Göttinger Predigten im Internet
ed. by U. Nembach, J. Neukirch, C. Dinkel, I. Karle

18º domingo después de Pentecostés, 8 de octubre de 2006
Texto: Lucas 9: 29-36, Marcos Abbott
(A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


ILUMINACIÓN Y DECISIÓN

¿Has tenido una experiencia en que tu conciencia es estimulada a un más alto nivel, y te da una sensación de iluminación? Te permite ver las cosas con más claridad y desde una perspectiva fresca. Algunos llaman esto una experiencia de “¡Ajá!”, o “¡Eureka!” Parece que estabas en una habitación oscura, y luego alguien enciende la luz.

Muchas veces esta experiencia ocurre cuando estamos investigando un problema, buscando una nueva solución o procurando una inspiración creativa. Tengo un amigo que es científico y trabaja en un laboratorio. Me dice que muchas veces las mejores ideas le vienen en la madrugada. Se despierta y allí está la idea, con una claridad impresionante. En estos casos él se levanta y va al laboratorio.

Pedro, Jacobo y Juan tenían una experiencia de iluminación. Jesús les invitó a acompañarle a subir el monte para orar. No era la única ocasión que había ocurrido, y como era habitual, tenían sueño. Pero en esta ocasión, inesperadamente Jesús fue transfigurado. Como si se pusiera transluciente, una luz radiaba de él con una intensidad, cada vez más intensa hasta el punto en que parecía un foco en forma de hombre. Los tres querían tapar los ojos, pero era demasiado maravilloso y extraño.

Ya sabemos el resto del relato. Moisés y Elías aparecen con Jesús, luego les cubre una nube y oyen la voz de Dios Padre:

Este es mi Hijo, el Escogido, a él oíd.

Esta experiencia, que llamamos la transfiguración, es un punto de inflexión para los discípulos y para nosotros los lectores. Antes de este punto los discípulos están muy confundidos sobre la identidad de Jesús. Habían presenciado las sanidades y los exorcismos, y de esto concluyeron que era un profeta. Algún u otro demoniaco poseído había exclamado cosas extravagantes sobre Jesús, pero estaban locos, ¿verdad?

Unos días antes de subir al monte Jesús les había preguntado: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Básicamente la gente pensaba lo mismo que los discípulos, que era un profeta. ¡Quizás Elías! Pero Pedro tenía una inspiración, o quizás quería parecer más listo que los demás y dijo: “¡Eres el Cristo de Dios!”

Jesús no lo niega, pero luego dice algo totalmente incomprensible. Usando el término que más usaba para referirse a sí mismo, el Hijo del Hombre, un término con connotaciones mesiánicas claras, Jesús declara:

Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día.

Es difícil para nosotros apreciar la radicalidad de esta declaración. No fue posible que los discípulos la comprendieran. No hay ninguna instancia en la literatura judía de la época o antes que habla del sufrimiento del Mesías. Y el Hijo del Hombre es un personaje celestial (Daniel 7,13-14). Tampoco sufre jamás. No hay nada que preparaba los discípulos para comprender el anuncio de su rechazo y muerte.

En el desarrollo del evangelio de Lucas, la transfiguración ilumina a los discípulos y al lector para que saque sentido de las aparentes contradicciones, es decir, un Mesías que sufre.

La voz llama a Jesús, “el Escogido”. La versión Reina Valera y algunas otras ponen “el Amado”, pero los mejores manuscritos ponen “el Escogido”. Este título refiere al personaje del Siervo Sufriente en Isaías. Jesús está identificado con este personaje desde su bautismo. La voz en esa ocasión cita parte del texto de Isaías 42, que ahora cito yo:

He aquí, mi Siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. (Isa 42,1)

En Isaías el Siervo Sufriente representa el pueblo de Israel. Toma sus pecados y sufrimientos vicariamente sobre sí y así les libera. Estamos muy familiares con el siguiente texto sobre el Siervo en Isaías 53,4-6:

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarríamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros .

Cuando la voz celestial identifica a Jesús como el Escogido o el Siervo Sufriente, tanto en su bautismo como en su transfiguración, nos indica que Jesús es el Siervo Sufriente. Este título es la clave para interpretar el valor salvífico de un Mesías que es rechazado y sufre.

Moisés y Elías también aparecen con Jesús en el monte. Apenas ocho días antes cuando Jesús preguntaba sobre la opinión de la gente sobre su identidad, Elías era uno de los candidatos. Jesús no es una reaparición de Elías, de hecho, Juan el Bautista cumple la función de la aparición escatológica de Elías. Pero la presencia de Elías es una manera de dar a Jesús toda la legitimación de los profetas.

La presencia de Moisés es más interesante y sutil. Uno de los motivos que encontramos en el evangelio de Lucas es la alusión al éxodo. Jesús es un profeta como Moisés (Hechos 7,37) que va a liberar a su pueblo y sacarles de su opresión bajo el imperio romano. Será un tipo de nuevo éxodo. En la escena en el monte hay varios paralelos a la apariencia de Dios a Moisés, incluyendo la nube y la voz. La experiencia comunica claramente a los tres discípulos, y a los lectores del evangelio de Lucas, que Jesús tiene la legitimación divina. Es el intérprete definitivo de la Ley mosaica y su misión es una de liberación y la restauración del pueblo de Dios.

Esta experiencia es un punto de inflexión para los discípulos y para nosotros lectores. Cuando los discípulos pasan por la agonía de su rechazo y ejecución en Jerusalén más tarde, seguro que esta experiencia sirvió como una piedra de toque para orientar su reflexión mientras procuraban sacar sentido de la pasión. Aun antes de poder entenderlo, su memoria de la transfiguración les consuela, porque saben que Dios estaba con Jesús, y todo lo ocurrido estaba vinculado a la misión divina.

La revelación de la identidad de Jesús como Hijo de Dios y como el Siervo Sufriente sirve como el filtro interpretativo, como la clave para valorar y sacar sentido del conjunto de la vida y la pasión de Jesús.

La gran mayoría de nosotros no hemos tenido ni vamos a tener una experiencia como Juan, Jacobo y Pedro. No vamos a tener una visión de Jesús en una luz brillante, ni oír una voz en la nube. Sin embargo, todos nosotros necesitamos una experiencia de transfiguración. Necesitamos un momento de iluminación o claridad sobre quien es Jesús para nosotros.

Pasamos por la progresión que encontramos en el pasaje. Primero, contestamos la pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Tomamos nota de lo que dice la gente. En nuestra sociedad la respuesta no es muy positiva, y suele ser cínica,

En medio de este contexto llegamos a la pregunta más personal: “¿Y tú, quién dices tú que soy yo?” Aquí llegamos a nuestra confesión de fe. “Tú eres el Cristo.” Pero como Pedro, esta confesión puede ser tentativa, y podemos estar confundidos a la vez de hacer la confesión. Pedro tenía la idea de un líder político-religioso que iba a echar los romanos de Palestina. Muchas veces nuestra primera confesión de fe se basa en una imagen poca precisa y quizás algo equivocada.

Por eso necesitamos una transfiguración. Necesitamos una experiencia donde Dios mismo toma el protagonismo y esclarece nuestra relación con Dios. Esta experiencia luego se convierte en el punto de referencia para nuestra fe. Cuando estamos asediados por duda o cuando la vida se pone muy difícil, la memoria de esta experiencia nos fortalece y nos consuela.

Pero quiero observar algo curioso. Sólo tres de los doce discípulos subieron al monte con Jesús. Los demás tenían que contentarse con el testimonio de los tres. Para muchos de nosotros, la experiencia de transfiguración viene mediada. Oímos el testimonio de los que vieron la luz y oyeron la voz, pero nosotros no tenemos ninguna experiencia dramática a qué apelar.

¡No es culpa de los nueve que no tenían la experiencia! Correspondía a Dios elegir a quienes revelarse en una experiencia dramática. Sin embargo, cuando los tres bajaron del monte con Jesús, no tenían una ventaja sobre los nueve, según el evangelio. Cada uno tenía que vivir su fe conforme a su experiencia, aun cuando la experiencia es mediada.

¿Dónde estás tú en el proceso? ¿Estás en la etapa de: “¿Qué dirá la gente?” O quizás has llegado al punto de luchar con la pregunta al nivel personal: “¿Quién eres, Jesús?” O es posible que ya has tenido una experiencia de iluminación, de transfiguración y sabes que Jesús es el Hijo, el Escogido de Dios, por tanto, sabes que tu relación con él hace toda la diferencia.

Si no has subido al monte, no te preocupes. A lo mejor has estado esperando una experiencia como la de Juan, Jacobo y Pedro, pero no es necesario que tengas la misma experiencia. Puedes aceptar el testimonio, tal como hicieron los otros nueve, y tu experiencia será tan válida como la de los tres.

Tenemos el testimonio, ahora nos corresponde una decisión.

Marcos Abbott
SEUT, El Escorial (Madrid)
academico@centroseut.org


(zurück zum Seitenanfang)