Göttinger Predigten im Internet
ed. by U. Nembach, J. Neukirch, C. Dinkel, I. Karle

Predicación para el Último domingo después de Epifanía 5–2–2006
Texto: Mc 1, 40-45, Cristina Inogés
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Quiero

La traducción litúrgica ha preferido la compasión (v.41); la mayoría de los comentaristas prefiere la ira (aunque esté débilmente documentada esta variación) para expresar el sentimiento que Jesús siente ante la realidad del leproso. Que Jesús sintiera ira, enfado, o rabia por la situación en la que vivían los marginados y lo dura que era la sociedad con ellos es normal.

Jesús ante el sufrimiento no se queda impasible. No es el ingenuo que no sabe de la existencia del mal, sino el creyente que no se resigna, que manifiesta su repulsa a una sociedad que ante la enfermedad de este hombre, sólo ha sabido responder con el abandono y la marginación. Esta rabia de Jesús muestra que Dios es un apasionado de la vida humana.

Según la concepción judía la curación de la lepra estaba al mismo nivel que la resurrección de un muerto. Sólo Dios podía realizarla (2R 5,7). En el texto de Marcos hay un dato importante: se une el poder de curar con el querer hacerlo. Basta la voluntad de Jesús. Es el rasgo cristiano que se introduce en la narración.

Lo verdaderamente llamativo de este texto es esa “emoción”, esa “compasión”, porque en Jesús el amor curativo y poderoso de Dios llega por medio de esos sentimientos humanos. Jesús quiere que los enfermos y marginados que se cruzan a su paso, se curen y tiene conciencia de que el amor a sus hermanos es el canal del amor de Dios hacia los hombres.

Pero por otra parte, Jesús, no lo tiene todo tan claro porque está descubriendo cómo utilizar su carisma y tiene incluso un poco de miedo, lo que le hace ser autoritario (v.43-44).

El encuentro con Jesús desencadenó el bienestar físico y psíquico del leproso, lo liberó de la angustia, rompió sus cadenas, provocó un cambio radical en su vida abandonada y sola.

No podemos saber con precisión qué sucede en cada caso, pero en los relatos de milagros se alude a algo concreto que cambia profundamente la vida de estas personas. Encontrar a Jesús significa cambiar mucho de nosotros. Esto es tan cierto hoy como ayer. De otra manera no se da el verdadero encuentro.

¿Quiero?

No vamos a entrar aquí en cuestiones médicas, pero sí vamos a dejar una pequeña reflexión en el aire. Los laboratorios farmacéuticos dedican dinero y tiempo en investigación para buscar soluciones contra el SIDA, ¿por qué? Evidentemente porque es una plaga, una grave enfermedad que se produce en países pobres donde no llegan estos tratamientos ya que no los pueden pagar, y en países ricos donde sí llegan porque sí los pueden pagar. Los laboratorios ganan dinero con estos países ricos y no dedican ni un céntimo, ni un minuto a la producción masiva de medicamentos contra enfermedades que tienen cura y que se desarrollan mayoritariamente en países pobres, porque allí no los pueden comprar y así, no se gana dinero. Ante esto, ¿sentimos rabia o compasión?

No todos los marginados de nuestra sociedad son enfermos. A muchos marginados los marginamos nosotros mismos por razones tan sencillamente tontas como que no piensan, no son como a nosotros nos gustaría…

Los milagros que hizo Jesús, los hizo él; nosotros no podemos, pero realmente ¿quiero yo hacer un milagro? ¿Quiero? No caigamos en la tentación de poner el listón muy alto como excusa. Lo cercano siempre nos compromete y por eso tratamos de evitarlo. No podemos curar todas las enfermedades, pero podemos recuperar a muchas personas para beneficio de la comunidad humana.

Gestos simples, un poco de tiempo, un tratar de ver lo positivo que hay en cada uno. Ya se que esto parece muy poco concreto, pero si queremos “hacer milagros” tenemos que empezar, como Jesús, por aquello que se presenta en nuestro camino y sabiendo y aceptando que la fuerza curativa se transmite, espontáneamente, a través del contacto corporal. No neguemos nunca una caricia.

Todo aquello que nos separa de quien se siente y vive como un marginado, no es más que un reto a superar y una realidad para reflexionar. Además de marginadores, ¿no somos alguna vez marginados? ¿Qué recuerdo guardamos de esa experiencia? ¿Fue tan leve que no nos hace pensar en los demás? Si evitamos todo contacto con la marginación, sea del tipo que sea, terminaremos construyendo un muro en nuestro entorno y nos aislaremos de la realidad del mundo. ¿Quiero esto?

Recordemos

Cuando nos acerquemos a alguien, hay que recordar que no me acerco yo sola, sino que Dios se acerca conmigo a esa persona, porque de lo contrario demostraríamos estar gravemente enfermos nosotros ya que manifestaríamos el deseo de bastarnos a nosotros mismos en la búsqueda de la felicidad, que es lo que queremos para el marginado.

También hay que tener en cuenta que Jesús le pide silencio al leproso. No es necesaria la publicidad porque la finalidad de Jesús fue reintegrar al leproso, no hacer apologética barata para atraer a la gente. De ahí que lo envíe a los sacerdotes para obtener el certificado oficial de salud y reintegrarse a la comunidad sin problemas.

El silencio es importante. Individualmente no es cuestión de colgarse medallas por hacer lo que Jesús hizo y comunitariamente también es más efectivo renunciar a la apologética para atraer nuevos adeptos y dedicarse a luchar verdadera y eficazmente por los derechos humanos pisoteados, sean de cristianos o de personas ajenas al cristianismo. No olvidemos que Jesús no reclama la fe al leproso.

Cristina Inogés. Zaragoza. España
crisinog@telefonica.net

 


(zurück zum Seitenanfang)