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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

16° domingo después de Pentecostés, 31.08.2008

Sermón sobre Mateo 18:15-20, por Julio Strauch

,

¡Que la paz de nuestro Señor Jesucristo sea con todos nosotros, ahora y siempre! ¡Amén!

Un hombre, cristiano y participante de una comunidad, había caído en uno de los peores pecados humanos. Se comportaba con soberbia frente a sus hermanos y hermanas. Se creía superior y trataba de demostrarlo en todo momento. Trataba a los demás como si fuera superior, como si estuviera de alguna manera por encima de ellos. Se burlaba de sus formas de expresarse, se burlaba de su manera de vestir, siempre encontraba algo para hacerlos sentir inferiores y siempre quería tener la última palabra en todo. Y lo peor era que les cuestionaba su fe cada vez que alguien trataba de hacerle ver su actitud.

Pero... a todos nos llega un corrector en la vida. Por fin un hermano lo llamó y le dijo de frente y en privado que debía cambiar de actitud, porque esto hacía sentir mal a otros hermanos y hermanas. Él por su puesto, fiel a su soberbia, simplemente trató de denigrar a este hermano frente a los demás. Dijo: ¿Quien es éste que me viene a decir a mi lo que es correcto y lo que es incorrecto, porqué no se fija en su propia vida? El hermano no se dio por vencido y con mucha paciencia siguió insistiendo para hacerle ver que su actitud le estaba haciendo mucho mal a la comunidad, que su actitud estaba dejando una mala imagen para quien pretendiera ingresar a aquella comunidad. Una y otra vez trató de hacerle ver lo mal que se sentían los demás miembros de la comunidad. Pero este hombre, al contrario, parecía que esas palabras más y más lo endurecían en su postura. Le parecía que el equivocado era este hermano que le hablaba, entonces trataba de desprestigiarlo, no sólo ante la propia comunidad sino también fuera de ella y hasta con las autoridades eclesiásticas. Cansado de hablar y de ser denigrado este hermano resuelve hablar con otros miembros de la comunidad. Encuentra apoyo entre varios y resuelven ir y hablar entre todos. No solo no consiguieron que cambiara de actitud, sino que se enfureciera cada vez más, al punto de conseguir él mismo algún apoyo entre sus amigos para tratar de expulsar a este hermano junto con los demás miembros. La situación se tornó tensa, hubo marchas y contramarchas, hubo gente que se sintió tan mal que se alejaron de la comunidad, hubo otros que permanecieron en silencio, hubo quienes creyeron que el responsable y culpable de toda esta situación era aquel hermano que quiso corregir una situación de injusticia. Finalmente el hombre soberbio, el necio que no quiso escuchar, el que hizo tanto mal con su actitud a la comunidad fue separado de la misma.

En el texto de hoy se habla de un correctivo fraterno. Jesús explica como funciona un buen correctivo. No es una medida represiva, pero tampoco permisiva. El hermano que trató de aplicar un correctivo en una situación de injusticia en la comunidad, hizo simplemente lo que Jesús recomendaría en estos casos.

Muchas veces se piensa y se cree que ser cristiano es ser condescendiente con todo. Se dice que un cristiano tiene que soportar todo. En nuestro texto vemos que esto no es así. Una palabra dicha en el momento justo, un consejo, una llamada de atención puede ser de gran ayuda para quien se está desviando del camino. Pero, somos humanos y muchas veces no queremos que otros nos hagan ver nuestros errores, nuestras fallas. Si no cambiamos de actitud a tiempo es muy posible que todo se nos venga encima. La parábola de la higuera puede ilustrarnos también en este sentido. Hay que dar siempre una oportunidad a quien se equivoca. No sabemos los motivos de tales actitudes, pueden ser cuestiones muy profundas que no llegamos a comprender. Pero cuando la actitud persiste o peor aún se agranda hay que tomar decisiones. La comunidad debe hacerlo cuando ya se han agotado todas las instancias posibles y cuando el hermano o hermana se empecina en su error. Hoy en día se hace cada vez más difícil aplicar correctivos a cualquier persona. Un ejemplo muy común es en nuestras propias casas y con nuestros propios hijos. Parece que tenemos miedo de disciplinar (en el buen sentido de la palabra) a nuestros hijos y les permitimos que digan y hagan cualquier cosa con tal de que no nos molesten. Los límites fueron, son y serán siempre necesarios, son parte de nuestro crecimiento como personas y fundamentalmente como cristianos. El poder del amor se basa en el respeto hacia mi prójimo, pero esto no significa que debo tolerar todo lo que él haga. Tampoco significa que debemos cuestionar todo o ser represivos. Un cristiano tiene que tener la capacidad de hacerle ver al otro cuando está equivocado de una forma amable y amorosa por su propio bien y fundamentalmente por el bien de toda la comunidad.

 

                                                                                                     ¡Amén!

 



Pastor Julio Strauch
Uruguay
E-Mail: juliostrauch@yahoo.com.ar

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