¡Entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, montado en un burrito! Es la primera imagen que me viene a la imaginación cuando pienso en el domingo de Ramos.
Recuerdos de la infancia, en un pueblo mayoritariamente católico, me remiten también a la imagen de un montón de personas yendo a la Basílica con una ramita de olivo. Hoy recordamos y celebramos el domingo de ramos. En una época pensaba que esta fecha no se debería conmemorar ya que, teniendo en cuenta lo que pasó unos días después, me parecía que era la conmemoración de la hipocresía. El domingo se ponían los ramos como una forma de entronización del rey de los judíos y días después seguramente muchos de esos que lo alababan gritaban junto a la multitud... ¡Crucifícalo! Libertad a Barrabás. Me preguntaba adonde estaba esa lealtad al que los había curado, sanado, alimentado, limpiado, revivido, anunciado la salvación. Me parecía que celebrar ese hecho era más hipócrita aún. Sin embargo hoy puedo verlo de otra forma, quizá esos que lo vivaban el domingo de ramos fueron sutilmente callados el día del juicio ante Pilatos o quizá sintieron miedo y no alcanzaron a comprender lo que estaba sucediendo. Una cosa es cierta, seguramente frente a esta situación de condenación y crucifixión de Jesús las posiciones deben haber sido diversas, dependiendo de los intereses de cada uno y de la relación que habían establecido con el propio Jesús. Había quienes lo apoyaban incondicionalmente, había quienes lo retractaban ferozmente y seguramente había quienes simpatizaban pero se mantenían al margen, sin tomar una posición por miedo.
Uno que tomó una posición clara y contundente fue Judas. Sabemos que lo traicionó por unas monedas. Trató de sacar ventaja de la situación. Muchos piensan que tomó tal actitud porque se decepcionó de Jesús. El pensaba que Jesús tomaría otra actitud, quizá más violenta. En fin la cuestión es que quedó para la historia como el paradigma del que traiciona al amigo.
¿Y por casa como andamos? A la hora de la verdad, cuando las papas queman, que posición tomamos. Somos agradecidos, somos temerosos, somos cobardes o nos hacemos los distraídos y miramos para otro lado. Jesús es crucificado diariamente en el niño que nos pide limosna en la esquina del semáforo, en el que padece hambre, en el que sufre la injusticia, en el que es violentado física y espiritualmente, en el que vive sin esperanzas, en la mujer menospreciada, en el negro discriminado, en el joven que se droga para evadirse de la realidad y en miles de crucifixiones más. Porque en definitiva, tomar posición a favor de Jesucristo es luchar por las resurrecciones de todas estas situaciones. No podemos tener miedo, no debemos oponernos y menos aún mantenernos indiferentes.
Dios se hizo presente en Jesucristo, nos puso y nos pone a prueba. ¡Somos agradecidos, somos opositores o somos indiferentes?
Amén.