Göttinger Predigten

Choose your language:
deutsch English español
português dansk

Startseite

Aktuelle Predigten

Archiv

Besondere Gelegenheiten

Suche

Links

Konzeption

Unsere Autoren weltweit

Kontakt
ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

3° domingo después de Pentecostés, 01.06.2008

Sermón sobre Mateo 9:9-13, por Marcos Abbott

 

Hace unos años un amigo me invitó a pasar un par de días con él en un hotel de lujo en la costa mediterránea. Como era pleno verano yo traía sólo pantalones cortos para mi estancia, lo cual presentó un problema. Para la cena en el comedor del hotel exigían pantalones largos. Yo no podía comer, aunque la cuenta estaba pagada, sin llevar la ropa que ellos exigían. Yo sentía excluido.

No te preocupes. Nos arreglamos con un buen sentido de humor. Mi amigo es indonesio y bastantes centímetros más bajo que yo. Su esposa sugirió que yo pusiera unos pantalones de mi amigo. Me los puse y, en adición a ser apretados, dieron cobertura a sólo la mitad de mis pantorrillas. Nos reímos un buen rato y luego bajamos a cenar, yo haciendo el ridículo para cumplir con las normas.

Es cierto que el hotel siente justificado en sus normas para el comedor, y seguramente muchos de sus clientes están conformes. Sospecho que esta es el único elemento en el hotel donde el dinero no habla más fuerte que la norma.

Los fariseos critican a Jesús porque come con personas de cuestionable reputación. ¿Les importa el motivo de la cena o los posibles resultados del encuentro de estas personas con Jesús? No. Les importa las normas de santidad o de pureza, que valen más que las personas.

Es muy fácil para nosotros hoy criticar a los fariseos y otros líderes religiosos que rechazan a Jesús. No nos sentimos identificados con ellos. Nosotros hemos descubierto la gracia, y ellos sólo sabían la Ley. Nosotros hemos aceptado a Jesús como el Hijo de Dios, y ellos apoyaron su crucifixión. Si esta es nuestra postura de verdad, entonces tendremos oídos sordos para varios aspectos de este texto. No podremos oír la Palabra porque habremos caído en la misma trampa que los fariseos.

¿Qué está haciendo Jesús realmente en esta cena? Veamos el contexto inmediato para que nos ilumine.

Justo después de predicar el sermón en el monte Jesús desciende del monte y se presenta un leproso. Es del colectivo más marginado de la sociedad por el peligro que representa. Jesús le toca y le sana.

En camino a la casa Pedro un centurión romano le pide que sanara un criado paralítico. Jesús se ofrece para ir a su casa, pero el centurión dice que no es necesario. Solamente di la palabra y mi criado sanará. Jesús queda estupefacto de la fe de este romano.

El próximo día, después de una noche de atender a enfermos y endemoniados, cruza el lago y un escriba declara que quiere seguirle "adondequiera que vayas". Jesús, quizás intuyendo unos limitantes a su compromiso, le dice: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar su cabeza (8,20). Otro seguidor se une al escriba, pero primero pide permiso para enterrar a su padre. Y Jesús le responde con una hipérbole fuerte para enfatizar el alcance del compromiso necesario. Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos (8,21).

Luego Jesús entra en la barca, y se levanta una tempestad grande. Los discípulos están tan aterrorizados que despiertan a Jesús y le piden ayuda. Jesús calma la tempestad y les dice: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe (8,26)? Alaba la fe del centurión, pero cuestiona la fe de sus discípulos más cercanos.

Justo antes de nuestro pasaje Jesús sana a un paralítico después de haberle perdonado sus pecados. Jesús es impresionado de la fe de los amigos que le traen el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: -- Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados (9,2).

Justo después de nuestro pasaje una mujer con un flujo de sangre toca su vestido. Pensaba hacerlo desapercibido, pero Jesús le pilla y le dice: Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. Y la mujer fue salva desde aquella hora (9,22).

Después dos ciegos se acercan a Jesús, pidiendo misericordia. Jesús les pregunta: ¿Creéis que puedo hacer esto? Y cuando responden afirmativamente Jesús declara: Conforme a vuestra fe os sea hecho (9,29).

Y finalmente unas personas traen un mudo endemoniado a Jesús. Una vez expulsado el demonio el mudo habla. ¿Y cómo responden los fariseos a este hecho tan espectacular de restaurar humanidad a este pobre hombre? Le acusan de echar fuera los demonios por el príncipe de los demonios. No entienden nada.

He pasado por los detalles del contexto porque nuestro pasaje no es un texto aislado, y los temas forman parte de otros temas alrededor. Lo que vemos en esta sección es un énfasis en particular y una serie de contrastes. El énfasis es claramente la fe. Jesús alaba la fe del centurión y en varios casos atribuye la acción sanadora y libertadora a la fe de la persona.

Los contrastes giran alrededor de quienes tienen la fe y quienes no. En adición a observar los destinatarios de la acción de Jesús es imprescindible observar la categoría social de estas personas. Muchas son personas marginadas socialmente y religiosamente en la sociedad Palestina. El leproso es intocable; el centurión es un militar ocupador; el paralítico es un desgraciado, y muchos pensarían que la parálisis es un castigo divino; la mujer con el flujo de sangre nunca puede ser ritualmente pura; y los dos ciegos son como el paralítico.

Por un lado, Jesús trae el poder libertador y sanador del reinado de Dios a estas personas marginadas o desgraciadas. Por otro lado, Jesús reconoce la fe de estas personas y atribuye su fe como elemento importante en su liberación o curación. En contraste, Jesús cuestiona la fe de sus discípulos más cercanos. Y los escribas y los fariseos le acusan de blasfemia o de utilizar poder demoníaco.

Ahora volvemos a nuestro pasaje. Jesús llama a Mateo a seguirle. Sígueme. A mí me llama la atención que lo hace en su puesto de trabajo. Está trabajando Mateo y Jesús le llama a seguirle. Mateo no está entre la gente en la calle escuchando a Jesús. Jesús toma la iniciativa, se acerca y le llama. También es llamativo que Mateo es colaborador con los romanos y se considera excluido de la familia de Abraham. Socialmente y religiosamente es un marginado, aunque es rico.

El texto deja mucho por contar. Tenemos que usar nuestra imaginación. Lo que es obvio del pasaje es que Mateo recibe la gracia y experimenta una transformación, equivalente a Zaqueo. Como es lógico quiere compartir la alegría con sus amigos y anfitriona una fiesta. Jesús y sus discípulos están sentados en los sitios de honor y, como son personajes de honor cultural,  también los fariseos están incluidos.

En vez de celebrar la transformación de Mateo y su reincorporación a la familia de Abraham, los fariseos critican los asociados de Jesús. Él ofende su sentido de santidad, es decir, sus normas de asociación. Como hemos visto en el contexto no es la primera vez que Jesús hace esto. Pero las palabras de Jesús merecen nuestra atención.

Id, pues, y aprended lo que significa: "Misericordia quiero y no sacrificios", porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento (9,13).

Jesús está citando Óseas 6,6: "Misericordia quiero y no sacrificios". En este contexto el profeta está criticando la insinceridad de su culto. Cumplen con los requisitos y los holocaustos, pero su corazón está lejos de Dios y su comportamiento no refleja la justicia divina. Por eso Dios dice, a través del profeta, que desea la misericordia más que los sacrificios.

Jesús está aplicando esta crítica a los fariseos. Deberían tener misericordia de Mateo y de los demás marginados en vez de juzgarles. Si los fariseos no están dispuestos a acercase a esta gente, y si no quieren que Jesús se acerque, ¿cómo podrán salvarse? ¿Quién les traerá las buenas nuevas si los "puros" tienen miedo a contaminarse de los "impuros"?

Jesús está haciendo la labor del reinado de Dios. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento (9,13). Y al final de la sección Jesús pide que Dios enviara más obreros.

A la verdad la mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a sus mies (9,37).

Me llama la atención el contraste entre Jesús y los líderes religiosos, y entre los que Jesús atiende y sus discípulos cercanos. Jesús trae el reinado a Dios a las personas necesidades. No reconoce ningún criterio de "incluido/excluido". Los que son marginados por la sociedad no son marginados para él, y según él, tampoco son marginados para el reino de Dios. Los fariseos tienen criterios claros para diferenciar las personas en cuanto al reino de Dios y en cuanto a la sociedad del pueblo de Dios.

Creo que la diferencia se basa en una perspectiva distinta sobre la santidad. Para los fariseos la santidad es algo que uno tiene y tiene que ser protegida de la contaminación. Es decir, la pureza puede contaminarse por contacto con lo impuro. Esta es la lógica detrás su crítica a Jesús.

Jesús, por contrario, opera con un concepto de la santidad contagiosa. En vez de ser contaminada la pureza, la pureza del reinado de Dios "contagia" o "purifica" a los impuros. La santidad mueve en un sentido contrario. En vez de ser contaminado por el impuro, purifica al impuro. Por eso Jesús no se siente amenazado por la gente en la fiesta. Ellos están en riesgo de "contagiarse" de la santidad del reino.

El otro contraste consiste en la fe de la gente necesitada y marginada y la poca fe de los discípulos. Es curioso que las personas en el círculo más cercano a Jesús hayan experimentado la gracia y el poder de Dios. Uno supondría que su fe debería ser fuerte y ejemplar, pero el testimonio bíblico es otro.

Todo esto me hace pensar en una actitud que comúnmente se encuentra en iglesias evangélicas. Pueden funcionar como clubes excluyentes que miran con sospecha a los que no son miembros de su club. El valor supremo parece ser la confesión de fe o la doctrina. Si otro puede afirmar plenamente el credo de mi grupo, le acepto. Si discrepa en algún u otro detalle, le sospecho como mínimo y le excluyo como máximo. Este fenómeno produce una actitud de sospecha constante y no lleva a una fraternidad real entre las iglesias.

El criterio de Jesús es otro. Jesús reconoce y acepta la fe del otro, aun cuando es colaborador del imperio romano. Jesús se acerca al otro, si está dentro o fuera del círculo de los "santos". La transformación ocurre precisamente por su contacto con él. No pone como prerrequisito la entrada en el club antes de recibir la gracia transformadora. Su entrada en el reinado de Dios produce su transformación. Seguramente Mateo no compartía con Jesús una confesión de fe en la noche de su fiesta. Pero el amor incondicional de Jesús inició una relación que sí le fue transformando día tras día. Misericordia quiero y no sacrificios, dice el profeta y repite Jesús.

Hay un peligro de adoptar una postura de santidad parecida a la de los fariseos y otros líderes religiosos en Israel. Podemos edificar una muralla de protección con los santos dentro y los impuros fuera, o podemos adoptar la postura de Jesús, la de una santidad contagiosa. Podemos salir a la calle, reconocer la fe donde ya existe, y contagiar a los demás con la santidad del amor incondicional del reinado de Dios. Al final de cuentas, sigamos el ejemplo de Jesús.

 

 



Decano Marcos Abbott
SEUT - Seminario Evangélico Unido de Teología
El Escorial - Madrid


E-Mail: marcos.abbott@centroseut.org

(zurück zum Seitenanfang)