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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

24° domingo después de Pentecostés,, 26.10.2008

Sermón sobre Mateo 23:1-12, por Pedro Zamora

 

¡Pobres fariseos y escribas! ¡Menuda fama la que han adquirido tras estas reprimendas de Jesús! Han tenido la desgracia de que, debido a la expansión del cristianismo y sus escrituras, las acusaciones del evangelio se han hecho universales y ahora ‘fariseo' es sinónimo de hipócrita. Y lo peor es que dentro del cristianismo, el adjetivo ‘fariseo' ha devenido sinónimo de judío y judío de hipócrita. ¡Cuanto daño hacen las generalizaciones populistas!

Quizás te sorprenda semejante enfoque. Pero nuestra historia -la cristiana- nos obliga a releer muy cuidadosamente textos como el de este domingo. Y dentro de un espíritu auto-crítico, debiéramos preguntarnos:

•    ¿Fue justo Jesús -o el evangelista- en su censura?

•    ¿Es posible generalizar tanto, sin distinguir entre aquellos que actuarían honestamente y quienes, efectivamente, sólo buscarían la apariencia?

•    ¿No cede este texto ante la tentación del populismo, que busca una diana fácil sobre la que lanzar sus dardos y enfervorizar a la multitud y a la audiencia cautiva (cf. 23,1: "habló Jesús a la gente" y a sus discípulos")?

(Por favor, ¡no te escudes tras doctrinas como la inspiración o la divinidad de Jesús para no hacerte preguntas honestas! ¡Eso sería la muerte de la doctrina!)

Hay, además, otra razón más actual para plantear tales preguntas, a saber: también hoy desde nuestros púlpitos escuchamos graves acusaciones genéricas contra otros. Eso sí, van dirigidas mayormente ‘al mundo', ‘a la sociedad', a la rampante ‘depravación moral' de nuestros tiempos ...., aunque también las oímos más cercanas, por ejemplo contra la apostasía de la iglesia (refiriéndose sobre todo al supuesto liberalismo de las iglesias ecuménicas), o contra la ‘cerrazón' e ‘ignorancia' de iglesias fundamentalistas o ultra-carismáticas. En fin, que Jesús y el evangelio parecerían darnos pie a expresar nuestras convicciones del modo más contundente y despiadado.

Y no se trata tan sólo de un discurso de púlpitos, sino de una forma de ser y hacer. Si alimentamos esta visión despiadada del otro, ya sea este otro la sociedad en general o algunas o muchas iglesias, también podríamos estar ejercitando nuestro corazón en la enemistad y la impiedad, aunque se tuviera el revestimiento religioso de ‘remanente fiel'. Sobre semejantes discursos populistas se han emprendido cruzadas, y se emprenden hoy día guerras apoyadas por quienes nos consideramos piadosos fieles de las iglesias.

Volvamos pues a Jesús. Si por razones históricas y actuales tenemos que ser cuidadosos con la interpretación de las palabras de Jesús, ¿cómo hemos de leerlas? ¿Es que acaso ya no debemos escucharlas? En mi opinión, está claro que la pasión que conlleva el discurso de Jesús es reflejo de lo que se ha dado en llamar "ira santa". Aún a riesgo de ser un juego de palabras demasiado fácil, lo cierto es que por tal se entiende una ira surgida de la injusticia o de la falsedad. Y en tanto que sentimiento humano de justicia y veracidad, es incuestionable que se trata de una pasión buena. Y no es sólo un sentimiento humano, sino que las propias escrituras muestran esta misma pasión por parte de Dios (por ejemplo, los innumerables oráculos proféticos contra la opresión). Yo diría que a menos que sintamos un vehemente rechazo de la opresión y la hipocresía, nos será muy difícil luchar honestamente contra cualquier forma de pecado.

Sin embargo, esto no significa que no haya un finísimo hilo de separación entre la "ira santa" por la verdad y la justicia y la "ira pecaminosa" que me convierte en simple justiciero. ¿Cómo distinguir entre la una y la otra? Creo que la clave la da nuestro texto en sus dos últimos versículos (v. 11-12):

El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Desde este principio, Jesús ha establecido una comunidad sin maestros o rabinos ni padres que estén por encima de nadie (vv. 8-12). Absolutamente todos son iguales. Pero para crear tal igualdad, es necesario que todos tengan un espíritu absoluto de servicio gratuito, sin compensación alguna. Se trata de la entrega por la entrega, sin nada a cambio, ni siquiera el mínimo reconocimiento social. Jesús mismo encarnará tal principio pues siendo el Cristo, o sea el único maestro de tal comunidad de iguales (v. 8), irá a la cruz. Su ira santa no le coloca por encima de los demás, otorgándole el derecho a ejercer acciones punitivas, sino que, todo lo contrario, le conduce al sometimiento de cruz a aquellos a los que él mismo ha fustigado con sus duras palabras.

¿Queremos ser radicales en nuestros ataques al mundo, la sociedad y la iglesia? Seámoslo tan radicalmente como Jesús mismo: nada de cruzadas contra los destinatarios de nuestra ira; baste la cruz.

 

 



Pedro Zamora
Seminario Evangélico Unido de Teología, El Escorial (Madrid)
E-Mail: pedro.zamora@centroseut.org

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