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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

1. domingo después de Epifanía, 10.01.2010

Sermón sobre Lucas 3:15-16,21-22, por Jorge Weishein

Estimados hermanos,

Estimadas hermanas,

 

Dice la palabra de Dios:

 

“El Señor da fuerza a su pueblo; el Señor bendice a su pueblo con paz” (Salmo 29,11)

 

“Yo, el Señor, te llamé y te tomé por la mano, para que seas instrumento de salvación;  yo te formé, pues quiero que seas señal de mi alianza con el pueblo, luz de las naciones”

(Isaías 42,6)

 

“Ahora entiendo que de veras Dios no hace diferencia entre una persona y otra, sino que en cualquier nación acepta a los que lo reverencian y hacen lo bueno”

(Hechos 10,34 – 35)

 

"Yo, en verdad, los bautizo con agua; pero viene uno que los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”

(Lucas 3,16)

¿Pastor, para qué sirve bautizarse?

 

Si uno escucha esta pregunta de golpe, puede parecer impertinente. ¿A quién se la ocurre preguntar una cosa así? Sin embargo, tenemos que decir que mucha gente tiene esta inquietud. Actualmente, muchos de los hijos de cristianos practicantes se hacen esta pregunta. ¿Cuánto más todavía millones de personas que no tienen una práctica religiosa o cristiana frecuente?

 

Hablemos del bautismo. Hablar del bautismo nos lleva al Nuevo Testamento de la Biblia. El bautismo es una práctica cristiana. Si bien la utilización del agua era común a varios ritos, especialmente, de iniciación a un grupo o movimiento, el bautismo cristiano tiene un sentido propio y particular.

 

El bautismo es a los cristianos lo que el paso del Mar Rojo y el Jordán significan para el pueblo judío. El pueblo judío proclama que al ser liberado de la esclavitud en Egipto pasa por el Mar Rojo para entrar al desierto y caminar cuarenta años detrás de una promesa guiados por una nube de día y una llama de fuego por la noche. Finalmente, luego de haber recibido la ley y la enseñanza de Dios mediante diferentes experiencias, llegan hasta el Río Jordán del cual nuevamente se abren las aguas para entrar como pueblo a la tierra prometida donde fluye leche y miel.

 

El paso por el mar y el río es un pasaje de la esclavitud a la liberación, del desierto a la tierra prometida. El cristianismo va a actualizar esta imagen diciendo que a través del bautismo la persona pasa del pecado al perdón, de la muerte a la vida, (de la vida) del mundo a la vida eterna.

 

El bautismo es una opción y una decisión. La opción es una elección por una manera de vivir diferente ante la propuesta de vida que propone el mundo en que vivimos. Uno no puede elegir en qué mundo vivir, tal vez, puede elegir en qué lugar del mundo vivir, pero al bautizarse elige cómo vivir en este mundo de nuestros días. La decisión pasa por comprometerse con un horizonte nuevo y distinto que cuestiona la lógica del mundo en que vivimos: la propuesta del reino de Dios.

El bautismo es un acto público en el que un grupo de personas hace un testimonio público de optar por una forma de vida y un proyecto de sociedad en los que el evangelio de Jesucristo es fundamental para organizarse y comprenderse mutuamente entre la gente.

 

Al decidir bautizarnos, o decidir bautizar a nuestros hijos o nietos, estamos eligiendo vivir de acuerdo a la voluntad de Dios. El reino de Dios es nuestro paradigma para organizar toda la vida en el mundo.

 

¿Cómo es este reino de Dios? Este reino de Dios es presentado por Jesús a través de imágenes. Jesús da testimonio de la promesa vigente que él vive y que invita a la gente a vivir como él lo hace. Este mundo da para mucho más de lo que se ve a simple vista. El mundo visto desde la fe –con los ojos de Dios– es otra cosa. El mundo a los ojos de Dios es objeto de misericordia. Dios llegó a la conclusión que al ser humano no queda otra que tenerle compasión y perdonarlo. No hay ley, ni enseñanza, ni líderes, ni experiencias que enderecen la vida de una persona. Nada de esto, aunque sea necesario, es una solución definitiva. La única cosa que queda por hacer es amar a la gente como es y acompañarla en su largo proceso de crecer a luz del mensaje del evangelio y el amor de los unos por los otros.

 

Esta realidad es tan difícil de conceptualizar que Jesús mismo usó imágenes para hablar de esto que es una experiencia que solamente es posible dilucidarla a través de la fe. Él decía el reino de Dios “es como cuando” se siembra una semilla y crece, se pone levadura a la masa y leuda, como cuando un hijo se equivoca, se va de la casa y cuando vuelve el padre celebra, es como cuando se busca algo con todas las ganas y cuando se lo encuentra no se puede contener la alegría, es como cuando se encuentra un tesoro en el medio del campo y se vende hasta lo último que se tiene para comprar ese terreno y disfrutar del tesoro, es como cuando una persona exige justicia y no deja de insistir hasta que lo consigue y está en paz. En todas estas imágenes hay un elemento invisible, impredecible, ajeno a la voluntad de las personas, un aspecto solamente reconocible a los ojos de la fe: la vida es el secreto mejor guardado por Dios.

 

La vida no está en nuestras manos sino en las manos de Dios. La persona bautizada reconoce esto desde el mismo momento en que es bautizada y se somete a esta realidad que superior a su comprensión con confianza y con alegría. La confianza permite vivir la vida con tranquilidad porque sea como sea que vayan a ser las cosas que estamos haciendo, y por las cuales estamos luchando cada día, será siempre la voluntad de Dios la que va a determinar el futuro de nuestras vidas, independientemente, de la dirección que le demos a nuestra vida en este mundo. La confianza en que Dios tiene toda la vida en sus manos nos permite vivir con alegría porque este Dios es rico en misericordia, y no pretende condenar a la humanidad sino que ya decidió tenerle compasión y estar presente en medio de ella con su Espíritu Santo.

 

La Biblia es como nuestra brújula en medio de este mundo, a veces, tan parecido a ese desierto en el que caminó el pueblo de Israel. La Biblia, sin embargo, no es un manual sino un enorme conjunto de testimonios que muestran cómo Dios fue iluminando el camino de la gente hace miles de años. Esos testimonios para los cristianos son fundamentales, sagrados, especiales, porque son escritos de testigos que han dejado constancia de su fe para la posteridad, y hasta nuestros días han seguido siendo útiles a millones de personas en el mundo entero.

La sabiduría que encierra este libro es histórica, milenaria y trascendente. Cada una de estas personas no se quedó con lo que había sino que fue por más, aceptó por encima de toda razón la realidad de un futuro diferente posible porque existe un Dios que quiere otra cosa para la humanidad, que lo que la humanidad, aún con sus mejores deseos, es capaz de realizar.

 

Mojar con agua, la señal de la cruz y las palabras bíblicas no son parte de un hechizo mágico ni tampoco la vela y el versículo bíblico son un amuleto contra la mala suerte. El bautismo no impide que podamos tener una vida tremendamente dura ni habrá de protegernos de enfermedades ni accidentes porque lo único sobrenatural que allí sucede es que por medio de la fe –y solamente por medio de la fe– damos testimonio público de la soberanía de Dios sobre nuestras vidas, especialmente, de la vida de la persona bautizada, y aceptamos con alegría ser llamados hijos e hijas de Dios, fruto de su profunda e incondicional misericordia por sus criaturas.

 

Al aceptar bautizarnos o bautizar a nuestros hijos o nietos aceptamos ponernos al servicio de la voluntad de Dios de amar al prójimo y profundizar el conocimiento de su voluntad entre nosotros, aprendiendo juntos de su palabra, orando juntos por nuestros deseos y necesidades, celebrando juntos su presencia y voluntad entre nosotros, viviendo la realidad de la promesa de vida eterna que anticipa el reino de Dios en el mundo.

 

Estimados hermanos y hermanas, “¿para qué sirve bautizarse?” Bautizarse sirve para renunciar a la omnipotencia en la cual ser refugia ingenuamente el ser humano, entablando una lucha sin igual por el poder en el mundo, pretendiendo salvarse por si mismo, para ponerse simplemente al servicio de Dios y vivir de esa promesa histórica y concreta que es la vida eterna, ese regalo de Dios que va prefigurando en nuestro mundo razones para seguir teniendo esperanza, una esperanza que no se ve, pero a través de la cual se espera todo activamente en amor, oración y reflexión para que el mundo crea y no se pierda a causa de su propia hipocresía, creyendo ser más de lo que es, creyendo poder más de lo que puede, por su sola naturaleza. Los cristianos por su parte asumen, humildemente, que sólo son pecadores redimidos por Dios gratuitamente a través de la fe. Esta confianza le da una visión colectiva de la vida, una perspectiva comunitaria, una razón social, pensando siempre en lo mejor para todos antes que en el beneficio personal, porque el parámetro es el amor de Jesús por toda la humanidad, especialmente, aquellas por aquellas personas más sufridas y marginadas en la lucha descomunal por el poder en el mundo.

 

Esta certeza era ya en tiempos de Jesús tan fuerte que los primeros cristianos que comenzaron a seguirlo llegaron a confesar: “Aquella persona que crea y sea bautizada será redimida, aquella persona que no crea estará condenada” (Marcos 16,16) Que esta confianza aún hoy en día nos permita seguir siendo testigos del amor de Dios en el mundo para que el mundo crea y sea la justicia del reino de Dios nuestro horizonte y no cada una de nuestras pequeñas veleidades personales que sólo producen división y trastornos permanentes a lo largo de la historia de la humanidad.

 

Dios nos bendiga con su palabra y nos dé su paz. Amén

 

 



P. Jorge Weishein
Buenos Aires
Iglesia Evangélica del Río de la Plata
E-Mail: jorge.weishein@ceaba.org.ar

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