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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

PASCUA DE RESURRECCIÓN, 08.04.2007

Sermón sobre Lucas 24:1-12, por David Manzanas

Todo comienza con una derrota

Hacía tres días que vieron morir a su maestro, a su compañero de camino y de vida. Los discípulos, todos los discípulos (no solamente los 12 que conformaban el simbólico número de los más allegados) transitaban entre la decepción y la derrota. Habrían deseado otro final, y en muchos momentos incluso creyeron que ese final soñado iba a ser una realidad. ¡Por fin verían la restauración de Israel, y ellos habrían sido parte activa en la realización de la promesa divina! Pero pronto comenzaron a ver signos inquietantes, y a llegar a sus oídos noticias de conspiraciones y planes para acabar de raíz con el movimiento de Jesús. Intentaron evitarlo, le dijeron a su maestro que no fuera a Jerusalén, que era peligroso, que le podían matar, que no merecía la pena arriesgarlo todo por celebrar una Pascua en la ciudad santa; otro año lo harían en mejores condiciones. Sin embargo, Jesús parecía no darse cuenta del peligro real que corría su vida, y a veces daba la impresión de que frivolizaba sobre ello (aquellas palabras enigmáticas de la semilla que debe enterrarse para vivir, del templo que será derribado y reedificado en tres días, y cosas parecidas). Y los peores augurios de los discípulos se habían cumplido, ellos mismos habían sido testigos (desde lejos, guardando una prudente distancia de seguridad) de cómo apresaron al Maestro, de su simulacro de juicio (todo estaba decidido antes incluso de que comenzara) y de su muerte en la cruz. Nadie estaba cerca de él; bueno, eso tampoco era del todo cierto ya que las mujeres siempre estuvieron cerca, y también otros seguidores menos significados, como aquel hombre de Cirene (un negro para más señas) que fue obligado a llevar la cruz de Jesús (¿que habrá sentido cuando los romanos le obligaron a ser el portador del artefacto en el que su Maestro iba a ser torturado y muerto? Sin duda un dolor que para nadie es deseado). Sí, habían visto morir a Jesús, de eso no había ninguna duda, ellos eran testigos directos. También supieron que uno de esos discípulos poco significados, pero que tenía una posición destacada en la sociedad de Jerusalén, había cedido un sepulcro familiar para enterrar a Jesús. Y todo fue tan rápido, obligados por la celebración de la fiesta de la Pascua, que no había dado tiempo a las mujeres a realizar los rituales, para ellas destinados, de enterramiento; no habían ungido el cuerpo con perfumes ni con aceites, simplemente le habían cubierto con una sábana a modo de sudario.

Había que admitirlo, las fuerzas que se oponían al plan de Dios habían vencido, si es que Dios estaba detrás de todo ello. Pero sí, sí estaba Dios detrás de Jesús, eso era también evidente. ¿Cómo, si no, se podían explicar sus numerosos milagros? ¿Cómo poder entender sus sanaciones de leprosos, de ciegos, cojos, mudos...? Si Dios no hubiera estado con él, ¿cómo pudo haber resucitado a los muertos, o calmado las aguas, o saber dónde estaba la pesca, o alimentado a aquella multitud ingente con apeas unas panecillos y unos peces? Sí, era indudable que Dios estaba con él. Pero... entonces... ¿por qué su silencio?, ¿por qué permitió que Jesús muriera? Sin duda alguna Dios mostró su dolor de manera evidente: el cielo se oscureció, la tierra se estremeció y hasta la pared que separaba en el Templo el lugar solo permitido al Sumo Sacerdote se rompió.  Aunque no faltaba quien decía que aquello era algo más que un signo del dolor de Dios, era el reconocimiento, una vez más de su derrota. Su Mesías había sido vencido. No, eso no era posible, pero... ¿y si, simplemente, sí fuera posible?

Y pasada la Fiesta, las mujeres acudieron a cumplir con el ritual. Llevaban todo lo necesario: agua y paños para secar, finas telas con las cubrir el cuerpo, y perfumes y aceites olorosos. Iban a cumplir el ritual de la muerte. Tenían que superar todo su dolor, su gran dolor; tenían que aceptar la realidad por dura que esta fuera; nada podía ya cambiar el hecho de que Jesús había muerto y con él todas las esperanzas de un Israel nuevo, de un mundo nuevo.

Imaginaos el desconcierto de esas mujeres cuando no encontraron cadáver ninguno. ¿Qué había pasado? ¿Habrían sido, las autoridades, tan crueles de llevarse el cuerpo sin embalsamar de Jesús? Y si fuera así ¿con qué objeto?, ¿qué ganarían con ello? ¿Quizás evitar que convirtieran su tumba en un lugar de reunión y peregrinaje? Sabían que eso no ocurriría, Jesús no fue el único que pretendió ser el Mesías liberador de Israel, antes de él hubo otros que también fracasaron y nadie les recordaba en su tumba. Simplemente porque la tumba era la demostración clara y palpable de su fracaso. Su ritual era, al tiempo que un cariñoso homenaje, el punto y final de todas sus esperanzas. Por eso no pudieron dar crédito a lo que aquellos extraños hombres contaron: QUE JESÚS HABÍA RESUCITADO.  No tenía sentido, y sin embargo... era lo único que daba sentido a todo. No podía ser, y sin embargo... era lo único verdaderamente posible.

  

Pero todo cambió

JESÚS HA RESUCITADO. Y todo cambia. La derrota en victoria, la desilusión en esperanza, el abatimiento en fe y seguridad. Finalmente, Dios sí estaba detrás de todo, ¿cómo pudieron dudarlo? ¡Que fácil es dejarse deslumbrar por la aparente realidad! ¡Con qué facilidad la derrota se viste de "pragmatismo" y nos hace aceptar una realidad que no es!  Ahora podían ver que Dios nunca estuvo lejos de Jesús (aunque en momentos incluso él mismo dejara de sentirle y lo gritara con aquellas desgarradoras palabras en la cruz). Ahora sí podían comprender aquello de la semilla, y de ser sepultado, y de levantar el Templo al tercer día. Todo cambió con aquella tumba vacía.

Y había que comunicarlo, que decirlo a los demás; la importancia de ese mensaje no podía quedarse en la soledad de aquella tumba vacía. Los discípulos varones,     que permanecían escondidos y desorientados, tenían que recibir el anuncio. ¿Pero creerían a unas mujeres?, ¿pensarían que sus palabras no eran más que una ilusión propias de unas mujeres histéricas y asustadizas? Sí, podría ser que no las creyeran, que las tuvieran por locas. Pero no era tiempo para volver a las derrotas, era el tiempo de la victoria, de la victoria de Dios. Y si Dios había resucitado a Jesús, también haría que los hombres, tan reacios a considerar las palabras de una mujer, creyeran lo que ellas les anunciaban. Todo estaba en las manos de Dios, como siempre lo había estado. Hablarían y contarían, sin dejarse desanimar, sin dejarse derrotar. Ya no más derrotas, ahora todo ha cambiado PORQUE JESÚS HA RESUCITADO.

"¡GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS!

¡PAZ EN LA TIERRA ENTRE LOS HOMBRES QUE GOZAN DE SU FAVOR!"

 

Y un breve cuento

Hace un tiempo escribí un breve cuento, al estilo del comienzo del libro del Job: Dios y Satanás juegan una partida de ajedrez, mientras en la tierra se suceden los acontecimientos. Lejos de mi el pensar que somos como las piezas de un gran juego, no al menos por lo que a Dios concierne. En la Biblia hay muchos relatos (cuentos en el mejor sentido de la palabra, es decir un relato que nos cuenta algo difícil de expresar con la lógica humana). Este relato solo quería ilustrar una realidad: a veces lo aparente no es la verdad, y la derrota puede ser una gran victoria.

¡JAQUE MATE!

La partida de ajedrez duraba una eternidad. A cada movimiento que Dios hacía para librar a sus fichas del poder de las negras, correspondía un contraataque desde los cuarteles de Satanás, el gran oponente. Dios, con paciencia infinita, recogía una y otra vez las fichas desperdigadas. Pero era una partida singular, las fichas tenían la posibilidad de participar en el juego. Bueno, todas las fichas no, solamente las fichas blancas, porque Dios había establecido entre los suyos dos principios: libertad y responsabilidad; libertad para tomar decisiones, responsabilidad para aceptar las consecuencias de las decisiones tomadas. Las fichas blancas podían incluso, haciendo uso de los dos principios establecidos, pasarse al bando de las negras. Las fichas negras no gozaban de esos privilegios. Ellas no tenían la posibilidad de tomar decisiones, ni de asumir con responsabilidad las consecuencias derivadas; y como no tenían ni libertad ni responsabilidad, tampoco tenían necesidad de pensar. Las fichas negras sólo se movían conforme Satanás las manejaba.

Pero la partida duraba ya mucho tiempo. Dios seguía, con paciencia infinita, reuniendo sus fichas. Satanás se impacientaba, y en su empeño por vencer, se afanaba por encontrar el movimiento decisivo, aquel que decantara la victoria para él. Y Lo encontró. Con una sonrisa obscura movió una ficha. En la tierra, Jesús fue crucificado. Todo se obscureció, el día se convirtió en noche, la luz en tinieblas. Todo había terminado.

Dios se levantó de su silla con una amplia y enigmática sonrisa y salió de la estancia. Satanás no cabía en sí de satisfacción, ¡por fin la victoria era suya! Entonces recordó la sonrisa de Dios y se inquietó. Yendo tras él, le preguntó: ¿por qué sonríes si has sido vencido? Y Dios respondió: "¡Siempre has sido un absoluto ciego! Incapaz de ver más allá de las apariencias. No te das cuenta de que con tu jugada tú mismo has sido vencido. En tres movimientos JAQUE MATE".

En la tierra, al tercer día, Jesús resucitó. La luz rompió las tinieblas.



David Manzanas
Pastor de la IEE en Alicante y Valencia
E-Mail: alcpastor@ieelevante.org

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