo de Jesús por Juan claramente ayudó a entender la humanidad plena de Jesús, afirmada en los primeros credos y afirmada igualmente por nosotros hoy.

2º. Pero en el bautismo de Jesús ocurre algo inédito e inesperado, que no se da en el bautismo normal que efectúa Juan: “cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia”. Aquí encontramos un evento que va a refrendar para los primeros seguidores y para la Iglesia primitiva toda, otro aspecto de la naturaleza de Jesús el Cristo: que era Dios verdadero, Dios en la carne, Dios con nosotros. En el bautismo queda palpable la afirmación que hará la Iglesia en todos los tiempos, de que Jesús es Dios y hombre verdadero y, por tanto, mediador y salvador, el enviado de Dios, el elegido para reconciliar al género humano pecador con Dios.

También se dan en el Bautismo de Jesús los elementos trinitarios básicos de nuestra comprensión de la deidad: Dios el Padre habla y declara con la intervención del Espíritu Santo, que éste es su Hijo amado en quien tiene complacencia.

Ahora bien, estas reflexiones teológicas que nos suscita el Bautismo del Señor no deben ocultar otro significado fundamental que allí se halla. El Bautismo para Jesús es como un verdadero nacimiento, tal vez más importante que el que celebramos en la Navidad, porque es el nacimiento a su misión salvífica, a su ministerio terrenal. Hasta este momento del Bautismo, Jesús ha estado en preparación para la misión que Dios tiene reservada para él. Tanto para el propio Jesús, como para Marcos y los demás evangelistas, las palabras de lo alto vienen a ser un sello de confirmación de la elección de Jesús para su misión mesiánica. Se trata propiamente del inicio del ministerio terrenal del Cristo.

El Bautismo de Jesús es el inicio oficial de su actividad pública, su ordenación para la tarea que ha de realizar. Esta ordenación se da en la manifestación del Espíritu Santo, con señales visuales y auditivas: “vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma” y, también se oyó una voz del cielo, la voz de Dios el Padre, diciendo, “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”. Aquí Jesús es ungido para la misión que tenía que cumplir como Salvador del mundo.

Es así como Jesús inicia su ministerio y su misión salvífica, anunciada públicamente (después de ser tentado en el desierto) en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mi, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor”.

Ya Juan había dado testimonio de éste que sería bautizado por él: “Viene tras mi el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado. Yo a la verdad os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo”.

Este es nuestro Señor y Salvador, el Señor de la Iglesia a la cual nosotros somos injertados por el acto del bautismo. Nuestro bautismo es entonces el bautismo del Señor, no sólo con agua sino con Espíritu Santo. También nuestro bautismo constituye nuestra ordenación básica, por la cual somos ungidos para llevar adelante la misión encomendada a la Iglesia por su Señor. Se nos promete y se nos da el poder del Espíritu Santo. Somos incorporados al Cuerpo de Cristo en el bautismo del Señor y pasamos a ser parte del pueblo redimido, heraldos y anunciadores de las Buenas Nuevas del Reino. En el bautismo también nosotros somos ungidos como hijos de Dios, en quien él tiene contentamiento. Sólo nos queda reconocer esta realidad y ponerla en práctica, desarrollar nuestro ministerio y cumplir nuestro llamado, aun cuando pueda llevarnos al Calvario.

Edgar Moros-Ruano, docente de teología, Madrid
emruano@yahoo.com

 


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