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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

4° Domingo de Cuaresma (Laetare), 18.03.2007

Sermón sobre Lucas 15:1-3.11-32, por Carlos Guillermo Kozel

LA COMUNIDAD DEL HERMANO MAYOR

No nos resulta extraño escuchar con quiénes se juntaba Jesús ni quiénes se acercaban a él. Tampoco nos resulta extraño escuchar que los fariseos y escribas de la ley cuestionen a Jesús por juntarse con los que ellos llaman pecadores -por no cumplir las leyes de su religión o ganarse la vida con trabajos impuros.

A ellos, Jesús, trata de explicarles de qué se trata el amor de Dios. La parábola del hijo pródigo, o la parábola del Padre que perdona a su hijo, se ubica en este contexto.

El relato de la palabra está ubicado en el seno familiar, un padre tenía dos hijos... El hijo menor sintió la necesidad de separarse de su Padre, quiso emprender un camino de búsqueda, de lo que él consideraba su libertad, una vida lejos del trabajo y de la tutela de su padre autoritario y exigente. Una vida sin ningún tipo de obligaciones, sin importancia de lo que pase en el mundo.

La propuesta de este mensaje de hoy es pensar en nuestra comunidad como una gran familia. Seguramente cuando leemos el texto no podemos dejar de pensar en la representación de los personajes que se presentan y creo que la mayoría estaríamos de acuerdo si decimos que el padre de esta parábola simboliza a Dios.

¿Cuántas veces pensamos en Dios como un Padre exigente? Esto es lo que generalmente se nos enseña de chicos: "Ojo con lo que hacés, que Dios te está mirando" "Mirá que si te portás mal Dios te va a castigar", o bien, buscamos negociar pensando: "Dios, si me das tal cosa, yo te prometo que no falto ningún domingo al culto". Con esto quiero que pensemos el tipo de relación que establecemos con Dios.  Tenemos la imagen de un Dios que es exigente y autoritario, un Dios que perdona si yo cumplo con las leyes que la religión me dice que debo de cumplir.

Y nosotros, ¿quiénes somos en la parábola? ¿Quiénes toman el papel de hermano menor? Yo creo que son aquellos que no tienen la posibilidad de descubrir otro Dios padre que no sea el exigente y autoritario, el que le enseñaron de chicos. Ellos en su búsqueda y ejercicio de su libertad se van de la comunidad, dejan de participar porque no encuentran sentido a esa relación en la que viven con Dios. ¿Y qué hacen? En la parábola, el hijo menor se va a vivir la vida que en el mundo mejor le place, tiene dinero y vive dependiendo de él -hasta que se le termina la plata. Hoy en día, los hermanos y hermanas que buscan alternativas encuentran lo que les ofrece el mundo del mercado de apariencias, donde para ser, debés tener y consumir lo que se vende: energizantes y analgésicos para sentirse bien. Una vida donde no hay tiempo para pensar en el otro, y en la cual si hay alguien que cae o pierde no es culpa tuya, sino que ‘el problema es que no supo triunfar'.

Y así, como el joven de la parábola, muchos hermanos y hermanas se van frustrados de la relación que viven en la comunidad pero tampoco encuentran libertad fuera de la iglesia sino esclavitud. Aún así, volver no está en sus planes porque no ven que la comunidad viva diferente a como se vive en el mundo. No hay libertad, sino autoritarismo, exigencia, pocas veces se encuentra comprensión. Pero en sus crisis, quienes se alejan, también encuentran el beneficio de la duda, porque alguna vez leyeron o escucharon, que en realidad Dios padre es diferente a lo que se vive en la comunidad y, también, a lo que se vive en el mundo. Esto, en algunos casos los lleva, al menos, a pensar en una ‘vuelta', pero muchas veces, también, sin saber a dónde ni cómo.

El momento central de esta parábola está en la actitud del Padre cuando el hijo vuelve. Para sorpresa del joven, su padre salió a recibirlo con los brazos abiertos, lo reconoció, no le dijo nada, no le reclamó nada, simplemente lo abrazó y lo volvió a vestir. No sólo lo perdonó sino que le devolvió todo lo que el hijo pensó perdido.

El hijo menor experimentó a un padre que antes no conocía. Un padre que le hace saber que él no es uno más, sino que él es su hijo y que lo ama, y que a pesar de que no haya encontrado lo que buscaba afuera, las puertas de su casa están abiertas. El hijo menor no le debe devolver nada, no le debe nada al padre, porque está en su casa.

Creo que si aceptáramos a este Dios en nuestra comunidad, muchos de nuestros hermanos menores que se fueron, podrían estar pensado que hay una posibilidad de volver. Si nadie les reprochara nada, ni les reclamaran nada, ellos también podrían aceptar que no están en deuda con su Padre ni con su casa, y no sólo nos alegraríamos con cada vuelta, sino que haríamos una fiesta.

Pero, a veces, nos ponemos en el lugar del personaje del hermano mayor. Algunas veces escuchamos a gente de nuestra comunidad que dice: "Yo trabajé toda mi vida para la iglesia, aporté siempre todo los meses, jamás hice un cuestionamiento... y me tratan igual que ése que viene cuando quiere". Más de una vez escuchamos que la iglesia debería recuperar a los que se fueron, pero ¿en función de qué? "¡Hay que recaudar más dinero y, por eso, tenemos que recuperar a los miembros apartados!" ¿Acaso, buscamos recuperar los años que no se aportaron? A diferencia de Dios padre, el hermano mayor entiende que el hermano menor está en deuda y debe pagar.

Dios en la parábola, como padre, establece una relación en la que no pide nada por su amor, él perdona sin necesidad de que aquél que vuelve tenga que hacer nada. Dios es un padre que no se olvida de sus hijos e hijas y no sale, solamente, a nuestro encuentro cuando volvemos sino que comparte lo que tiene mientras estamos con él.

Jesús nos enseña que esa forma de ser de Dios es la que tenemos que aprender a aceptar en nuestra forma de ser comunidad. Esta forma de ser de Dios nos convoca a salir al encuentro de aquél que está pasando por una crisis, aquellos que no vemos en nuestra comunidad; volver a establecer lazos como hermanos y hermanas, hijos e hijas de Dios; ser capaces de perdonar y poder expresar que no hay rencores, que no hay ningún tipo de deuda, que están en su casa porque esta casa es del padre y somos todos hijos e hijas de un mismo Dios padre. Como comunidad también estamos convocados a anunciar el evangelio a todo el mundo por igual. ¿Cuántas personas que no conocen la comunidad están de vuelta o no saben cómo volver? ¿Estamos preparados para recibirlos o dispuestos para juzgarlos? ¿Habrá alguien para salir a su encuentro cuando vuelvan?

La promesa de Jesús en estas palabras es que la confianza en este Dios misericordioso supera todo prejuicio, envidia, pensamientos materialistas y luchas de poder. Somos invitados todos juntos a festejar en el banquete que nuestro Dios padre nos regala. Que este encuentro al que Dios nos invita con nuestro hermano y con nuestra hermana sea siempre un motivo de alegría y de festejo. AMÉN



Carlos Guillermo Kozel
Estudiante de teología
Iglesia Evangélica del Río de la Plata
Parroquia Villa Ballester
Buenos Aires - Argentina
E-Mail: tionegro14@hotmail.com

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