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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

5. domingo después de Epifanía, 31.01.2010

Sermón sobre Lucas 4:21-30, por Guillermo Buzzo

 

"MÉDICO, CÚRATE A TI MISMO"

Este relato que nos ofrece Lucas, está ubicado en el comienzo de la actividad pública de Jesús en Galilea.

Jesús ha vivido recientemente dos experiencias fundamentales: Su bautismo en el Jordán y las tentaciones en el desierto. En ambos casos, vimos la presencia del Espíritu Santo ungiendo, consagrando y fortaleciendo.

Recordemos que Lucas presenta al Espíritu Santo como protagonista de toda su obra. Jesús es guiado por el Espíritu al desierto y hoy, en la sinagoga, es quien lo inspira y confirma. Lo que ha vivido desde siempre, hoy lo explicita: "El Espíritu del Señor está sobre mí".

Jesús se presenta como dócil al Espíritu, o mejor aún como perfectamente relacionado con Él. Su obra, la obra del Señor, que no es otra que la que ve hacer al Padre (Jn 5,19), es al mismo tiempo, la que el Espíritu Santo le inspira.

Esa obra ¿en qué consiste? Sanar, liberar, anunciar... No es hacer milagros, sino revelarse a sí mismo, revelando su plan de salvación ya comenzado.

Para eso, se ha valido de su palabra, de sus signos y prodigios. Pero sobre todo se ha servido de su testimonio de obediencia y docilidad a la voluntad de su Padre, testimoniada a través de su Espíritu.

Milagros, palabras, testimonio de vida, opciones, y hasta el modo concreto de moverse en su mundo, son meros medios para un propósito mayor: Manifestar la Vida plena, y a su Autor; revelar al Dios viviente y su plan salvador. Las dos cosas simultáneamente.

Pero, como dice el refrán "cuando el sabio señala la luna, el tonto se queda mirando el dedo", y algunos de sus coterráneos, presos de sus prejuicios, no alcanzan a distinguir la transparencia de sus acciones, y se quedan en los medios, como si eso fuera lo importante.

Los signos no son "en sí mismos", sino en relación a lo significado, y al signifcante, y por eso, no son efectivos por sí mismos. Además del milagro, es necesaria (imprescindible) un mirada capaz de descifrarlos.

Estas personas en la sinagoga no piden milagros para divertirse, como sucederá en el juicio de Jesús, sino porque asumen que la única manifestación verdadera de Dios es a través de su poder: Dios es el Señor de los ejércitos, el Todopoderoso, el que los rescató con mano firme y brazo extendido.

Pero el Señor ha querido manifestarse en Jesús desde otra de sus cualidades, quizás la más propia: la del amor tierno y misericordioso. No es a través de la fuerza, ni avasallando la libertad de los hombres con extraordinarios milagros que el Señor ha querido ganarnos para sí, sino a través del amor; un amor capaz de compadecerse y tomar el último lugar, el lugar de los pobres; un amor capaz de enamorarnos y cautivarnos en la libertad. Pudiendo derrotarnos, prefirió seducirnos.

 

 



Guillermo Buzzo
Salto, Uruguay
E-Mail: gbuzzo@adinet.com.uy

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