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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

14º domingo después de Pentecostés, 17.08.2008

Sermón sobre Mateo 16:13-20, por David Manzanas

 

¿Pero lo tratas?

En cierta ocasión, un hermano de la iglesia de Alicante, al que llamaremos Esteban, me contó una historia personal. Por su valor como ilustración para el tema de nuestra predicación de hoy me permito contárosla a vosotros tal y como él me la contó a mí.

Era un jueves, y como cada jueves, Esteban fue a primera hora de la mañana al mercadillo ambulante de su barrio que, dos días a la semana, se formaba por vendedores de frutas y verduras, junto con otros que vendían ropa de baratillo y productos de bazar. Muchos de esos vendedores son de raza gitana (miembros de una larga tradición de vendedores ambulantes) y dado que entre los gitanos está creciendo de manera notable la Iglesia Evangélica de Filadelfia, no es nada extraño ver, entre los numerosos puestos de venta, algunos de ellos con signos que proclaman la pertenencia del vendedor a esa iglesia. Ese jueves, Esteban vio, colgado del toldo de loneta, una figura con forma de pez que contenía unas letras griegas: ΙΧΘΥΣ. Reconoció el signo que, desde los primeros años de la Iglesia, utilizaron los cristianos para identificarse entre sí. La pregunta brotó de manera natural:

-¿Es usted creyente? -dijo Esteban dirigiéndose al vendedor, un hombre sencillo y que, como la mayoría de sus compañeros de profesión, por su forma de hablar denotaba su poca formación e instrucción académica.

- Sí -respondió- ¿Usted también?

- También, hace más de treinta años que conozco al Señor Jesucristo.

- Me alegro mucho de que conozca a Jesús, -contestó el vendedor-  sí, me alegro mucho. Pero permítame una pregunta, ¿usted lo trata?

Esteban se quedó sorprendido; era la primera vez que alguien le preguntaba algo semejante. En otras ocasiones en las que se había producido una conversación semejante, la charla había concluido con frases de mutuo aliento y felicitación, y deseos de bendición (¡Gloria a Dios, hermano!; ¡Que el Señor le bendiga!, etc.), pero nunca le habían hablado como este sencillo vendedor gitano.

- Sí, gracias a Dios tengo la dicha de tratarle todos los días y reconocerlo como mi Salvador.

- Eso está bien, hermano, eso está bien. No basta con conocerlo, hay que tratarlo. ¡Que el Señor lo bendiga grandemente!

 

Esta es la historia que Esteban, un hermano de la Iglesia de Alicante, me contó hace algunos años. Una conversación con un hombre sencillo, que nunca estudió en un Seminario (muy probablemente nunca asistió a escuela alguna), pero que supo hacer la pregunta precisa para enmarcar nuestra situación en relación a Dios "¿pero lo tratas? Porque no basta con conocerlo, lo importante es tratarlo"

¿Quién es Jesús para nosotros?

"¿Quién decís vosotros que soy?" Pregunta incómoda que Jesús hizo a sus discípulos. Y pregunta incómoda que se nos traslada hoy a nosotros. Mucha gente sabe muchas cosas de Jesús; celebran su cumpleaños e, incluso, se hacen regalos en su nombre (bueno, quizás sería más exacto decir "con su pretexto"); también celebran su muerte, o es posible que participen en representaciones y ceremonias que rememoran los acontecimientos de su Pasión y Muerte. Saben dónde nació y dónde murió, y quizás sepan muchas de sus palabras, de las historias que contaba y de los gestos milagrosos que realizaba. Saben cosas de Jesús, pero no saben quién es Jesús. Porque no tienen trato con Él, lo mantienen alejado en el campo de los conocimientos, no permitiéndole que traspase la barrera levantada y llegue al mundo de las experiencias.

La primera de las preguntas de Jesús a sus discípulos era relativamente fácil de responder; bastaba con acudir a la historia o a las definiciones: "-Unos dicen que Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que Jeremías o algún profeta." Hasta aquí bien, una pregunta abierta con una respuesta que no compromete; se limita a recopilar lo que otros dicen. En todo caso, hablamos del compromiso de otros, pero no del nuestro. Jesús quiere ir más allá, y hace la pregunta del compromiso personal: "Y tú, ¿quién dices que soy?". Ahora ya no es tan fácil, hay que mirar dentro, abrirse y desnudarse, buscar las relaciones íntimas. Y hay que responder, no hay otra opción, porque el silencio ya es, en sí mismo, una respuesta.

¿Quién es Jesús para mí? Para unos será la representación viva e histórica de los valores supremos de la humanidad: solidaridad, humildad, mansedumbre, generosidad, entrega sin límites. Jesús sería el modelo a seguir, la meta a alcanzar. Bueno, sin duda alguna, Jesús es un buen modelo de vida, pero si solamente es eso, no estaban muy desatinados los que comparaban a Jesús con Juan, con Elías, con Jeremías o con alguno de los otros profetas; todos ellos son modelos de comportamiento y de vida dignos de ser emulados, pero siguen siendo seres humanos como cada uno de nosotros, con los limites propios del ser humano. Y si en nuestra elaboración del modelo le hacemos romper esos límites propios del ser humano, habremos colocado a Jesús en la categoría de los mitos o de los ídolos, haciendo de él una imagen sublimada de nuestros propios ideales, de nosotros mismos, en suma.

Jesús es más que un mito, es más que un modelo idealizado y sublimado del ser humano. La respuesta de Pedro se aleja de las comparaciones con otros modelos, y se abre a una realidad diferente. "Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente". El Mesías largamente esperado, el Salvador prometido, Dios mismo haciéndose parte de nuestra Historia, de mi historia, de tu historia. Esa es la respuesta comprometida, porque no solamente habla de Jesús, sino que también dice mucho de quien responde. Solo se puede decir "Tú eres el Mesías" desde la esperanza en el cumplimiento de la promesa de salvación de Dios a su pueblo; solo se puede hablar del Mesías desde la fe. Decir "Tú eres el Mesías" es confesar que en Jesús se cumple la promesa divina de salvación; es proclamar que en Jesús se cumple la promesa transmitida por Oseas: "De manos del seol los redimiré, los libraré de la muerte. Muerte, yo seré tu muerte; yo seré tu destrucción, seol" (Os 13:14). La proclamación de Pedro es la respuesta emitida desde la fe. Y esa fe es la roca sobre la que se levanta la Iglesia. No sobre los sueños de un hombre o de un pueblo, no sobre una supuesta dinastía transmitida de persona a persona a través de siglos o milenios. Sobre la roca de la proclamación "Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente", sobre la roca de la fe, que es relación con Dios, que es trato con Jesús, su Mesías, que es esperanza en su voluntad de salvación.

Y ahora sí, ahora podemos mirar a Jesús como un modelo a seguir, pero ya no por ser imagen del hombre que aspira a la divinidad, sino por todo lo contrario, porque en Jesús, siguiendo su camino y viviendo la vida que Él nos da (me da, te da) somos nosotros hechos imagen viva de Dios. Y contra esa realidad nada puede el poder de la muerte: HEMOS SIDO HECHOS LIBRES.

La pregunta de este Pedro actual, vendedor en un mercadillo ambulante, sigue siendo válida: ¿Conoces a Jesús? ¿Pero lo tratas?

¡Que Dios nos bendiga grandemente a todos! Amén.

 

 



Pastor David Manzanas
Alicante
E-Mail: alcpastor@ieelevante.org

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