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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

22ª Domingo de Pentecostés, 12.10.2008

Sermón sobre Matthäus 22:1-14, por Fabián Paré

«El banquete nupcial está preparado... Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren».  Mateo 22, 1-14

 

La Iglesia vive una crisis, crisis de la cual no hace mucho tiempo comenzó a tomar conciencia, al menos en algunos sectores.  Sin duda uno de los factores que influyen en esa crisis está vinculado a algunos vicios de las tradiciones que se fueron instalando en los modelos de las instituciones en las que se desenvuelve.  Aquello que sería uno de los vicios más dañinos, es la creencia de poder ser parte de la salvación por tradición, o por herencia familiar, o por algún cometido que consideramos meritorio de esa salvación.  En cualquiera de estas maneras de comprender la salvación, los tiempos -que las personas ocupan con tareas-, lo destinan a aquello que consideran ‘más importante': trabajo, familia, recreación, etc., y de la lista se puede prescindir casi por completo el compromiso o la fidelidad a Cristo.  Recordemos que Cristo se manifiesta en medio de su pueblo a través de la Palabra (de Dios), y del Sacramento.  Cuando en la lista de ‘lo más importante' no aparece la necesidad de participar de aquella manifestación de Cristo (y se considera que no es necesaria porque ya lo han hecho o hacen, mis padres, abuelos, o parientes y se tiene guardado en un cajón el certificado de bautismo y/o de confirmación), nos encontramos frente a algo de lo que tendremos que hacernos cargo, por un lado los que tenemos responsabilidades en la Iglesia de Cristo, y por otro los que decidieron olvidar su bautismo marchitando y secando su fe.

 

En primer lugar creo que como Iglesia debemos reconocer que no hemos sido buenos/as mayordomos/as de lo que es de Dios, y corresponde pedir perdón por ello.  A veces hemos dado exagerada importancia a aquello que no era una preocupación de Cristo, y por esa razón nos hemos interpuesto entre Cristo y aquello que Él se propone salvar.  También las preocupaciones y ocupaciones a las que nos dedicamos con esmero, fueron muchas veces aquello de lo que Cristo nos decía que no nos preocupemos.  En fin, es importante reconocer antes que nada que hemos sido parte de la historia que condujo la Iglesia a los distintos estados de crisis, muchas veces desoyendo y apartando (matando) a los que traían una voz profética, que no era más que un grito de Dios en medio de la institución que llegó a rendirse más culto a sí misma que a Dios.  En segundo lugar, la otra parte de este hacernos cargo, tiene que ver con una reeducación que nos debemos como cristianos/as, reeducación en el encuentro del pueblo de Dios y la institución que la identifica (da identidad), socialmente.  La Palabra de Dios y Sacramentos se comparten en la institución que llamamos Iglesia, muchas veces con una parte muy reducida del pueblo de Dios prácticamente ausente.  Un pueblo que se ausentó, no por dejar de confiar en Dios, sino por dejar de confiar en la institución humana Iglesia.  Resultado de ello es una realidad que hace crecer la distancia entre el espacio institucional donde se comparte la Palabra y Sacramentos, y el pueblo de Dios.

 

No hay verdades ni mentiras absolutas en los extremos que se van distanciando (pueblo de Dios-institución Iglesia), basta reconocer el pecado del que todos/as formamos parte para aceptar y reconocer nuestra condición imperfecta y necesitada de perdón.  La cuestión es que entre el pueblo y la institución hay ‘un banquete' preparado por Dios, del que no se podrá disfrutar si se sigue postergando indefinidamente el acercamiento y encuentro de lo que está distanciado.  Todos/as estamos llamados/as por Dios a ese encuentro, y los/as servidores/as de Dios siguen trabajando en esta convocatoria, la parábola de hoy (Mt 22,1-14) nos señala el límite real existente del reiterado e incansable llamado a los/as mismos/as; llega el momento en que serán llamados/as otros/as, y nosotros/as quedaremos definitivamente fuera del ‘banquete de encuentro' al que Dios tanto nos ha convocado.

 

El desafío más fuerte es el de soltar las tradiciones y vicios (institucionales y familiares), que impiden que la Palabra y el Sacramento se compartan en medio del pueblo de Dios, y simultáneamente (mismos vicios), que impide al pueblo identificarse con la institución Iglesia, la cual debe involucrarnos a todos/as como Iglesia de Cristo.   Somos humanos que debemos despojarnos y despojar las instituciones, de los prejuicios y condicionamientos,  vicios que heredamos e incorporamos tradicionalmente, podríamos comenzar por el racismo, o similares.



Fabián Paré

E-Mail: Fabianpare@arnet.com.ar

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