Göttinger Predigten im Internet
ed. by U. Nembach, J. Neukirch, C. Dinkel, I. Karle

2º domingo después de Epifanía, 14-1-2007
Juan 2, 1 – 11, Cristina Inogés
(A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


 

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Hermanos: ¡Que el Señor ilumine su rostros sobre nosotros!

La fiesta

Conociendo el poco caso que Juan le hace a la historia, no aconsejo a nadie que se dedique a averiguar quienes eran los novios; pese a ser el relato de una boda, no son los personajes más importantes. Jesús y su madre son actores de reparto porque la gran protagonista del relato es la boda en sí misma. ¡Es una fiesta! ¿Nos hemos parado a pensar lo que nos cuesta hacer fiesta de nuestras celebraciones? Y eso que todo el evangelio nos remite a un banquete, a un novio que espera con sus mejores galas, a la fiesta de una boda. La Biblia misma es el relato de una historia de amor.

En todas las culturas las bodas son grandes acontecimientos. Ya sean pactadas o de libre elección por parte de los novios la fiesta está presente. Es el nacimiento de una familia y a su vez, la prolongación de dos más. En los tiempos de Jesús no existían las empresas dedicadas a preparar bodas, así que es fácil que el pequeño descuido de no calcular el vino fastidiara la fiesta. Gran descrédito para los novios, sobre todo para él, que era el encargado de prepararlo todo y en cuya casa se celebraba normalmente la larguísima fiesta.

Fiesta es una palabra que Jesús entendía bien. En otra parte del evangelio le acusan de estar con sus amigos y ser comilón y bebedor; dicho así no suena bien, pero lo más seguro es que el evangelista quisiera decirnos que era alguien divertido y comunicativo.

Juan sitúa la fiesta de la boda siete días después desde que Juan Bautista diera testimonio de la verdad, señalando a Jesús como el Mesías esperado. Jesús va a manifestar su gloria a través del signo mesiánico de la abundancia y la alegría.

El agua del ritual de las purificaciones, el agua del cumplimiento depositada en seis tinajas, número que no indica la perfección (sería el siete), será transformada en un buen vino. Jesús anuncia que algo completamente nuevo está llegando. La gloria del Hijo está ampliamente subrayada en este texto.

Nuestra fiesta

Está bien ayudar a los demás, preocuparnos por sus necesidades, estar atentos a “eso” que les falta, pero hay que reconocer que no se nos ha formado ni informado de la importancia de la fiesta. Es como si para los cristianos todo aquello que no suene a sacrificio gordísimo careciera de importancia.

La antropología cultural nos muestra lo importante que es la fiesta, lo lúdico para expresar desde la forma de ser de un grupo, hasta para romper con lo cotidiano; la psicología nos habla de la importancia de cortar de vez en cuando con lo que hacemos habitualmente, de desconectar; ¿por qué nos cuesta tanto a los cristianos disfrutar de la fiesta que es el mensaje de lo verdaderamente nuevo que trae Jesús? ¿Qué hemos hecho del cristianismo para convertirlo en algo tristón?

Nos quejamos de los pocos invitados que vienen a “la fiesta”, pero ¿quién va a una fiesta que sabe que se va a aburrir, que no le va a motivar en nada? Nuestra fiesta se puede permitir el lujo de ser cada día nueva, diferente e igual al mismo tiempo, ser algo tan maravillosamente único que el pasado, el presente y el futuro se abrazan y se besan porque la boda de Caná, las comidas de Jesús con sus amigos y apóstoles y el banquete al que estamos llamados en el Reino, se dan de forma simultánea.

Que nadie nos ahogue la fiesta, ni estropee el vino añadiendo agua. Sería una pena que invitáramos a una fiesta y engañáramos a los invitados. No están los tiempos para desperdiciar oportunidades. Vamos a ponernos el traje de boda y, si se me permite la expresión, ¡viva la fiesta!

Cristina Inogés. Zaragoza. España
crisinog@telefonica.net


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