Göttinger Predigten im Internet
ed. by U. Nembach, J. Neukirch, C. Dinkel, I. Karle

16º Domingo después de Pentecostés, 24.9.2006
Marcos 7: 31-37, David Manzanas
(A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Como cada mes, los pastores y líderes de la ciudad celebraban su reunión fraternal. Ese día, sin embargo, no era una reunión normal, había algo especial. Uno de los líderes locales venía con una propuesta que, seguramente, entusiasmaría a todos: organizar una gran manifestación del pueblo evangélico. Inmediatamente, la mayoría aceptó la propuesta y se pusieron a trabajar en torno a ella. Había que nombrar una comisión de propaganda que diseñara carteles para anunciar el evento y llamar a la participación; otros formarían una comisión de finanzas, que elaboraría un presupuesto y buscaría medios de financiación; otros trabajarían en formar un equipo de ujieres que ayudara a informar a los asistentes y a mantener el orden interno en el desarrollo de la manifestación. Con entusiasmo, cada uno de los asistentes se inscribió en uno de los recién formados comités. Pasaron a ver cuál sería el lema central de la manifestación, aquel que iría escrito en grandes letras en una pancarta que abriría la marcha. La misma persona que había presentado la idea venía con una propuesta (había hecho bien sus “deberes” y no dejó nada al azar):

― Hermanos, propongo que el lema de nuestra manifestación sea «JESUCRISTO ES LA RESPUESTA»

Con gran entusiasmo los presentes aceptaron la propuesta; casi por unanimidad alabaron la idoneidad del lema. En medio de las frases de felicitación y de adhesión al lema, un pastor presente, el más joven de todos y con menos experiencia en el ministerio, pidió la palabra.

― Hermanos, me encanta ver este entusiasmo entre nosotros, pero ante este lema no puedo evitar plantearme una cuestión: ¿cuál es la pregunta?

Todos se fijaron en el joven pastor que había hablado, y con cierta perplejidad, el pastor autor de la propuesta, erigiéndose en portavoz del grupo le dijo:

― No entendemos que quieres decir. ¿Cómo que “cuál es la pregunta”?

― Pues quiero decir que cuál es la pregunta a la que queremos responder con nuestro lema.

― Está claro, – continuó diciendo el pastor maduro – que se trata de las preguntas que plantea nuestro mundo, las preguntas vitales de todo ser humano.

Todos asintieron, y mirando al joven pastor con benevolente comprensión por su inexperiencia y lógica inmadurez, quisieron continuar con la reunión. Pero éste volvió a preguntar:

― Perdonad que insista, pero ¿hemos oído a nuestro mundo, prestamos atención a sus gritos, atendemos a sus necesidades? ¿CUÁLES SON ESAS PREGUNTAS?

Un silencio atronador se hizo presente en la sala. Todas las miradas se volvieron al pastor maduro que había hecho la propuesta. Algunos volvieron su rostro al joven pastor que había roto la marcha de la reunión y cambiaron su mirada, en un principio benevolente, por otra de marcado reproche. Por fin, el pastor maduro volvió a hablar:

― Joven, comprendemos tu inquietud académica por la sociología pastoral, pero aquí no estamos para plantearnos temas de teología de despacho, tenemos asuntos muy serios que tratar. – Y, con gesto seguro y autocomplaciente, se dirigió a todos los presentes, – Hermanos, volvamos a las cuestiones prácticas, ya tendremos tiempo para cuestiones teóricas.

Un murmullo de aprobación se dejó oír en la sala, el asunto estaba zanjado y cada uno había quedado en su sitio, en el lugar que le corresponde. Era encomiable el deseo del muchacho de participar, incluso habría que mirar con buenos ojos su inclinación a representar el papel de “Pepito Grillo”, la conciencia latente en todos nosotros. Sí, había que perdonarle esos ramalazos de arrogancia juvenil, ya aprendería y adquiriría mayor experiencia.

El joven pastor, respirando profundamente, volvió a levantar la mano para pedir la palabra.

― Perdonad si resulto un poco pesado, pero no creo que se trate de lo que nuestro hermano llama “cuestiones teóricas”. Estoy profundamente convencido de que si no sabemos escuchar los clamores de nuestro tiempo, nuestra predicación no podrá llevar la Palabra de Dios a las gentes de la calle; si no oímos los llantos y las quejas de nuestro mundo, nuestros intentos de llevar consuelo serán inútiles. Tenemos que tener los oídos abiertos para escuchar y reconocer las preguntas de la calle, de la gente sin esperanza, de las personas sin luz. Por eso preguntaba, y sigo preguntando, «¿CUÁL ES LA PREGUNTA?» para así poder llevar la respuesta, que hallaré en Jesucristo. Pero para poder llevar esa “respuesta” hemos de estar atentos a la misma Palabra de Dios. Si no es así, irremediablemente nos limitaremos a dar nuestras propias respuestas, y utilizaremos nuestra predicación para perpetuar nuestras doctrinas y dogmas, nuestras normas y criterios, sin darnos cuenta de que éstas, quizás, ya no respondan a las necesidades de hoy, ni estén tan cerca de la Palabra y Voluntad de Dios como creemos. Por eso, Dios abre nuestros oídos TAMBIÉN a su Palabra, para que cuando identifiquemos las preguntas de nuestro tiempo podamos llevar su voz por medio de nuestras voces, llevar su gesto por medio de nuestras manos.

Si el silencio tuviera peso, el que se hizo en aquella sala rompería todas las balanzas. Pero lo grandioso es que no se trataba de un silencio amargo, incómodo, sino de un silencio expectante, como el que se produce al principio de un concierto, cuando el director está a punto de marcar el inicio de la sinfonía y todos esperan con impaciencia a que comiencen los sonidos orquestados. El joven pastor tomó su Biblia y comenzó a leer:

«Llevaron a Jesús un sordo y tartamudo, y le pidieron que pusiera su mano sobre él. Jesús se lo llevó a un lado, aparte de la gente, le metió los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua. Luego, mirando al cielo, suspiró y dijo al hombre:

–¡Efatá! (es decir, “¡Ábrete!”).

Al momento, se abrieron los oídos del sordo, su lengua quedó libre de trabas y hablaba correctamente»

Cerró su Biblia, y después de un instante, que pareció una eternidad, volvió a hablar:

― Hermanos, ¿no notamos que somos como el tartamudo de esta historia? ¿Que nuestras palabras suenan como tartamudeos ininteligibles para las gentes de nuestro alrededor? ¿Que hablamos de temas que no inquietan o preocupan? ¿No será porque hemos permanecido sordos, incapaces de oír a nuestro prójimo, incapaces de oír al mismo Dios? Ha llegado el momento de que nuestros oídos sean abiertos para que nuestra lengua se suelte y pueda llevar palabras de alegría en medio de la tristeza, de consuelo en medio del quebranto, de ánimo en medio de la debilidad, de esperanza en medio de la desolación. Jesús toca nuestros oídos con sus manos, y con su propia saliva humedece nuestras lenguas; a nosotros dirige su palabra “¡Efatá!”, para que nuestros oídos sean abiertos y nuestra lengua liberada.

Y ahora, hermanos, volvamos a plantearnos las preguntas del principio: ¿Cuál es el clamor de nuestro mundo? ¿Cuál es la respuesta de Dios a ese clamor?

Tímidamente, al principio, los presentes comenzaron a hablar:

― En España, cada 33 segundos se rompe un matrimonio, es decir, cada año se deshacen casi 100.000 familias. Mi propia familia está en riesgo, ya apenas tenemos tiempo para decirnos nada, cada uno embutido en sus propias cosas, sus propios trabajos, sus propias historias.

― Mi hijo ayer volvió del colegio quejándose de que un grupo de compañeros se burlan de él y le dan collejas y pequeños golpes. Me dio rabia que mi hijo no supiera defenderse, y sólo se me ocurrió decirle que no sea una “nenaza”, que un hombre tiene que saber aguantar. Hoy he leído que 1 de cada 4 estudiantes menores de 16 años sufre maltratos en el centro escolar, y que el 15 % de ellos contempla la posibilidad de un suicidio. Son maltratados que, por añadidura, se sienten solos e incomprendidos.

― Nuestro país ha experimentado un crecimiento importante, pero casi el 20% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Están a nuestro lado, quizás en nuestro propio edificio, pero apenas los vemos. Muchos de ellos son inmigrantes que huyen del hambre, o de la persecución, o de un futuro sin esperanza para sus hijos.

― La violencia día a día se hace más y más presente. En las calles, en las aulas, en la familia, en los estadios. Hemos hecho de la violencia un espectáculo, el héroe de nuestras películas es el justiciero más sangriento, nuestros héroes nacionales son los que libraron las más duras batallas, y admiramos a aquel que tiene la fuerza para imponer su justicia sobre los demás. Y nuestros hijos, y nosotros mismos, hemos asimilado este esquema, y así se responde con violencia a la agresión recibida, generando más violencia que será debidamente contestada.

― En muchos lugares de nuestra tierra, autoridad es sinónimo de opresión, de tiranía, de capricho arbitrario del poderoso. Mientras, en los lugares donde se dice que “ondea la bandera de la libertad y todos somos iguales” cada vez hay más excluidos, más marginales, más personas “menos iguales”

Y así siguieron, recordando aquello que sabían pero que era duro recordar. Cada uno se hizo portavoz de un lamento de nuestro mundo, de nuestra calle, de nosotros mismos. Al finalizar, el joven pastor tomó de nuevo su Biblia y dijo a sus compañeros de reunión:

― Quizás ahora es el tiempo de escuchar la respuesta de Dios a esos lamentos, a esas demandas que hemos traído hasta aquí. Escuchar lo que hemos de decir, lo que hemos de hacer, lo que hemos de vivir:

« Por tanto, hermanos míos, os ruego por la misericordia de Dios que os presentéis a vosotros mismos como ofrenda viva, consagrada y agradable a Dios. Éste es el verdadero culto que debéis ofrecer. No viváis conforme a los criterios del tiempo presente; por el contrario, cambiad vuestra manera de pensar, para que así cambie vuestra manera de vivir y lleguéis a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto. Por el encargo que Dios me ha dado en su bondad, os digo a todos que nadie… »

Y continuó leyendo el capítulo 12 y 13 de la carta a los romanos. Después, todos, rodilla en tierra, oraron dando gracias a Dios por haber abierto sus oídos y desatado su lengua, y se comprometieron a continuar leyendo juntos la Palabra de Dios para buscar las respuestas a las preguntas que aún, y durante mucho tiempo más, seguirían formulándose en sus mentes y en sus corazones.

Por cierto, el pastor joven, al poco tiempo, fue trasladado a otro lugar y ninguno de los presentes volvió a verlo en persona. Pero sí les llego la noticia de que en su nueva ciudad, en una reunión de pastores de la localidad, continuó haciendo sus preguntas impertinentes y cargadas de ingenua inexperiencia. Al saber de ello, todos dieron gracias a Dios por esa maravillosa noticia.

David Manzanas
Pastor en Alicante y Valencia (España)
alcpastor@iee-levante.org

 


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