Göttinger Predigten im Internet
ed. by U. Nembach, J. Neukirch, C. Dinkel, I. Karle

Predicación para el domingo Septuagesimae, 12 de febrero de 2006
Texto: Marcos 2, 1-12 por Jorge Weishein
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Estimados hermanos y hermanas:

Que el espíritu de Dios que obra más allá de nuestra capacidad de comprensión nos ayude a entender su palabra y ponerla en práctica en nuestras vidas. Amén.

Una vez en una visita escuchaba, entre sollozos, palabras como estas: “Pastor, Dios no me quiere. Dios no me perdona. No se por qué. ¿Por qué me hace sufrir tanto? ¿Dios no me quiere? ¿Qué hice yo? ¡Que me lleve de una vez! ¡Yo no quiero seguir así!” Quienes visitan enfermos han de haber escuchado muchas veces expresiones que relacionan la enfermedad con el pecado, el sufrimiento con el castigo, la vida con la condena, y hasta entienden la muerte como un beneficio que Dios administra sólo a los justos.

El Antiguo Testamento muchas veces discute esta imagen de Dios y esta forma de vivir la fe. Los sacerdotes expresaban esta idea con mucha crudeza. El piadoso que caía enfermo pasaba a ser considerado impuro. Esto no era sólo una categoría religosa sino que quedaba manchado socialmente. El enfermo estaba excluido de la comunidad. Era imposible concebir una enfermedad o una desgracia como ajena a la voluntad de Dios. Una vez cumplimentados los días de evaluación y las respectivas revisaciones, y en caso de que el sacerdote así lo indicara, recién entonces quien estuviera enfermo era nuevamente incorporado a la comunidad, debiendo antes realizar los sacrificios con los que obtiene el perdón y se reconcilia con su Dios. Los profetas van a empezar a predicar la misericordia de Dios con los que sufren y van a señalar el pecado social saliendo ya de la idea del pecado personal particular para pasar a juzgar la forma de vida de toda la sociedad desde la voluntad de Dios. La forma de rescatarse de esa situación de pecado era practicando la justicia y respetando las leyes con las que una comunidad protege especialmente a los más débiles. En los libros sapienciales el pecado está más ligado a los actos agradables a Dios y la práctica de la sabiduría de Dios expresada en sus mandamientos. El libro de Job, justamente, pone a dialogar estas tres formas de entender el pecado en la comunidad judía de ese tiempo.

En este texto de Marcos se dan dos discusiones. Los maestros de la ley apelando al poder que les da el templo quieren discutir quién se cree que es Jesús para perdonar los pecados. Jesús, aceptando la autoridad que recibe de Dios y que la gente reconoce en él, quiere discutir el verdadero sentido del perdón de los pecados. Poder y autoridad se enfrentan muchas veces a lo largo de los evangelios. El texto demuestra que Jesús tenía autoridad. Autoridad no es lo mismo que poder. Autoridad es tener el reconocimiento y la confianza de la gente. El poder instituido lo tenían los sacerdotes por tradición al ser linaje de Aarón. La discusión sobre el sentido del perdón de los pecados es el trasfondo más profundo de toda esta historia. Los maestros de la ley están preocupados por lo que podría ser una blasfemia, es decir, una violación flagrante de la ley que merecía la muerte. Jesús está preocupado por facilitar el acceso de las personas a la misericordia de Dios por medio de la cual son sanados. La autoridad de Jesús es indiscutible para aquellos que confían plenamente en la misericordia de Dios. La fe en este Dios amoroso permite llegar a recibir a los enfermos lo que en el templo jamás iban a recibir de un sacerdote. El templo predica un Dios terrible que castiga a los hijos por el pecado de sus padres y exige ofrendas y sacrificios sin cesar para calmar su ira y sed de castigo. Jesús es accesible, comprensivo, paciente y un gran predicador. Jesús les habla de un Dios sencillo. Este Dios le da la autoridad a Jesucristo para enseñar y perdonar. La autoridad de Cristo es fruto de la misericordia que recibe de su Padre por medio del Espíritu Santo en su bautismo. Dios mismo participa de la vida de su hijo en quien tiene toda la alegría porque va a salvar al mundo trayendo justicia de parte de Dios (Isaías 42,1-9) El Espíritu Santo participa de cada una de nuestras vidas gracias a nuestro bautismo. Nuestro bautismo nos capacita para vivir conforme la voluntad de Dios llevando su misericordia por el mundo, especialmente allí entre aquellos que más la necesitan. Este mismo bautismo nos hace responsables como comunidad por la salud de los unos y los otros.

¿Quiénes llevaron al paralítico hasta la casa (de Jesús) y hasta lo entraron por el techo con tanta fe? En la mentalidad de este tiempo el paralítico, para su familia, era la oveja negra. El cargaba sobre si la maldición de Dios sobre la familia. Sus familiares no iban a llevarlo jamás a la casa de Jesús. La enfermedad era el mecanismo por el cual Dios castigaba a las malas personas que no cumplian con la ley. Mientras sus familiares cargaban ofrendas al templo para recibir el perdón de Dios el paralítico estaba excluido de la familia y al margen de la vida social. Enfermo, impuro y pecador eran sinónimos. El templo era para los sanos, puros y justos. Jesús mismo señalando el contrasentido de esta forma de vida religiosa decía, justamente, que eran los enfermos los que necesitaban el médico y no los sanos. El templo había perdido su razón de ser. El templo había abandonado la misión para la cual había sido construido. Jesús cambia la visión. No se trata de tener un templo para alimentar una religión sino de practicar la fe para que la vida tenga sentido.

El psicoanálisis ha criticado duramente las corrientes religiosas que explotan la culpa victimizando al pecador. Esta característica de los sacerdotes que señala el evangelio también se trasplantó en curas y pastores. ¿En cuántas iglesias hasta hoy todavía se saca provecho de la situación señalando las discapacidades y la enfermedad como voluntad de Dios y se exige tener más fe para aceptar que Dios quiere que eso sea así? ¿Cuántos ofrecen interceder ante Dios apelando a su tradición para ayudarles a alcanzar la absolución de sus pecados cuando, justamente, Dios les regala su amor preferencial a aquellos que sufren? Jesús pregunta por aquello que es menos complicado para el paralítico. Jesús al curar al enfermo deja en evidencia toda la injusticia a la que el templo somete a la gente enferma. La lógica del espíritu de Cristo es la de apelar a un mínimo sentido común. El enfermo necesita ayuda. ¿Qué necesidad hay todavía de hacerle la vida imposible a él y a su familia cargándola de pecado? ¿A dónde creen ustedes que fue el paralítico una vez curado? El estar sano le permitía la reconciliación con su familia, reintegrarse con sus amigos, recuperar su vida social, ejercer un oficio, tener una familia, iba a poder entrar al templo y llevar él mismo sus ofrendas –en caso de que todavía tuviera interés en hacerlo. La misión de la iglesia es llevar sentido a la vida en el mundo, especialmente, a aquellos que sufren, apelando al sentido común de nuestro Dios misericordioso de facilitar la vivencia de su amor. Cuando gracias a la fe en Dios y la vivencia comunitaria de esa fe un grupo de personas construye poder por encima de otros se pierde el respeto por la dignidad del otro y eso además de evidenciar la falta de una autoridad -integradora- empieza a ser muestra de un poder -excluyente. El resultado de esta dinámica es que un pequeño grupo de personas, y algunos seguidores, queda como referente del lugar o de la experiencia religiosa generando rechazo o conflicto con las demás personas, que por voluntad de Dios, tienen el mismo derecho, que esos pocos, a vivir su fe con absoluta libertad conforme Su palabra. No se trata sólo de poner rampas a la entrada de los templos para que los paralíticos entren con sillas de ruedas sino de ofrecerles la oportunidad real de recuperar la dignidad que Dios mismo les otorga porque los ama.

Finalmente, esta persona que me decía que no era aceptada por Dios, pudo contarme sus “culpas” por las que Dios lo estaba “castigando”. La vida familiar no era lo que había soñado y sentía que había fracasado delante de Dios y su familia. Drogas, divorcios, celos, y enfermedades se habian instalado obstinadamente en su familia. “¿Será por eso que Dios me castiga tanto?” Me temblaban las manos. Tomé la Biblia y comencé a leerle pausadamente Mateo 5,1-9. A cada bienaventuranza susurraba espontáneamente: “Gracias, gracias...” Al llegar a esta casa un pastor, amigo de la familia, hablaba con él en la habitación contigua. Mientras charlábamos con la familia en el living hacían eco las preguntas del pastor y el llanto del enfermo: “¿Usted tiene fe?” SI, SI. “¿Usted reza?” SI, YO LE PIDO A DIOS “Usted tiene que tener fe” YO TENGO FE PERO TENGO TANTO DOLOR “Qué lástima que ya no puede leer la Biblia porque usted tendría que leer la Biblia. ¡La palabra de Dios!” PERO YO YA NO VEO MÁS “Dios lo quiere pero va a tener que esperar a que Él decida. Los hombres no le podemos decir a Dios lo que Él tiene que hacer” BUENO, GRACIAS.

¿Qué piensan ustedes? “¿Qué es más fácil decirle al enfermo?”

Gracias, Señor, por tu misericordia infinita. Amén.

Jorge Weishein,
Pastor de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata
jorgeweishein@arnet.com.ar

 


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