Göttinger Predigten im Internet
ed. by U. Nembach, J. Neukirch, C. Dinkel, I. Karle

Pascua de Resurrección, 16–04–2006
Texto: Mc 16, 1-8, Cristina Inogés
(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Hermanos: ¡Que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros!

¿Hasta qué punto somos conscientes de la cantidad de signos de resurrección que nos rodean? Creemos que hay experiencias que sólo pueden vivirse a lo grande y esa actitud, impide que disfrutemos de esas pequeñas experiencias de la vida, que nos harían tener una actitud de esperanza más grande, más profunda, más intensa.

Cada uno de nosotros sabe de esos momentos en los que hemos experimentado que, una gran losa se nos quitaba de encima, que una luz brillante nos iluminaba el camino, que una gran paz nos invadía y el miedo, la tristeza, la sensación de abandono desaparecía. Eso, es una experiencia de resurrección.

Cada uno de nosotros sabemos de reencuentros esperados e inesperados, con quienes ya creíamos perdidos, con quienes la única relación que manteníamos estaba en nuestro recuerdo y en nuestro deseo. Eso, es una experiencia de resurrección.

Algunos de nosotros sabemos lo que es romper con lo que estábamos haciendo, pararnos a pensar, e iniciar una nueva etapa en la vida que conlleva riesgos y una gran dosis de aventura. Eso, es una experiencia de resurrección.

A lo largo de la Biblia, nos encontramos con signos de resurrección que Dios nos ha ido regalando. Así el pasaje de las parteras de Egipto (Ex 1, 15-22) y su decisión de no matar a los recién nacidos, es una clara experiencia de resurrección; la propia salida de Egipto, también lo es. El relato de Ruth, con la intervención de Dios frente al abandono e indefensión de Noemí y la lealtad de Ruth, es una gran experiencia de resurrección. La esperanza de la que hablan los profetas, los consejos de los Proverbios… todo nos acompaña e invita a iniciarnos en la experiencia plenificante de la resurrección.

La resurrección, una epifanía

La humanidad anda en búsqueda y la tradición nos cuenta que tres sabios (Mt 2,1. 11), siguiendo a una estrella, de noche, pero caminando hacia el comienzo del día, van al encuentro de un niño, al que ofrecen presentes dignos de un rey: oro, incienso y mirra.

De noche van los tres sabios, de noche las tres mujeres (Mc 16,1) que acuden al lugar del enterramiento de Jesús. También ellas llevan presentes dignos de un rey: incienso y mirra... ¿casualidad o coincidencia? Ninguna de las dos cosas. Dios se manifiesta cómo y cuándo quiere, pero no nos priva de la búsqueda. Y se manifestó a la humanidad entera que esperaba a un Mesías libertador, bajo la forma más alejada que cabía esperar: un niño en un pesebre, envuelto en pañales... y los regalos para él son tres de las cosas más apreciadas y valiosas de la época: el oro, símbolo de poder y riqueza; el incienso, aroma que perfuma el ambiente; y la mirra, bálsamo que protege y cura las heridas. Lo que los sabios le ofrecieron al Rey al manifestarse a la humanidad, es lo mismo que va a recibir cuando muera y la esperanza de sus seguidores muera con Él.

Pero lo mismo que los tres sabios se tomaron su tiempo y recorrieron el camino siguiendo la luz que la estrella emitía, así las tres mujeres siguieron la luz que el inicio del día dejaba caer sobre la noche y, fueron al encuentro de un cuerpo, sin vida, a quien ellas amaban y por quienes se habían sentido amadas. Y la fidelidad, y la valentía y el arrojo de esperar contra toda esperanza obtuvo su recompensa. Porque la experiencia de la resurrección que sintió María Magdalena, María la de Santiago y Salomé no significa que el resto del grupo de seguidores y seguidoras de Jesús, no la tuvieran, sino la preeminencia a quienes intuyeron que había que terminar bien, lo que la llegada del sábado había interrumpido: el entierro con los aromas y ungüentos y no simplemente envuelto en una sábana; el cuidado último al cuerpo amado, no podía pasarse por alto y había que vencer el miedo a la oscuridad y a los comentarios.

Dios se manifestó a los tres sabios, a toda la humanidad cuando nació; Dios se manifestó a unas mujeres cuando resucitó para que contasen cuanto habían visto y oído. Y esto sucedió así, simplemente, porque Dios quiso que así fuera. Nos cuesta entender, a veces, las epifanías de Dios.

Vamos todos al sepulcro y ¡comuniquemos la experiencia!

En la escena ante el sepulcro al comenzar el día, cuando la luz va creciendo, cuando la presencia de Dios se hace perceptible desde los sentidos, las tres mujeres, cada uno de nosotros, la comunidad y ¡al fin¡ la humanidad comienza la búsqueda de Dios. ¡El reencuentro definitivo es posible!

Dios nos cede la escena donde la Resurrección indica que sólo Él, debía protagonizarla. Dios una vez más, nos cede la Historia. Es nuestro momento, nuestro “ahora”, vivir la experiencia de la búsqueda y contarla junto con el hallazgo ¿cabe mayor confianza de Dios hacia el hombre?

¿Cómo fue ese momento del encuentro? ¿Qué sintieron María Magdalena, María la de Santiago y Salomé para ser conscientes de que su Amor había resucitado? No lo sabemos, aunque de algo sí podemos estar seguras: la experiencia fue total, plena y única. Se sentirían abrazadas desde dentro y desde fuera. De ahí en adelante nada sería parecido.

Después de nuestra celebración de Pascua, ¿nada es parecido a lo vivido hasta ese momento? ¿Nos dejamos resucitar por el Dios que nos ama? ¿De qué nos sirve celebrar la resurrección, si no la comunicamos? En nosotros cabe más la rutina que el temor y el asombro, porque ¿nos asombra la resurrección de Dios?

No hagamos de los relatos de la resurrección, sólo textos para ser leídos. ¡Hagamos vida de ellos! ¡Hagamos resurrección!

¡Feliz Pascua a todos, amigos míos!

Cristina Inogés. Zaragoza. España
crisinog@telefonica.net

 

 


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