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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

4º domingo después de Pentecostés, 08.06.2008

Sermón sobre Mateo 9:35-10.8, por David Manzanas Pelegrina

 

La historia de Donato

Donato caminaba, como cada día, por la calle principal de su pueblo. Siempre iba al mismo sitio, en una liturgia diaria que jamás se saltaba desde que perdió su empleo anterior. Donato iba, cada día, a la oficina de colocación laboral. Buscaba un empleo que ocupara las largas horas de sus interminables días. Pero no encontraba nada; al menos nada que cuadrara con sus necesidades, sus gustos y sus aptitudes.

Ese día no esperaba que fuera distinto, pero nadie podría decir que no lo intentaba. Aquel día era domingo, y las calles estaban semivacías. Era muy temprano para los que habrían de llenar las terrazas de los bares y muy tarde para los pocos que acu­dían a la Iglesia y que aún permanecían en las capillas cantando y orando. Aunque era día festivo, Donato no se apartaba de su rutina, salvo en un pequeño detalle: cada domingo, cuando pasaba delante de la Iglesia Protestante, se detenía por un instante para leer en el cartel de anuncios el título de la predicación para ese día. Nada le hacía sospechar que ese domingo iba a ser especial. Ya se acercaba a la fachada de la iglesia, y se preguntaba de qué iba a hablar el pastor en esa ocasión. Nunca había tenido una especial preocupación por los temas de la religión, más bien era un tema que le dejaba indiferente. Nunca se había parado a pensar seriamente si Dios existía o no; la verdad era que no veía la necesidad de formularse la pregunta, como tampoco se preguntaba sobre su propia existencia. ¡Vaya una tontería, propia de los que no tenían cosas importantes que hacer! La existencia no había que cuestionarla, solo había que reconocerla y aceptarla. Si era cierto que existía un Dios, ya se haría presente, y si, hipotéticamente, eso ocurría, él, Donato, lo reconocería y lo aceptaría. Como he dicho antes, Donato era hombre de costumbres fijas, así que, enfrascado en estas "disquisiciones dominicales", llegó a la altura de la Iglesia Protestante, en cuya fachada había un gran panel de anuncios. Pero no era como cada domingo; habitualmente ponía el título de la predicación ("Vino por ti, vino por mí", "Cruzar el Mar Rojo: de la esclavitud a poseer la tierra", y otras por el estilo) seguido de la referencia bíblica en que se basaba. Este domingo solo había una frase: "Se ofrece empleo. Colocación segura. Formación a cargo del propio Jefe. Interesados, pasen al interior y dejen su oferta"

Donato lo leyó varias veces, no cabía duda alguna, se trataba de una oferta de empleo en toda regla. Lo único que no entendía era aquello de dejar su oferta, ¡se supone que las ofertas las hace el empleador, y no los aspirantes al empleo!

Picado por la curiosidad, más que por la esperanza, pasó al interior. El culto no ha­bía terminado, había sillas vacías y una persona se disponía a comenzar a hablar desde un atril, por lo que imaginó que se trataba del pastor. Era la primera vez que entraba en aquella iglesia y todo era nuevo para él. Todavía sin decidir si esperaba un poco o se marchaba sin más, un hombre se acercó a él; se presentó como uno de los diáconos de la iglesia y se ofreció a ayudarle, ofreciéndole un libro que, dedujo, se trataba de un libro de cánticos, y un ejemplar de la Biblia abierta por el texto base de ese domingo: Mateo 9:35 - 10:8. Donato, con cierta sequedad, le dijo que él, en realidad, solo había entrado por la oferta de empleo, que no estaba muy interesado en otras cosas. El diácono no se inmutó, se limitó a decirle, con una mueca cargada de amabilidad, que en el fondo todos los demás venían con la misma motivación; que le aconsejaba que se sentase y esperase a que terminara el culto y el pastor pudiera atenderle personalmente. Donato pasó su mirada por toda la sala y, aunque había sillas vacías, vio un nutrido grupo de personas para nada homogéneo. Había jóvenes (no muchos, la verdad), personas ya entradas en la madurez y un importante grupo de ancianos; había personas de su propio barrio, que reconoció inmediatamente, otras que dedujo que eran del país (no sabría muy bien decir por qué lo dedujo) y otros que, evidentemente, a juzgar por su color y rasgos, venían de otros continentes. ¿Y todos ellos estaban interesados en la misma oferta de trabajo?

Su curiosidad fue la que decidió que era mejor esperar a ver cómo se resolvía el asunto del trabajo. Así que se sentó y escuchó al pastor que comenzaba a hablar.

La predicación

Queridos hermanos y hermanas. Hoy os invito a que, juntos, consideremos la historia narrada por el evangelio de Mateo. Nos muestra a Jesús recorriendo los pueblos y aldeas de Galilea. Conocía bien la región; aunque había nacido en Belén, se crió en Nazaret, y luego, ya iniciado su ministerio, parece que estableció su residencia en la ciudad de Cafarnaúm, a orillas del lago de Galilea. Según nos relata el propio Mateo  en los capítulos anteriores, Jesús había estado pasando de un lado a otro del lago, enseñando y sanando en todas las aldeas y pueblos por los que pasaba. Jesús conocía la zona, no se dirige a extraños, no habla en "términos generales" sino que su palabra está dirigida a personas de las que conoce bien sus necesidades.

Nos dice algo más el texto. Jesús sintió compasión por las gentes que vio y conoció. Hay muchas maneras de ver y "analizar el terreno", de "conocer la realidad" que nos rodea. Podemos mirar para saber bien cuál es el plan que nosotros hemos de elaborar y desarrollar, ver qué nos interesa hacer y cómo nos interesa hacerlo para que nuestra labor como iglesia se desarrolle bien. Miramos la tierra y las personas que allí viven como nuestro campo de acción y trabajo para que nuestra misión sea cumplida: Y así justificamos nuestra propia razón de ser. No es así como Jesús miró y reconoció la tierra en la que vivía. Él recorrió pueblos y aldeas en contacto con las gentes de esos pueblos y aldeas y tocó a sus enfermos, levantó a sus niños, habló con sus autoridades y consoló a sus pobres. ¿Notamos la diferencia? Es clara; para Jesús, la situación de las gentes y sus necesidades no son una oportunidad brindada para su predicación y el establecimiento de su nuevo grupo religioso. Jesús ve las necesidades de la gente y ACTÚA en consecuencia. Se sintió conmovido por ellos, por los enfermos, por los abandonados, por los desahuciados y aparcados de la sociedad. Y ante tanta necesidad ACTÚA. Pero su actuar no es nunca, ni por asomo, en función de sí mismo, ni para justificarse o hallar su "razón de ser". 

Y el texto sigue hablándonos, sigue diciéndonos cosas. Nos dice que llamó a sus discípulos y que los capacitó, es decir, que los preparó y dotó de los medios necesarios para que llevaran a cabo la encomienda que les iba a encargar. ¿No es eso lo que dice el versículo 1 del capítulo 10?

"Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar a los espíritus impuros y para curar toda clase de enfermedades y dolencias."

Reconoce la necesidad y pones los medios: busca colaboradores. No intenta hacerlo solo, acaparando así todo el trabajo y el esfuerzo. Porque no es su prestigio lo que está en juego, ni el reconocimiento de sus capacidades. No, el centro de toda su atención son las necesidades de las gentes, y son esas necesidades las que han de recibir respuestas. Y por ello llama a sus discípulos y les propone ser colaboradores en la tarea que él mismo ha recibido y aceptado. Y acepta, también, la responsabilidad de compartir sus dones y capacidades: les da la potestad de actuar como él, sanando y resucitando, limpiando y protegiendo. En suma, ofrece a sus discípulos un empleo, pero un empleo un tanto peculiar. Se trata de servir y no de "servirse", de ser útil y no de ser "utilitarista", de trabajar por y para el prójimo, gratis, porque gratis recibieron los dones y la fuerza para hacerlo.

¿Quién aceptaría un ofrecimiento como este? Los discípulos sí lo aceptaron, con dificultades, con contradicciones, con algunos momentos de renuncia, pero a pesar de todo, aceptaron el empleo, no se quedaron parados, no fueron "inútiles" para los planes de su Señor.

¿Y nosotros? ¿Entendemos que la llamada de Dios recogida en Éxodo 19 ("Vosotros me seréis un reino de sacerdotes, un pueblo consagrado a mí") sigue siendo dicha para nosotros hoy? ¿Y cómo responderemos? ¿Cuáles son tus dones y capacidades para que sean empleados a favor de aquel a quien eres llamado a hacerte su prójimo? ¿Aceptas la oferta de empleo?

La respuesta de Donato

El pastor terminó su predicación y el culto continuó, pero Donato no oyó nada más. En sus oídos continuaron resonando las últimas palabras de esa predicación, esas preguntas que nunca antes había oído. ¿Cuáles eran sus dones y capacidades? ¿Aceptaba ese empleo?

Entonces, como si de una respuesta se tratara, recordó cuando siendo muy niño preguntó a sus padres la razón de su nombre tan poco frecuente. Su padre, con una sonrisa llena de ilusión, le respondió "tu nombre, Donato, significa "Regalo de Dios", porque fuiste un regalo para tu madre y para mí. Pero lo más importante es que descubras para quién eres llamado a ser un regalo"

Ya no continuó su trayecto cotidiano buscando ese trabajo que cuadrara con sus gustos, sus necesidades y sus aptitudes; aceptó el empleo que en ese momento se le ofrecía mirando las necesidades y situaciones de su entorno. Donato se sintió, verdaderamente, UN REGALO DE DIOS.

Por cierto, no hemos sido presentados. Me llamo Donato, ¿Y tú?

 



David Manzanas Pelegrina
Alicante, España
E-Mail: davidmanzanas@gmail.com

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