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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

8º Domingo después de Pentecostés, 06.07.2008

Sermón sobre Mateo 13:1-9, por Felipe Lobo Arranz

"Cuídate como semilla plantada por Dios"

Buenos días a todos y todas, que la bendición de Dios trino repose con nosotros y la sintamos en la meditación de esta palabra.

Esta perícopa del Evangelio nos muestra una de las parábolas del Señor, pero no una cualquiera, sino una de las más grandes y didácticas que han perdurado en la retina de siglos de Iglesia y a la que continuamente acudimos para contemplar en ella al Dios sembrador, quien, como siempre, inicia todos los procesos de acercamiento a los hombres de una manera generosa y auténtica, insuperable.

Somos invitados con esta meditación por el mismo Jesús a tomar una decisión, hacia la siembra y hacia la resistencia en nuestra misión como creyentes, como iglesias locales.

Somos retados por el rostro del Señor, quien mirándonos nos va a dejar claro una de las labores de nuestra fe, ya justificada y donada de gracia, pero falta de buenas obras que la sustente ante una sociedad incrédula como la nuestra y que sólo respeta lo creíble y auténtico, esta labor es la de sembrar en corazones de hierro, en corazones de mármol y en corazones de carne, la doctrina del Dios del perdón y de la nueva creación, como reza el popular himno "Sembraré la simiente preciosa".

Vamos a ser aliviados tras la misión cumplida de la siembra del Evangelio en nuestra generación, porque la siembra es de Dios y veremos cómo la Iglesia recoge el fruto del trabajo de Dios.

Escuchemos con las manos en la bolsa de las semillas y dispuestos a esparcirlas a la voz de quien nos manda.

Todos sabemos lo buenas que están las trufas y lo caras que son, imposibles para bolsillos sencillos, pero estupendo final para las cenas de quienes pueden pagar cientos de euros por unos gramos. Todo el mundo se pregunta qué diferencia una zanahoria o una patata de una trufa en su manera de germinar. Y la respuesta es que las trufas no se pueden cultivar en cualquier parte, necesitan cierto tipo de tierra, cierto grado de humedad, ciertos minerales que la alimenten, cierta temperatura, que no se dan en todos los lugares, no todas resisten los hocicos de los jabalíes y su voraz apetito. Pero lo auténticamente costoso es encontrarlas o mejor dicho, saber detectarlas en el campo, podríamos estar en el bosque paseando bajo un campo de trufas y no saberlo, podríamos estar mirando algo así como una raíz que sale de la tierra sin saber que estamos ante una mina de hacer dinero. Los recolectores de trufa, han entrenado perros para detectarlas por el olor, con el solo esfuerzo de sus dueños de desenterrar y meter el preciado botín en una cesta campestre.

De alguna manera Dios esta calculando el auténtico valor de la Iglesia como fruto de una semilla que ha completado un ciclo de crecimiento hasta el punto de poder reproducirse en el mismo medio donde fue plantada.

La semilla de la Iglesia fue plantada por Dios en la tierra fértil, la parábola no habla de tierras distintas, sino de semillas caídas en diferentes lugares de esta tierra. Ningún sembrador predestina a una Iglesia a sobrevivir en medio de un desierto donde no hay un alma a la que acercarse, la Iglesia es plantada donde hay una comunidad de hombres y mujeres para ser una nueva comunidad que sirve al Evangelio y que se relaciona con Dios de forma íntima y sincera.

El valor de la Iglesia es el de un fruto diferente por su sabor y por su proceso de germinación bajo circunstancias duras, por el valor de su resistencia a pesar de las dificultades hasta llegar a ser una vida independiente. La iglesia es una comunidad que se planta en una tierra que tiene necesidades y que se sustenta de manera milagrosa tomando alimento del medio donde fue sembrada. Tiene necesidades y cubre necesidades. Estas necesidades que cubre, pasan por ser una plataforma de valores universales que nacen del Evangelio para todas las culturas, no solo la occidental, y que ponen los cimientos a partir de los cuales se puede construir una sociedad cercana a Dios y mejor.

Estos pilares son los que se están de-construyendo hoy día para fundar otros distintos. Es decir, nuestro mundo esta intentando arrancar la Iglesia, la planta, de raíz de su medio habitual de vida, sin calcular el coste de necesidades que la Iglesia cubre en su misión en medio del lugar donde se ha criado. La respuesta de la Iglesia es resistencia y para resistir mejor ha de tener una mayor profundidad de sus raíces para no ser movida y de serlo, que pueda volver a germinar pasada la violencia de la poda. Hemos de conocer mejor nuestro cristianismo, hemos de conocer mejor la fe que profesamos, hemos de vivir más la fe que queremos compartir, hemos de creer nosotros en este proyecto que es nuestra semilla germinada en el lugar donde fuimos plantados. En definitiva, hemos de tener, inicialmente, más vida dentro, que meramente hacia fuera.

La parábola que nos trae hoy aquí es precisamente la capacidad que tenemos como cristianos individuales y como comunidades a la resistencia.

Si somos semillas que están ante el "camino" de nuestras ciudades, presentando una fe social o meramente cultural, se verán devoradas por "aves" rapaces que podrán objetar que nuestro testimonio y nuestras verdades evangélicas no son auténticas y reales en nuestras vidas y familias, otras nuevas teorías, otras nuevas modas culturales son y pueden ser legítimas para vivir y ser respetadas y por tanto, nuestra verdad no es ni única ni una opción definitiva y vigorosa, sino una más, por perder su practicidad y la capacidad de permear bien en nuestra sociedad. Tal tipo de fe tiene poco que aportar a nuestro mundo y corre el riesgo de perecer, junto al mismo camino que la vio nacer.

Podemos ser semillas que caen de forma casual en terrenos duros de verdad, esta es la Iglesia que se ve enfrentada a la comodidad y la falta de empatía con su mundo. Una sociedad difícil para arraigar el Evangelio y la combinación de un cristianismo despreocupado por la realidad que le circunda, insensible a las necesidades para la que esta dotada por el Espíritu, crea un mundo donde creyentes, buscadores sinceros, e incrédulos se dan la espalda, no hay comunicación, donde antes la hubo y mucha, y nuestro propio descuido de la fe a favor de "otras cosas de este mundo" nos llevan a morir quemados, como las raíces de la semilla que cayó en lugar de pedregales.

Pero que nadie tire la toalla, queda otra semilla, la esperanza de  quien la sembró, la que siempre arraiga a pesar de las dificultades. Es la comunidad, es el cristiano o la cristiana que ha resistido los envites de las críticas y de lo "desfasado de creer" a su alrededor, y que ha resistido la tentación de lo banal y de lo superficial a favor de un compromiso con su Señor y Sembrador, profundizando en la fe, viviendo un Evangelio auténtico y comprometido. No esta alejándose de sus semejantes, esta profundizando sus raíces hacia las profundidades de la tierra donde ha sido plantada, esta observando, está valorando su acción, esta alimentándose y expandiéndose interiormente, se hace fuerte, se forma, comprende su fe y la sabe exponer, examina todo y se queda con  lo que ayudará a otros a conocer a Dios, esta participando y desea ser comunidad de manera decidida, con valor, mira el objetivo a medio y largo plazo, están preparados para dar su fruto, ser un árbol que da vida, donde luego todos los anteriores "enemigos" querrán refugiarse a su sombra.

No creo que Dios esté haciendo énfasis solamente en sembrar, que ya lo hace Él y nos invita a nosotros a hacerlo igualmente, sino en cómo lo que Dios siembra está sujeto a las condiciones violentas de afuera y que quién resiste tendrá su fruto. Sin miedo resistamos, es parte de nuestro crecimiento.

Portamos y somos la semilla que puede provocar el sólo, único y auténtico bienestar de la persona, un bienestar que nace del corazón, de la mente por la presencia de Dios en nosotros y que sale por saturación hacia fuera produciendo frutos de fe en los demás.

Ser la semilla plantada en buena tierra resiste perfectamente al refrán: "Dime que tienes y te diré de que careces", pues no provoca frutos artificiales sino que son la consecuencia inevitable de un bienestar auténtico como don de Dios.

Dejemos caer nuestras semillas sin miedo a nuestro derredor, dando fruto mínimo de un 30% y hasta un 100% o más. Muchas germinarán cerca de ti, entre los tuyos, entre los que amas y te conocen, probablemente vengan vientos y se lleven tu semilla más allá de ti y te encuentres tus genes en otros que no conocías, pero que hoy conocen a Dios y lo viven diariamente.

El Sembrador ya salió a sembrar, tú eres una de sus semillas: ¿Dónde y de qué manera quieres germinar? ¿Eres el tipo de persona que quieres ser manipulado por los demás o por tu sociedad o eres de los que vas a echar raíces y tomarás en serio tu fe? La parábola de Jesús esta todavía abierta en tu vida. Él nos invita a profundizar en lo que creemos para ser útil. 

                                                                                             AMÉN.

 

 



Felipe Lobo Arranz
Bilbao ? España.
E-Mail: loboarranz@gmail.com

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