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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

3º Domingo de Adviento, 13.12.2009

Sermón sobre Lucas 3:7-18, por Cristina Inogés

 

 

 

 

 

 

Somos descendientes de Abrahán. ¿Y esto lo presentamos como garantía, como aval, como seguridad? ¿Por qué siempre ponemos por delante algo que nos abra el camino?

La verdad es que el texto arranca con un tono que impone cierto respeto y si nos quedáramos en esa parte sería, ciertamente, un tanto paralizante. Pero enseguida esa natural curiosidad humana de uno de los presentes nos saca del estupor y nos reconduce a la realidad: ¿qué tenemos que hacer?

En realidad lo que nos quiere decir Lucas es que hagamos más habitable el mundo que tenemos entre manos. Hace unos años la sección de decoración de unos grandes almacenes de mi país, puso en marcha una campaña publicitaria enfocada a marcar la diferencia entre el hogar y la casa. Decía así: ‘Tengo una casa. Quiero un hogar'. Pues de eso se trata en este evangelio.

Esta casa común que tenemos y que llamamos Tierra, no es un hogar para muchos millones de personas. ¿Cómo transformarla en ese hogar que todos necesitamos pero que no todos disfrutan?

Ese es el reto que nos plantea el evangelio de hoy, pero no como grupo de cristianos que se reúnen en el tempo el domingo con buenas intenciones, sino a cada uno de nosotros con nombre y apellido.

¿Qué tenemos que hacer? Pregunta lanzada por la gente, por los publicanos y por los soldados, es decir, por todos. La respuesta es encilla pero por eso, sumamente complicada. Lo fácil sería refugiarnos en el anonimato y perdernos ahí, pero Jesús siempre pide más.

Nuestro compromiso tiene que ser tan activo que abarque todas las facetas de nuestra vida. Es decir, no podemos contentarnos con dar una túnica si tenemos dos; hemos de trabajar para que todos tengan vestido y calzado; para que la sanidad llegue a todos los países en igualdad de condiciones y no se juegue con la vida de la gente porque un país pueda o no pagar la medicación contra la lepra o el SIDA; para que la educación sea accesible para todos los niños; para que no se ajusten los precios de ciertos productor quemándolos, sino repartiéndolos y creando las infraestructuras necesarias para que la agricultura se pueda desarrollar sin problemas; para que el agua no sea un bien escaso ni, como ya empieza a pasar ahora, un elemento de poder; para que el respeto entre los seres humanos sea algo tan natural como el ejercicio de respirar.

Dios no nos regaló el mundo a unos cuantos. Dios nos regaló el mundo a todos y por aquello de que también nos regalo la libertad no podemos ni debemos mantener la casa como tal, sino convertirla en el hogar de toda la humanidad. Intentemos ponernos siempre en el lugar de aquellos que tienen menos. Nuestro punto de vista cambiará y nuestro hogar también. Será mucho mejor, porque lo habremos compartido.

 



Cristina Inogés
Zaragoza. España
E-Mail: crisinog@telefonica.net

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