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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

21 domingo despues de Pentecostes, 05.10.2008

Sermón sobre Mateo 21:33-46, por Fabián Paré

«...el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.»  Mateo 21, 33-46

‘Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia.  Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.'

El dueño de la tierra es Dios, la viña es su creación -de la que forma parte la humanidad-, la torre de vigilancia es un espacio de cuidado y regulación del funcionamiento de la viña, y Dios deja a unos ‘viñadores' para que cuiden y regulen el propósito de la viña, el cual es dar frutos para su dueño: Dios.  Mientras desde el espacio de cuidado y regulación se conserva el registro de que todo es de Dios (y no de los que se apropian como ‘dueños' a pesar de su finitud temporal), puede primar el respeto a todo lo que tiene vida y el consecuente trabajo por los derechos, libertad, justicia, amor y paz, podríamos pensarlos como los frutos que Dios espera obtener de su viña.  El que los viñadores hayan golpeado, matado y apedreado a los enviados del dueño (Cf. Mt 21, 35-36), tal vez no solo porque no querían entregar los frutos a su dueño, es probable que no los tuvieran, porque dedicaron el cuidado y regulación de la viña para otros fines, fines que conducían la labor a beneficios menos comunitarios y más exclusivos de los responsables del cuidado y regulación.

De modo que la viña debe producir frutos para Dios y no lo está haciendo, ¿qué significa esto?  Es importante no circunscribir la significación de la viña a lo que es hoy la Iglesia cristiana, la viña refiere a toda la creación de Dios, y los viñadores a todos/as aquellos/as que están ubicados en los lugares de responsabilidad y de autoridad sobre las decisiones que afectarán a todos/as (¿política-tipos de gobierno?).  Esto por supuesto trasciende los límites de la Iglesia y de cualquier otra institución, afecta transversalmente a cuanto espacio de autoridad y responsabilidad haya en la humanidad.  Por esto, al pensar en lo que significa producir los frutos para Dios estaríamos pensando que cada lugar de responsabilidad y poder tendría que estar abocado a procurar obtener como resultado del desarrollo y convivencia humanas el derecho, libertad, justicia, amor y paz (aquello para lo cual fue originalmente creado el ser humano).  Evidentemente en nuestro mundo los espacios de responsabilidad y regulación se degeneraron, se llegó a instalar la corrupción y reinó el desamor al cuidado e integridad de la creación de Dios.  En el marco de ese ‘desamor' desde los lugares de poder se combate cualquier intención de reducir las riquezas que acumulan unos pocos, y cualquier intención de dignificar la vida de la mayoría, al punto de confrontar hasta la muerte del/los que den algunos pasos que puedan cristalizar las posibilidades de ello.  Evidentemente ‘el trabajo en la viña' no generó los frutos que Dios está esperando, y lejos de abandonar lo que es suyo, Dios dictamina una sentencia sobre esta realidad a la que llegó su creación: ‘...el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.'

Cada espacio de responsabilidad-cuidado y regulación de lo que es de Dios, que involucra el significado de mayordomía, recibe el llamado de atención sobre su praxis, para recordar que el dueño de la creación es Dios y no ninguno de los que estamos de paso en este mundo, y la advertencia de que si no somos capaces de dar los frutos que Dios espera, el Reino de Dios, es decir la vida eterna, será para otros/as, que sí puedan dar esos frutos.

El hijo del dueño se refiere a Jesucristo (Mt 21,37-39), que se vuelve la piedra angular en la construcción.  Esto nos refiere a que hay algo que está construyéndose, hay algo que inició su proceso, independientemente de la actitud de los viñadores de turno.  Los brotes de justicia ya no es algo del orden de una espera interminable dependiente del capricho del que esté en el lugar de responsabilidad y regulación; desde la presencia de Jesucristo, esos brotes de justicia pueden surgir en cualquier parte del pueblo, desde la gente sencilla que se dispone a unirse, organizarse y tomar conciencia.  Cualquier organización humana que reclame derechos, luche por justicia-equidad-libertad y procure amor y paz, buscando incansablemente una dignificante convivencia humana, es parte del pueblo al que Dios le entregó su reino. Mientras que aquellos/as que siguen decidiendo los beneficios para pocos y simultáneos perjuicios para muchos/as, solo les espera el sepulcro.



Fabián Paré

E-Mail: fabianpare@arnet.com.ar

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