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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

18º Domingo después de Pentecostés, 14.09.2008

Sermón sobre Mateo 20:1-16, por Cristina Inogés


 

Hermanos: ¡Qué el Señor ilumine su rostro sobre nosotros!

Termina, precisamente hoy, en mi ciudad, Zaragoza (España), la Exposición Internacional Zaragoza 2008, Agua y Desarrollo Sostenible. Visitando sus diversos pabellones uno se da cuenta del diferente tratamiento que le han dado al tema de la Exposición los países allí representados.

Algunos han mostrado sus maravillosos paisajes con cascadas, lagos y ríos como si el agua fuera, naturalmente, algo que unos tienen y otros no; otros han mostrado su altísima tecnología en la potabilización del agua y en los grandes recursos que emplean para almacenarla; otros que es un bien tan escaso que, si el presupuesto del país lo permite, la defienden con un altísimo coste económico; los hay que no la tienen y, por lo tanto, simplemente, han mostrado las consecuencias de su carencia. Sin embargo, hay un pabellón que, desde el primer momento, ha resaltado que el agua es un derecho inalienable de todos los pueblos, razas y culturas.

El misterio de la generosidad

Desde la primera página de la Biblia queda claro que el universo ha sido creado por Dios (Gn 1,1). Todo cuanto hay en este universo le pertenece (Sal 24,1).

Los seres humanos solemos mantener unas actitudes absurdas de por sí. Por un lado somos verdaderos especialistas en vivir nuestra vida y en organizar la del prójimo, como individuo y socialmente, como si no existiera Dios. Nos creemos los dueños del mundo, por utilizar el lenguaje de la parábola, nos creemos los dueños de la viña. Por otro lado, creemos estar en condiciones de pactar con Dios el salario que merecemos. Dicho de otra manera, queremos hacer presentes nuestros méritos y además hacerlos valer.

¿Cómo podemos pactar con quien nos lo ha dado todo, quien es dueño de todo y cuya justicia no tiene parangón?

Los jornaleros que habían pactado con el dueño se fueron descontentos y murmurando entre ellos. ¡Qué osadía la del dueño pagando lo mismo a todos! Aquellos que fueron a trabajar a la viña sin saber cuánto cobrarían y confiando solamente en que el dueño sería, cuanto menos, justo, se encontraron con una justicia que desbordaba amor y generosidad. Sin duda alguna pensarían ¡qué maravilla de dueño! Nosotros añadimos a esta expresión el desconcierto que nos provoca el misterio de la generosidad de Dios.

La viña y el agua

Comentaba al principio de esta reflexión las diferentes formas de afrontar la realidad del agua en los diferentes pabellones de la "Expo". El último al que hacía referencia, el que ha resaltado de forma incuestionable que el agua es un derecho inalienable de todos los pueblos, razas y culturas, ha sido el Pabellón de la Santa Sede. No lo hago notar aquí porque yo sea católica, algo que he dicho abiertamente muchas veces en esta web, sino porque ha impactado la claridad del mensaje del Evangelio y me consta que ha sido visitado por hermanos de otras confesiones cristianas a los que ha gustado mucho.

Al comenzar esta reflexión no he podido dejar de hacer la relación "viña-mundo". Nosotros trabajamos en una viña que no es nuestra, pero con una inmensa ventaja sobre los obreros de la parábola: nosotros conocemos ya la generosidad de Dios. Si conocemos esa generosidad, ¿con qué derecho y en nombre de qué frenamos o, sencillamente impedimos que los habitantes de ciertas zonas de la "viña-mundo" disfruten como nosotros de las ventajas del agua, don y regalo de Dios?

Pienso que algunas veces, en realidad con mucha frecuencia, creemos que nuestro salario, nuestro denario, es el disfrute de una naturaleza privilegiada. Y no le damos importancia. Y lo que es peor, creemos tener el ‘derecho' y hasta la obligación de murmurar contra aquellos que sólo esperan que pongamos en práctica la generosidad, esa generosidad que conocemos de Dios, el dueño único y verdadero de la "viña-mundo".

¿Cuánto tardaremos en aceptar que Dios es bueno con todos? ¿Cuándo seremos buenos nosotros? Trabajemos y cuidemos la "viña-mundo". Seamos generosos como nuestro Padre Dios es generoso para que no haya ni primeros ni últimos, para que no haya ni Primer Mundo, ni Tercer Mundo.



Cristina Inogés
Zaragoza (España)
E-Mail: crisinog@telefonica.net

Zusätzliche Medien:
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