Göttinger Predigten im Internet
ed. by U. Nembach, J. Neukirch, C. Dinkel, I. Karle

Predicación para el 4º domingo de Pentecostés, 2 de julio de 2006
Texto según LET serie B: Mc 4: 24 - 29 por Carlos Kozel
(A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


“Les dijo también: Presten atención a lo que escuchan. La medida con que ustedes midan, se usará para medir lo que reciban, y se les dará mucho más todavía. Sépanlo bien: al que produce se le dará más, y al que no produce se le quitará incluso lo que tiene.

Jesús dijo, además: Escuchen esta comparación del Reino de Dios. Un hombre esparce la semilla en la tierra, y ya duerma o esté despierto, sea de noche o de día, la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da fruto por sí misma: primero la hierba, luego la espiga, y por último la espiga se llena de granos. Y cuando el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

El Reino de Dios es semejante a… ¡qu é imagen interesante! Los invito a que hagamos todos juntos el ejercicio de detenernos en está parábola. ¿Qué nos quiere decir Jesús ? Ustedes han escuchado en la lectura del evangelio, que Jesús hablaba a la gente en parábola s. Esta era una forma de enseñar en la que la gente podía entender, siempre buscando imágenes que eran comunes para ellos. La parábola, “dándole una vuelta de rosca ”, establece como una comparación, una semejanza, con el reino de Dios.

Veamos esta parábola. Un hombre esparce la semilla en la tierra, y esta crece sola. ¿Dónde está Dios en todo esto? Justamente ahí es donde pasa lo más importante del proceso que relata la parábola. El reino de Dios no es el sembrador ni la semilla, no se identifica con ningú n elemento. E l reino es reconocible en todo ese proceso en el que no entendemos qué pasa, y que es un proceso continuo donde ninguno de nosotros participa, es un proceso natural estemos dormidos o despiertos. Él sigue actuando. Está la tarea y el compromiso del sembrador de hacer su trabajo, pero el Reino de Dios está pura y exclusivamente en mano de Dios mismo. El sembrador sale a sembrar, independientemente de si la semilla va a crecer o no, es decir, hace su trabajo, el de sembrar y seguir trabajando para favorecer el crecimiento, pero el que va a actuar de forma definitiva será Dios y su Espíritu.

[Tomar una maceta, piedras, tierra, semillas, una pala pequeña, agua e invitar a dos o tres miembros de la comunidad a sembrar las semillas en la maceta. Conversar brevemente con la comunidad durante la siembra sobre las formas de siembra y los cuidados necesarios para que la semilla brote y la planta “crezca”. Desafiar a la comunidad a cuidar esta planta juntos]

Pensemos en las cosas necesarias para realizar la plantación de una semilla. En primer lugar necesitamos ubicarnos en un lugar, pensemos en un maceta. Luego la tierra y la preparación de ella; luego el bulbo o la semilla, colocamos la semilla en tierra, luego la regamos y para continuar es necesario agregarle muchas cosas más: El cuidado constante, protegerla del granizo, que reciba luz, ver si es necesario un tutor y así uno podría nombrar muchas cosas más, que seguramente servirán para favorecer el crecimiento de la misma.

Así como dijimos anteriormente, el reino de Dios está en manos de Dios, también debemos afirmar que en toda acción de amor que ayuda a crecer Dios mismo está presente, haciéndose historia y actuando, aunque no lo podamos ver o entender.

Pensémonos ahora nosotros, como comunidad, los sembradores. ¿Cuál es nuestro trabajo? ¿Adónde está señalada nuestra tarea? Jesús antes de ascender nos dio una tarea, un mandato, "Vayan bauticen y enseñen todo lo que les enseñé". Creemos que es Dios quien se hace presente en el bautismo, pero nosotros, aún así, como el sembrador, tenemos que hacer nuestro trabajo.

Pensando en el bautismo, cuando Dios nos acepta como sus hijos en la iglesia cristiana, podemos decir que somos sembrados o plantados en una comunidad. La comunión resulta al cristiano como el abono a la planta y la vida de fe es como una poda, ambas necesarias para que ésta pueda desarrollarse con fuerza. La gracia del amor de Dios, su aceptación incondicional, nos sostiene y nos ayuda a crecer. A partir del Bautismo, recién ahí comienza nuestro trabajo como cristianos. El bautismo no queda en el acto ritual nada más, porque eso sería “como cuando” planta mos una semilla y la abandonamos, asumiendo un papel pasivo. Es como olvidarla y no estar pendiente de qué pasa con ella, haciéndonos los desentendidos. Y si algún día igual da fruto para cosechar, no sólo no va a ser gracias a nosotros, sino que tal vez n i lo vamos a ver, ese fruto se pudre y l o des perdiciamos.

Es decir, en el bautismo los padres y padrinos siembran o plantan a su hijo o su hija en la fe en Dios. Ése es nuestro trabajo. Pero allí recién empieza este trabajo para los padres, los padrinos y la comunidad. Éste es el comienzo de la historia de fe de esa persona. Nuestra tarea, a partir de esa acción del bautismo, es cuidar la vida de esa persona, darle calor, alimentarla, limpiarla, darle amor, alentarla, en definitiva tenemos muchas tareas, así como las que tenemos en cuenta para el cuidado de una planta. Dios realiza el trabajo que no vemos, que es misterioso e increíble: participa de la vida para que pueda “crecer”.

Cada año tenemos un grupo de confirmandos, en muchos casos son chicos que se bautizaron y a los que recién después de 13 o 14 años los volvemos a ver. Pensando en la parábola esto es como cuando una planta crece y crece, y recién cuando se vuelve grande, nosotros la vemos, pero antes ni lo habíamos notado. Sin embargo, la planta creció y, tal vez, dio frutos, pero los frutos que dio no los vimos o no los reconocimos. Recién ahora que se hizo grande le prestamos atención. Pero como comunidad , como padres y padrinos, ¿fuimos capaces de ir a ver o de cumplir nuestra tarea de ver cómo estaba creciendo o si necesitaba algo, o le prestamos atención cuando se hizo ver –por su tamaño ?

La parábola que nos presenta Jesús, nos quiere hacer dar cuenta, de cu án importante es nuestro trabajo como comunidad en el reino de Dios. Nosotros no tenemos que esperar hasta que la planta se vuelva grande para notarla, sino que tenemos que cuidarla desde el principio, desde el momento en que aceptamos que esa semilla est é en la tierra, para comenza r a gestarse. Esta parábola nos quiere animar a asumir nuestro trabajo como comunidad y como cristianos: plantar y cuidar, bautizar y enseñar. Así como hicieron otros por nosotros. Ese aprender es también dejarnos desafiar para mejorar cada día y poder aprender de los errores y actualizarnos.

El bautismo es el comienzo, después hay todo un proceso de crecimiento, que está en manos de Dios mismo, y que nosotros podemos, no s ólo disfrutar sino también cuidar, alentar y amar. La confirmación la podemos entender como esa tarea dedicada de podar o abonar que sabemos es importante para que una planta pueda seguir creciendo bien y con ganas. La confirmación es “como cuando” uno se toma el tiempo para dedicarse exclusivamente a las plantas para que tengan todo lo que necesitan para crecer bien. Pero esto tampoco termina todo ahí, sino que nosotros, como las plantas, nos podamos y abonamos, en diferentes etapas de nuestra vida, para que “Dios nos siga haciendo crecer en la vida ” –independientemente de los resultados previos y futuros. Dios nos anima a salir a sembrar más allá del miedo, las preocupaciones o los prejuicios. ¡Nadie ni nada “crece” solo por si mismo!

Pidámosle a Dios que nos sustente cada día en su amor, nos ayude a ser fuertes en la fe y nos regale la gracia de crecer en el compromiso con los demás. AMÉN.

Carlos Kozel Villa Ballester (Buenos Aires)
por jorgeweishein@arnet.com.ar

 


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